Está medido con precisión cuántos leen una nota en cualquier pantalla, en cada instante. Sobre quiénes leen y desde dónde, hay una idea, al menos estadística. Por qué lo hacen, suele quedar en la pregunta: las tecnologías asociadas a internet abruman con métricas exactas, pero no garantizan interpretaciones únicas y útiles.
La española del GPS
Así están los redactores, productores, editores, diagramadores y programadores de los portales web de medios de comunicación masiva. Los que actualizamos la página de El Ciudadano incluidos. Haciendo y al mismo tiempo preguntándose qué, cómo, para qué y para quién se hace lo que se hace. No hay chance de parar la maquinita, porque el vértigo obliga y la competencia crece. Como la española del GPS, recalculando en la marcha, pero sobre un mapa que no deja de cambiar. Con la tensión extra de sostenerse en el ranking de clics sin descuidar la construcción de una comunicación que merezca llamarse periodismo, que llegue a una audiencia mayor a la que sirva, precisamente, para construir ciudadanía. Pasa que, en esto en lo que andamos, perseguimos gratificaciones profesionales y horizontes éticos, pero también, como los vendedores en los colectivos, la garantía del plato de comida en la mesa todos los días.
Estelas en la mar
Agregar las pantallas al papel fue una decisión de los ahora socios de esta cooperativa en el momento menos aconsejado: cuando había que lidiar con el salto de empleados asalariados a dueños y únicos responsables de un medio de comunicación. Sin dejar de ser trabajadores. El Ciudadano ya tenía un portal web. O casi: era una réplica en bits del contenido en celulosa, y nos lanzamos a sondear la potencialidad de las plataformas electrónicas al mismo tiempo que atendíamos lo que antes era competencia exclusiva de la empresa que nos contrataba. Ruta nueva, con señales viales borrosas. Ningún estudioso serio del espacio cibernético se atreve a dar conclusiones, sólo hipótesis provisorias de qué es lo que sucede allí (o aquí, según donde se esté leyendo esto). El español Antonio Machado tenía razón, más que Fabio Serpa: no hay camino, se hace al andar.
Lecturas inesperadas, preguntas disparadas
Un ejemplo de lo que cuesta entender para avanzar: una nota sobre la controvertida causa judicial que mantiene preso al ex presidente de un país vecino, enviada por una agencia de noticias, sin producción ni valor periodístico agregado, estalló en lecturas. El día de su publicación y los siguientes. Con intermitencia, sigue apareciendo en el indicador de Google entre las más visitadas. ¿Eso que fue publicado y sigue en línea es de interés vital para una parte de lo que imaginamos como el universo de lectores de este medio? Nada hay a mano para justificarlo, por más que se rasque el fondo del tarro. ¿El texto es sublime, casi literario y entonces, ¡bravo!, le dimos de lleno al Nuevo Periodismo y un impensado nicho de navegantes sofisticados lo festeja, comparte y viraliza? El estilo convencional espanta esa hipótesis. ¿El título es una perla de originalidad o sintoniza a la perfección con los algoritmos de los motores de búsqueda de internet? Tampoco. No parecen hitos de lucidez persuasiva los llamados a leerla en Twitter y Facebook. No hay caso, por allí no hay explicación.
¿Entonces?
La multinacional estadounidense Alphabet Inc., con su catarata de datos del Google Analytics, no aporta mucho para resolver la incógnita. Sólo indexa la cuota de desazón: ¿por qué otras publicaciones del mismo día, en las que un redactor estrujó neuronas, invirtió tiempo, consultó fuentes y aportó experiencia, no tuvieron el mismo impacto?
Letrado replicador
El desconcierto tiene relevancia: cada día, alguien propone cómo mejorar, cómo llegar a más usuarios de las palabras, imágenes o videos que colgamos en la red, o sugiere nuevos formatos, estilos y uso de plataformas tecnológicas. Nadie quiere tirarse a la pileta sin un mínimo nivel de agua. Cualquier decisión sobre esa tormenta de ideas requiere ganas, recursos y voluntad, pero también el respaldo de una mínima racionalidad.
Y a veces, llega del lugar menos pensado: un colega de otro medio de comunicación. “Mirá quién retuiteó esta nota de El Ciudadano”, avisa alguien. El replicador del caso es un abogado reconocido, capaz y singularmente mediático. Defiende a un(a) líder político(a), quizás el (la) más relevante de los últimos años, en causas judiciales de presencia permanente en la agenda informativa instalada. A ver: el tipo sigue apenas a 187 cuentas de la red social del pajarito, pero sus seguidores orillan los 99 mil. La punta para desatar el nudo parece que, en este caso, está ahí. Fue el multiplicador, el influencer no buscado pero encontrado. Una sorpresa, entre muchas. Algo habremos hecho bien para que GD leyera aquí un material que sin duda convenía a sus estrategias legales, pero no era exclusivo. ¿Por qué eligió reproducirlo de El Ciudadano entre un sinnúmero de medios? Ese es nuestro mérito, aunque no llega a ser una respuesta. Sí una muestra del laberinto que es esta matriz de conexiones y lógicas, Internet, maraña en la que nos sumergimos cada día al encender una PC en Brown y Ovidio Lagos.