Antonio Bonfatti mira con mucha atención a Daniel Scioli. Lo hace como todos los gobernadores argentinos sedientos de recursos girados desde la Casa Rosada, pero con especial detenimiento a la hora de saber si la pelea furiosa en la interna del PJ puede llegar a salpicarlo. No hay dudas de que las lanzas quebradas desde el pico del poder nacional contra la provincia más extendida del país son el clásico juego del peronismo hegemónico, que sabe crear a sus oponentes dentro de sí cuando desde la oposición no aparece una voz con peso específico. Sin embargo, lo de estas horas es algo más que la bolsa de gatos peleándose para reproducirse como quería Juan Perón. “Esto es la guerra”, confesó en privado uno de los ministros del mandatario bonaerense. “Eso es lo que significa ir por todo y derrotar al enemigo a como dé lugar”, ratifica.
Scioli fue expulsado y tiene los pies fuera del plato kirchnerista. La amonestación que le propinaron esta semana tiene ribetes de humillación. No sólo le cerraron de un día para el otro la canilla de fondos que le impidió pagar los aguinaldos a sus 550.000 empleados públicos, sino que le lanzaron desde el kirchnerismo químicamente puro una serie de denuestos que para cualquiera serían intolerables. Desde Gabriel Mariotto, cansado de sembrar miguelitos en el camino que lo une con el gobernador, hasta nada menos que el presidente de la Cámara de Diputados, que reclamó públicamente un gobernador bonaerense “en serio”, el que quiso lo zarandeó como deseó. Si hasta el propio juez en lo contencioso administrativo Luis Arias lo puso al borde del Código Penal al gobernador de Buenos Aires si no paga completo el sueldo anual complementario, y se permitió indicarle con los comentarios de su fallo que ahorre en publicidad oficial o viáticos a funcionarios. ¿Un juez de primera instancia siente que puede cogobernar y criticar a un hombre que cosecha 4 millones de votos en las urnas? ¿No le generó piedad al magistrado verlo tirado en el suelo de la arena política? No. Pura leña del árbol caído.
La presidenta de la Nación llevó al límite a Daniel Scioli. Era blanco o negro lo que se le imponía al gobernador bonaerense. Scioli optó por la rendición incondicional. Y lo dio a conocer ante todos y acompañado de su gabinete. ¿Le habrán pedido ese gesto de exposición pública desde el poder central? No se sabe. Teniendo en cuenta que en la rueda de prensa se dedicó a elogiar a la presidenta, a recordar su historia de lealtad a los K, y evitó cualquier mensaje que le hiciese pensar a los bonaerenses que pergeñó alguna idea creativa para salir de la crisis, la respuesta tácita pareciera ser la afirmativa.
Scioli apenas intentó dibujar un salvoconducto para su honor y su futuro para seguir caminado, a su modo, como queriendo reingresar al redil. La batalla la ha perdido y lanza gestos vacuos de distracción. Quiere ser distinto en las formas a Cristina Fernández cuando se diferencia de ella convocando a una conferencia de prensa como la de ayer en la que admite preguntas, pero sus primeras palabras en ella son de concordia y casi pedido de disculpas con la presidenta. Hasta en lo visual juega sin éxito a desmarcarse. Acude con su esposa y su hija, que muestran un gesto sumiso y despolitizado pretendiendo diferencia con los herederos de la primera mandataria. Definitivamente esas sutiles formas no alcanzan para ocultar su perdidoso momento, en el que ni se atrevió a mencionar la palabra “candidatura” ante la requisitoria periodística y asumió de manera implícita el mote de mal administrador.
El clímax del encuentro de ayer fue cuando dijo: “No hay que confrontar, hay que sumar, con fe y esperanza”. Entonces logró una sonrisa en la Casa Rosada. Cristina ganó una de las dos pulseadas que disputa y lo hizo por knock out. Ahora va por la que le queda, la de Hugo Moyano. Para eso ya está tendido el ring con la declaración de ilegalidad del encuentro pautado para el 12 de julio, cuando el camionero se autoelegirá con debilidad de aliados.
Separados al nacer
Debe haber sido inédito el rating que la conferencia de prensa de Daniel Scioli habrá tenido entre los gobernadores de las provincias argentinas. Algunos más, otros menos, deben haber sentido que el aparato de TV desde el que la presenciaron era más bien un espejo. Todos los mandatarios locales necesitan desesperadamente de la “Caja Rosada” y la retirada incondicional de Scioli los debe haber prevenido para sus futuras acciones.
Nuestro Ejecutivo no es ajeno a esa mirada. Es cierto que “Bonfatti no puede hacer demasiadas olas por la crisis económica local porque, sino, la marea va a llegar a la gestión de Hermes”, grafica en tierra santafesina un secretario de Estado de la actual gestión. Por estos lados todavía se puede afrontar los gastos corrientes con recursos propios. “El día a día está, por ahora, garantizado”, confiesa la misma fuente. Sin embargo, las arcas locales no son ilimitadas y el plazo de inflexión se estima en noviembre de este año. Jorge Obeid no se cansa de decir que entregó su gestión con más de 1.300 millones de pesos de superávit y que, a hoy, el monto en rojo supera ampliamente esa cifra. ¿Cómo puede hacer el actual gobernador para justificar esas cifras sin empañar la gestión de su mentor y la suya propia? “Porque hay que recordar que Antonio fue el ministro coordinador de Hermes”, explica el mismo secretario que pide reserva.
Por ello, es vital conseguir la reforma tributaria provincial cuanto antes y sostener un tono acrítico sobre el gobierno de Cristina. De no prosperar el proyecto de impuestos a Bonfatti le quedará encolumnarse aún más con la gestión nacional y saber que eso implica abrir una brecha letal para el socialismo: pagar más tarde o más temprano el costo de la factura de mal administrador que ayer saldó contante y sonante su par de Buenos Aires.
Y eso tiene un efecto inmediatamente derivado. Un fantasma recorre toda la provincia. El regreso del peronismo a la Casa Gris.