María Cristina Coccia / Licenciada y Profesora en Psicología
Los seres humanos estamos viviendo un acontecimiento único: una pandemia. En poco tiempo y en todo el mundo un virus irrumpió, ingresó en nuestras vidas, generando emociones, pensamientos y formas de relacionarnos peculiares. Hay una alteración radical que nos afecta y que requiere cambios subjetivos. Se ve jaqueada nuestra subjetividad. Se necesita poder leer lo que está ocurriendo para transformarla.
¿Y qué es lo que nos está ocurriendo?
Nos invade el miedo acerca de un peligro real, invisible, no fantaseado, ante el cual algunas personas se paralizan, se inmovilizan y todo les da miedo o se sobreadaptan a la cuarentena y se encierran en sus hogares. Otros logran dominar el miedo y se acomodan. No tener miedo sería negar lo que está sucediendo. Una actitud adecuada sería enfrentarlo y movernos con precaución. No hay posibilidad de prevenir, ya que la prevención es acerca de algo conocido por uno o por los demás en el presente o históricamente.
Se evidencia en algunas personas el miedo a la muerte, que nos conecta con la idea de finitud del ciclo vital. No es malo tomar conciencia de la finitud. Veníamos de una época con tendencia a la prolongación de la vida a toda costa y a vivir aceleradamente para producir sin darnos cuenta de la cuota de autoagresión que conllevaba y de la falta de contacto con la interioridad y por ende el desconocimiento de uno y del semejante.
Aparece el enojo hacia el virus, personificado en el vecino, el personal de salud, por ejemplo; de allí los fenómenos de discriminación conocidos por todos. Enojo por el confinamiento, la pérdida de libertad, la frustración por los proyectos suspendidos.
Pérdida del tiempo y el espacio tal cual lo conocíamos. El espacio se reduce a cuatro paredes, a una pantalla o a una breve salida. Es recomendable tener una caminata, contacto con el exterior. La noción de tiempo se ve alterada, vivimos un eterno presente. Es aconsejable, a pesar de estar en pausa, ilusionarnos, soñar, proyectar. Es fundamental para el desarrollo del psiquismo, no hay psiquis sin fantasía.
Ansiedad frente a lo desconocido amenazante, que muchas veces se ve aumentada por la sobreinformación de las noticias. Estar informados es necesario, sólo que hay que dosificarla. Los sueños dan muestra del grado de ansiedad, están más a flor de piel.
Estados de tensión en el cuerpo: cefaleas, contracturas, alergias, gastritis, etcétera. Es conveniente tratar de distinguir si es una puesta en el cuerpo del estado mental o es un síntoma de alguna dolencia. No hay que dejar de ir a los médicos, ellos están trabajando y la población debe hacer los controles habituales.
Aumenta la agresividad. Se observa un gran agotamiento.
Tristeza por el sentimiento de pérdida o amenaza de pérdida de la salud propia y/o de la de los seres queridos; por la pérdida de los ingresos, del trabajo, por ende del temor a la exclusión social. Hay una ruptura en el armado de proyectos que hacen a la identidad. El tema es: ¿quién va a ser uno? Uno sabe quién fue y quién es. Se ven vapuleadas las metas y por ende la autoestima.
A veces es una oportunidad para revisar duelos no resueltos pues se movilizan recuerdos de fallecimientos de seres queridos. En el caso de muerte de alguien cercano, el protocolo nos conduce a naturalizar la pérdida de contacto con la muerte, siendo la muerte la generadora del sentido de la vida. Los velatorio son exprés, los cuerpos se creman. Ni hablar de las personas que mueren solos, sin poder despedirse los familiares.
Lo que más me preocupa es ver personas que están aceleradas como si nada pasara, lo que lleva al mecanismo de negación, con las consecuencias ya conocidas: el descuido.
Allá, por el mes de agosto predominaba la tristeza, actualmente observo enojo.
Los modos de relacionarnos alternan estados de tensión con encuentros en los convivientes.
Lo importante es no pensar que estas manifestaciones son signo de enfermedad mental, pues son propias de la situación traumática que estamos viviendo.
Es importante cuidarse, eludir enfermarnos, pero conlleva un dejar de lado el placer. Nos vemos privados de ir a un cine, a un recital, de reunirnos con amigos, con la familia, de la vida social. Somos seres sociales. Por eso, hay que desarrollar la creatividad e inventar actividades que estaban como intereses en potencia para darle sentido a la vida.
Por otro lado aparecen nuevos modos de vincularnos a través de la tecnología, de la pantalla donde nos acercamos pero no podemos tocarnos, el tacto está prohibido, no está el cuerpo presente, así como el abrazo y la presencia relacional. Pero es una alternativa que es bienvenida, es una nueva forma de “estar con los otros “
Se observa mucho sufrimiento en las familias donde hay miembros con una discapacidad, los que viven solos, en casas pequeñas, niños que habiendo adquirido hábitos madurativos los pierden momentáneamente, los pequeñitos que solo conocen el rostro de los padres, los niños cuya escolaridad pasa por una pantalla sin contacto con la maestra y sin juegos con sus pares. Los adolescentes que necesitan el contacto con sus pares para el desarrollo de la identidad. Uno se pregunta, como se irá desarrollando la subjetividad… Otra población vulnerable es la de los mayores que tienen la sensación de que tienen menos tiempo para hacer lo que desean, como ir a visitar a hijos y nietos que viven en el extranjero o simplemente estar tranquilos, la pandemia estresa por los cuidados extras.
Tenemos que pensar que estamos en pausa, que ya llevaremos a cabo nuestros sueños.
Parto de la idea de la persona como abierta al contexto y en ese interjuego del sujeto con el ambiente se va construyendo la persona, la sociedad.
También cabe la pregunta: ¿Qué futuro nos espera? Un mundo híper controlado con una supervivencia competitiva, o un modo amable de compartir y caminar juntos.