Aunque el sistema político español, casi en su totalidad, intenta encapsular el proceso de sucesión real como si fuera un incidente menor regulado por normas indiscutibles, la aprobación ayer en la cámara de Diputados de la ley que acepta la abdicación de Juan Carlos I disparó todos los debates pendientes, desde la forma de gobierno del Estado, el régimen mismo que regula la monarquía y la integridad territorial, hasta minucias como si Felipe de Asturias no debería llamarse Felipe Juan I –tiene ese nombre, entre muchos otros– en lugar Felipe VI, a la cola de otros Felipes que han sido reyes.
Fuera del estridente debate parlamentario que terminó con una aprobación abrumadora a la abdicación, la toma de posición más fuerte la hizo anoche el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, al clavar la cuestión independentista de esa región en el corazón del debate sucesorio. “El nuevo rey puede facilitar el proceso de Cataluña más que el rey que se va”, dijo Mas a <<Ámbito Financiero<< en un aparte de la recepción que ofreció anoche en el imponente Palacio de la Generalitat a un grupo de editores de todo el mundo, que sesionan en estos días en Barcelona.
Periodista: ¿El rey que se va no favoreció el proceso?
Artur Mas: No, pero tampoco el Ejecutivo español se lo permitió.
P.: ¿Va a cambiar eso con el nuevo rey?
A. M.: El nuevo rey puede facilitarlo, o no, pero puede ocurrir que tampoco a él se lo permita el Ejecutivo.
P.: ¿La abdicación facilita o entorpece ese proceso?
A. M.: Ni una cosa ni la otra. Recuerde que en España el rey no tiene funciones ejecutivas.
P.: ¿Se sabe algo de lo que piensa el futuro rey de esta cuestión?
A. M.: No se conoce nada de lo que piense, pero no olvide que el rey no gobierna en España.
P.: ¿El movimiento catalán es mayoritariamente republicano o monárquico?
A. M.: Es mayoritariamente republicano, como en toda España, pero tampoco eso es muy profundo…
Meter el tema de la autodeterminación en el debate de la sucesión real es lo mejor que pueda haberle ocurrido a la causa que promueve Mas desde 2010, que culminó con la convocatoria a un plebiscito independentista para el próximo 9 de noviembre que ha sido declarado ilegal por el gobierno central de Madrid. “Estamos negociando aún para darle una vía legal a la consulta, pero es una tarea muy dura”, había dicho antes Mas en un discurso ante los delegados de la <<Global Editors Network<<, a los que después agasajó con un cóctel en uno de los patios del Palacio.
La posición catalanista sobre la abdicación había quedado clarísima por la mañana, cuando los diputados de la coalición de Mas (Convergencia i Unió) se abstuvieron en la votación, una forma de apartarse del alineamiento de las fuerzas del Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español que la respaldaron, como antes habían votado por la ilegalidad de la consulta de noviembre. Mas, de todos modos, ha buscado moderar las rispideces en el trato con el sistema: había dudado de asistir a la asunción del futuro rey la semana que viene argumentando tareas de gestión, pero ayer dijo que suspenderá un tramo de su gira a los Estados Unidos para estar junto al futuro Felipe VI. “Fue un choque de agendas, que debí remediar, porque imagínese lo que se habría dicho si además no estaba presente”, se rió en el diálogo con este diario.
Este entrecruzamiento entre los dos debates centrales en que está sumergida España, expresa de manera clara la situación que vive el país, que casi 40 años después de los otros 40 años de franquismo, reflota cuestiones no resueltas en el último siglo y medio sobre el régimen de gobierno.
Recorrer en estos días las calles –ya inundadas de turistas– y también los foros de opinión, no permite decidir si la abdicación de Juan Carlos I en favor de su hijo Felipe es el final de algo o el comienzo de otra cosa que no se termina de ver con claridad.
Conmueve a quien ha sido testigo de la primera transición, que funcionó como un laboratorio para la salida de los procesos militares en América latina, ver el arranque de esta segunda transición en la que España aparece, no ya como modelo del cual aprender, sino aprendiendo de los procesos reformistas de nuestro continente.
No es posible entender ni el léxico del debate de hoy en España sin una referencia a los procesos constitucionales de Argentina –pionera en esa marcha en 1994– y de otros países como Brasil, Venezuela, Ecuador, Bolivia o el que ha estrenado hace poco Enrique Peña Nieto, que puede ser una nueva Revolución Mexicana. Así lo saludó al menos el monarca que se va en su última recepción de Estado, que ocurrió esta semana en el Palacio de Oriente con motivo de la visita del presidente de México.
Es razonable ver este proceso como el de una nueva “regeneración” de España, algo que el país discute desde mediados del siglo XIX. Ese fue el nombre que usaron los políticos y los intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX a caballo de un lema pronunciado por Joaquín Costa, “Escuela, despensa y siete llaves para el sepulcro del Cid”, y que suscribirían hoy los españoles que piden un replanteo del sistema de gobierno y esperan resultados de recuperación de una de las crisis económicas más pavorosas que haya vivido este país. El reclamo de regeneración recorrió a los intelectuales del 98, a sus herederos del republicanismo de los años 30 (“¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!”, pedía Ortega y Gasset en 1933), lo discutieron a su manera los intelectuales del “Estado nuevo” del franquismo y fue asunto central de la Constitución de 1978 que rige este proceso.
La cuestión catalana no entorpece el cambio dentro de la monarquía, pero forma parte de este debate desde cero que parece embargar a los españoles, alimentado por cuestiones que aún resultan inexplicables para el público y los analistas.
La abdicación por la necesidad de un recambio generacional –argumento de Juan Carlos I– no parece convencer a muchos que ven este proceso tan misterioso como la renuncia del papa Joseph Ratzinger. ¿Acaso venía una imputación a la infanta Cristina por las picardías de su esposo Iñaki Urdangarin, que perforaría más la base de consenso sobre la figura del monarca saliente?, se preguntan algunos. Otros hincan en diente en el resultado de las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, que produjo un cataclismo en el socialismo español, quizás el conglomerado político de mayor solidez ideológica, historia y programa de poder que tenía España, gobernada hoy por una UTE, que es en el fondo lo que representa el PP.
El socialismo pagó seguramente años de aplicar la ortodoxia de la economía socialdemócrata, que llevó a la crisis de todos los gobierno europeos de ese signo en el último lustro. Era aquí, sin embargo, uno de los pilares del sistema que tenía a Juan Carlos I como símbolo máximo; después de ese resultado electoral, ya han renunciado a las directivas el jefe del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, al del socialismo vasco, Patxi López, y al de Cataluña, Pere Navarro, cuya salida se conoció en estas horas. ¿Podía Juan Carlos I tener el apoyo del socialismo español si esta votación hubiera ocurrido dentro de un año? Seguramente no, y por eso el voto de Rubalcaba ha sido saludado como el último favor que le ha hecho a la monarquía.
Ayer, cuando justificó su voto a favor de la abdicación, recordó que los socialistas “no ocultan su preferencia republicana”, pero, a la vez, son “compatibles” con la monarquía parlamentaria. Recordó, como lo había hecho antes Mariano Rajoy, que en la sesión de ayer no estaba en el orden del día la posibilidad de un cambio en la forma del Estado. Venimos, dijo, a “hablar sobre la abdicación y solamente sobre la abdicación”. Del régimen político, agregó, se puede hablar, pero dentro de una eventual reforma que cumpla los trámites constitucionales.