Cuando se habla de feminismo como el tiempo de la Revolución de las Hijas me parece acertado. Las más chicas nos dan la mano en el camino de la deconstrucción. Pero también, en revisar ese pasado violento en el que fuimos víctimas de jefes, amigos, parejas. Que el camino del aborto estuvo plagado de miedo e infecciones y hasta para las ateas todo era pecado. Naturalizamos el mundo ese que tuvimos que habitar, no sin quejas ni gritos. A veces quedamos solas. Otras tantas cedimos un poco. El abuso era tan natural que asqueaba. Las mujeres éramos locas, histéricas, malas. No callarse nunca tenía el precio de la soledad.
Pero ahora también nos toca a nosotras. A las viejas. Por qué no sentir que también es nuestro momento, el de organizarnos y pelear. Porque traemos esa historia que no queremos que nadie repita. Porque el pasado naturalizado estaba equivocado y no lo merecíamos.
El día en que la legisladora Gabriela Cerrutti, pañuelo verde en la muñeca, habló de la revolución de las viejas, muchas dijimos es por acá. Porque también necesitamos contar lo que fue para que no se repita. Y explicar una y otra vez que no fue fácil el camino, que lo transitamos con angustia y dolor, pero todo valió la pena porque llegamos hasta aquí.
Hoy peleamos con todes, somos ese colectivo que antes no fuimos. Estamos por encima de las instituciones y los partidos políticos, las simpatías y los odios. Y no nos dividimos. La empatía surgió el día que nos dimos cuenta de que nos están matando y nos cansamos de que nos digan que era nuestra culpa.
Las mujeres queremos un espacio. Ya no lo pedimos, lo exigimos. La Revolución es la de todes, es la nuestra. Y quizás para las que comiencen este camino el feminismo este tan naturalizado que ya no va a hacer falta ninguna revolución y nuestros derechos y los de todas las minorías sean parte de la vida de cada une de nosotres.