El 25 de mayo de 1810, cuando el Cabildo de Buenos Aires formalizó su autonomía en un complejo marco internacional en el que la ocupación de casi toda España por las tropas del gobierno francés de Napoleón Bonaparte resultaba vital, se puso en marcha el proceso de independencia de las colonias que ese país poseía en América constituyendo la única nación que desde entonces no puso ser nuevamente sojuzgada por los colonizadores.
Ya en México, en 1808, se había avanzado en el terreno independentista cuando el entonces virrey, el vasco José de Iturrigaray, aceptó la intención de grupos criollos que desconocían el gobierno del monarca español José Bonaparte, y reclamaban la independencia de ese territorio que entonces ocupaba una amplia zona que más que duplicaba su actual territorio.
Pero Iturrigaray fue inmediatamente depuesto por los hispanistas y se sucedieron idas y vueltas hasta que llegó la liberación definitiva en 1822 bajo el liderazgo de Agustín de Iturbide quién, aunque nacido en México, se auto identificaba “vasco por los cuatro costados”.
También Venezuela tuvo una declaración independentista un mes antes del 25 de mayo, el 19 de abril, pero el 26 de marzo de 1812 los realistas recuperaron el control.
En el caso de la Primera Junta surgida del Cabildo Abierto del 25 de mayo también en el proceso independentista argentino jugaron un rol decisivo no sólo los criollos como el alto peruano Cornelio Saavedra, los bonaerenses Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan José Paso y Juan José Castelli, sino un vasco descendiente como Miguel de Azcuénaga y los catalanes Domingo Matheu y Juan Larrea, tres hombres contrarios a la dominación castellana sobre Cataluña y el País Vasco, como más tarde lo fuera también Blas Parera, autor de la música del Himno Nacional, nacido en Murcia pero de formación catalana.
Ya un año antes, en 1809, otro vasco, Martín de Álzaga, ejecutado en 1812 por una denuncia de conspiración no probada de Bernardino Rivadavia, héroe en las Invasiones Inglesas y un financista del proceso revolucionario, se había pronunciado en favor de la Independencia en circunstancias en que el clérigo cordobés Miguel Calixto Del Corro, luego rector de la Universidad de Córdoba, había lanzado un manifiesto en igual sentido en el que señaló: “Es ya un dogma político que la autoridad de los reyes emana originariamente de la voluntad de los pueblos”.
También tuvo particular importancia el rol de la Iglesia Católica representada de hecho en la Primera Junta por el sacerdote Manuel Alberti, vocal de la misma, con el agregado de que en el Congreso de Tucumán que declarase la Independencia el 9 de julio de 1816 de los 33 diputados enviados por las diferentes provincias nada menos que 15 eran clérigos a los que posteriormente se sumaron otros seis.
En ello fue importante el contexto internacional no sólo por la expansión del imperio napoleónico y su ocupación de España sino por la declinación que ya sufría ese país desde muchos años atrás llevado a una grave crisis económica que había arrastrado a sus colonias, tema al que no había sido ajena la Invasión Inglesa a Buenos Aires en 1806 de resultas de la cual, si bien la misma fue derrotada, los agresores lograron llevarse 1,2 millón de libras de plata de las cuales un millón fueron a la corona de Inglaterra.
España, a partir de la llegada al trono de Carlos I en 1516, había abandonado el desarrollo industrial, centrado en el País Vasco y Cataluña y de manera incipiente en Castilla, para apostar al rol de proveedor de lana para las industrias textiles de la actual Bélgica y británicas mientras recibía los metales de México y el Alto Perú, que en este último caso dieron lugar a la fundación de la ahora ciudad autónoma de Buenos Aires.
Esos fondos más deudas contraídas le permitieron a Carlos I adquirir la corona de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Carlos V a partir de lo cual la situación no pudo ser revertida en los casi tres siglos siguientes a pesar de los esfuerzos que llevaron algunos monarcas como Carlos III.
La situación económica del Virreinato del Río de la Plata era muy delicada el 25 de mayo de 1810 de manera que una de las primeras medidas adaptadas fue establecer la libertad de comercio para mejorar las cuentas fiscales vía la recaudación aduanera, aunque de hecho ésta ya había sido admitida en 1809 por el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, lo que fuera avalado por Mariano Moreno en la “Representación de los Hacendados”.
Romper la dependencia monopólica con España era un reclamo de alguna data por parte de los productores de cueros que pretendían vender los mismos a los industriales británicos.
Belgrano, desde su cargo en el consulado había sido clave en impulsar el desarrollo del Virreinato con una serie de medidas que, en algunos casos como el de la creación de una flota mercante propia, recién pudieron concretarse mucho tiempo después.
También Feliciano Chiclana, que en un principio sostuvo al monarca apresado Fernando VII, se había inspirado en Jovellanos y en el gran economista vasco Valentín Tadeo de Foronda, clave en el desarrollo de los Estados Unidos de América. Asimismo impulsó que se concursaran los cargos públicos entre americanos previa convalidación de su honestidad en circunstancias en que la mayor parte de los funcionarios era española.
Fue importante en las apetencias de los comerciantes criollos la relación que se había tejido con sus pares británicos cuando éstos pasaron a manejar desde 1713 el comercio de esclavos en las colonias españolas.
En el continente ya se habían producido otros procesos independentistas a partir del siglo XVII, como la República dos Palmares, de población de origen africano, que ocupó durante una centuria el ahora estado brasilero de Alagoas; la actual República de Haití cuyo apoyo fuera importante para la gesta del libertador Simón Bolívar, descendiente de vascos; y la trascendente creación en 1776 de los Estados Unidos bajo la conducción de George Washington, quien para derrotar a los colonialistas británicos contó con 215 cañones, 30.000 mosquetes, 30.000 bayonetas, 51.314 balas, 137.000 kilogramos de pólvora, 12.868 granadas, 30.000 uniformes y 4.000 tiendas de campaña que le fueran provistas por el vasco Diego Garbo Iaoki de Arrikibar.
La independencia estadounidense como la posterior Revolución Francesa habían calado hondo en varios de los impulsores del 25 de Mayo que lograron hacer que desde entonces los territorios de la Argentina y del Paraguay fueran los únicos en Hispanoamérica que nunca más, a lo largo de los 208 años transcurridos, fueran recolonizados.
Por: Fernando del Corro
(*) Historiador. Periodista de la agencia Télam