Rosario tiene un “abajo”: cañerías, cables, empedrados y vías de tranvía sepultados bajo el nuevo asfalto, y también túneles. Los hay variados: cortos, extensos, construidos para diferentes fines. Como todo lo enterrado, con misterio e historias, verdaderas o falsas pero necesarias para alimentar el mito de cualquier ciudad y en especial la de una que no tiene fundador. Hay muchos: algunos que todavía se transitan, reciclados, otros con rastros perdidos y los resucitados en el mundo de las leyendas. Túneles visibles y otros que brillan en la memoria colectiva. La historiadora Alicia Megías y Gustavo Fernetti, antropólogo y arquitecto, repasan algunos de ellos con la historia de sus orígenes, conceptos y puntos de vista sobre estas construcciones que siguen conectando a los vecinos y tejen la identidad de la urbe.
La mayoría de los túneles de Rosario datan de finales del siglo XIX y principios del XX. Fueron construidos para uso comercial para facilitar el tránsito y, en algunos casos, también entonces, por seguridad. Aunque la mayoría de sus orígenes y usos no sorprenden, su carácter subterráneo, su existencia bajo los pies de quienes transitan la ciudad, le hicieron ganar un halo de misterio y alimentar historias no siempre verdaderas pero siempre seductoras. “No existe un documento que indique el fin de los túneles, son obras secundarias, es muy difícil encontrar los planos”, explica Fernetti: otro sustento del abanico de interpretaciones que habilitan.
Materiales
Fernetti señala que los túneles tienen una construcción real y otra imaginaria. “Son los que uno cree que son y lo que realmente son”, resume. “Es ineludible que existen, como el de los Almacenes Rosental. Por las obras en el puerto no podría llegar la mercadería a la zona de playas, por eso se construyó. Otro está a la altura del Museo de Arte Contemporáneo. Era un colector de desagüe, cortito. No funciona como puente y se pueden ver tres etapas que denotan que hubo un puente, después una ampliación para el paso de vías y finalmente se conectó con la barranca para ser colector de desagüe del bulevar Oroño”, agrega.
Los hay casi intactos, desaparecidos y semi derrumbados: “El de Rioja y Balcarce, yo lo vi, fue demolido en los años 70. Allí había un corralón municipal, y lo usarían tal vez como sótano o depósito”.
En la Siberia: la seguridad siempre preocupó
En la zona que ocupa la Ciudad Universitaria –popularmente La Siberia– funcionó la Estación Ferroviaria Rosario. Era el punto terminal de la línea. Allí arribaba el tren recolector que descargaba el cofre con dinero de recaudaciones diarias.
Allí hay un túnel de ladrillo de 1.20 metro de ancho que cruza debajo del ingreso al complejo universitario y une a la Escuela de Música, desde lo que hoy es la Biblioteca, con el andén o alguna oficina, ocupada ahora por dependencias de la Facultad de Ingeniería. “Se construyó con fines de seguridad: venían con dinero y lo manejaban a través de los túneles para no circular con la plata por la superficie”, explica la historiadora Alicia Megías.
Celedonio Escalada
El que entronca avenida Caseros con avenida Del Valle, tiene el nombre del nacido en España Emeterio Celedonio Escalada Palacios, a quien Manuel Belgrano designó comandante del Regimiento 5 y destinó a la villa del Rosario, donde llegó en febrero de 1812 para ser parte del combate de San Lorenzo un año después. Megías explicó que se construyó para facilitar el tránsito. “Había un montón de vías paralelas y era muy difícil la circulación”, especifica. Ese paso ferroviario, como el del Cruce Alberdi, de hecho, partían la ciudad en dos.
Fernetti aclara que es un pasaje más que un túnel: “En 1900, lo crearon con el fin de sortear las dificultades para comunicar barrio Refinería con el centro. Hubo muchos accidentes de tránsito y se intimó a los Ferrocarriles a crear un paso vehicular. Se negaron, y en 1911 se construyó el puente ferroviario con el paso de vehículos por debajo. Hay otro similar en Río de Janeiro y Urquiza, pero al revés: el tren pasaba por abajo y los vehículos por arriba”.
El Sembrador
La desembocadura por avenida Belgrano está obturada por la escultura que lleva el nombre El Sembrador. “Era un túnel puente, era un gran hueco por el que descendía una vía ferroviaria. Con el paso del tiempo, decidieron rellenar ese pedazo con la escultura”, relata Alicia Megías.
Se trata de la vía –una bajada de gran pendiente– por donde se hizo el primer embarque de trigo argentino a puertos europeos en 1878, y luego, hasta 1899 se subió desde el puerto el carbón mineral importado de Inglaterra para el Ferrocarril Oeste Santafesino, cuya estación e instalaciones estaba en las cercanías. Todavía se conserva parte en Chacabuco y su intersección con 9 de Julio. El pasadizo tenía una muralla de contención para evitar desmoronamientos y el arco luego fue obturado con una pequeña calle arriba para el paso de vehículos. Un corto túnel de pocos metros. En 1941, el pintor, ceramista y escultor ítalo-argentino Lucio Fontana y su colega y joven amigo Osvaldo Raúl Palacios ganaron un concurso patrocinado por la Asociación de Comerciantes de Rosario con el proyecto de un relieve escultórico: El Sembrador.
Túnel del Parque España
Se inicia transversalmente al inicio de la calle Sarmiento. Era utilizado por los trenes de carga hasta comenzar la década de los setenta del siglo pasado. Y llegaba hasta la antigua Estación Rosario Central. “Los ingleses construyeron esas instalaciones y fueron mejorando con los años. Siempre con la idea de facilitar la circulación”, relató Megías. En los laterales, aún se ven, ya tapadas, las bocas de estrechas conexiones perpendiculares.
De contrabando, poco y nada
Uno de los mitos ligados a los túneles es su utilización para el contrabando de mercadería, desde el puerto a comercios o acopios. Megías admite que hay varios túneles en la ciudad que mutaron al registro de lo mítico, y en particular a esa supuesta forma de eludir los impuestos ocultando el tráfico comercial bajo tierra. “En realidad, esos túneles tenían que ver con diferentes servicios: de facilitamiento del tráfico o comerciales, por ejemplo”. Pero legales. Fernetti especifica: “Yo descartaría la cuestión del contrabando ya que es impositiva, la función de contrabando era no declarar la mercadería que llegaba en barcos, pero de ahí a pasarla por un túnel es diferente. Es probable que haya habido coimas, pero no contrabando, se hacía a cara descubierta, no bajo tierra. Por ahí lo que pudo existir son los sótanos y que alguien haya guardado, tipo stock. De todas formas, es improbable”.
Cerca del puerto
Las construcciones del bajo que aún se ven en la costa eran boca de entrada para carga y descarga de mercadería, incluso antes de que se instalara el puerto de la ciudad. “Las grandes empresas hacían esos túneles porque de esa manera trasladaban la mercadería que llegaba de los barcos y era más barato llevarlas por el túnel, al mismo nivel, que subirlas a la altura de la costa. Había pequeñas vías con vagoncitos que hacían llegar los productos, era más barato y alejado del mundo pirata”, aporta Megías.
“Los túneles no fueron construidos para contrabandear”, insiste la historiadora. Sí cree que lo mítico con lo que cargan esas vías de circulación puede tener fundamento en los cambios de uso que sufrieron con los años. Algunos, por ejemplo, posiblemente fueron refugio de personas en situación de calle.
Pasado por agua
La base de una chimenea y túneles de una planta potabilizadora de agua construida a fines del siglo XIX en Rosario fueron descubiertos en 2009 durante las obras de desagüe de la empresa Aguas Santafesinas (ASSA) ubicada en calle Echeverría en barrio Refinería, hoy actual Puerto Norte.
La antigua construcción fue parte de la planta inaugurada el 13 de enero de 1888 por la empresa inglesa The Rosario Water Work Company Limited, y consta de los restos de una chimenea de 1888 revestida internamente con ladrillos al estilo industrialista de la época y varios metros de túneles.
Se trata de las ruinas de la primera planta potabilizadora de la ciudad que funcionaba a base de coque (carbón mineral) y por eso tenían túneles ferroviarios que trasladaban el coque a las calderas.
Los pasadizos de la salud
En los sanatorios de la ciudad hay numerosas conexiones subterráneas. Ejemplo de ello es el túnel que atraviesa la calle para cruzar del Hospital Italiano a la hoy Maternidad, enfrente.
“Los pasadizos eran muy comunes y se utilizaban sobre todo para el retiro de cadáveres”, reseña Megías: una forma de traslado discreto que evitaba el dolor de los familiares ocultando a sus ojos el tránsito de los cuerpos de sus afectos.
Los de las escuelas, bochados
La existencia de túneles a veces se funda apenas en el boca a boca. No son los de ladrillo y mortero, pero igual terminan por ser sólidos en la imaginación.
“Las conexiones entre las escuelas habría que chequearlas”, suelta con reparos Megías sobre uno de los mitos rosarinos. Fernetti coincide en que son construcciones sociales: “Dicen que hay un túnel que comunicaba Tribunales con la Jefatura, pero no hay constancia de que haya existido”. Y sigue con otro ejemplo: “Había una construcción subterránea, es más, se llegó a levantar la calle para corroborarlo. Iba de la galería La Favorita al río y lo que se encontró es que era un desagüe enorme”.
Mitos: a las pruebas no me remito
“Los mitos no necesitan ser probados, están, existen en el imaginario social y dan respuestas a situaciones que no pueden resolverse de otra manera”, explica el antropólogo. “Como no conocemos la vida privada de una monja o un cura, con una sexualidad oculta que «seguro» se manifiesta de forma clandestina, ahí el túnel es una pieza perfecta, es una respuesta más que una materialidad. Frente a un mito necesito algo que apoye”, fundamenta Fernetti respecto de las historias sobre los pasadizos entre colegios de monjas y de curas tendientes a facilitar encuentros amorosos entre los religiosos.
“Los mitos no necesitan probarse, están. Y son saludables, la gente se comunica a través de estos imaginarios. Sería muy triste un mundo con certezas. Los mitos motorizan las preguntas sobre el lugar dónde vivimos”, reivindica Fernetti. En este caso, una subjetividad que, también, se esconde a la primera vista.