Una historia conocida, contada infinidad de veces y con un par de antecedentes fílmicos y varios literarios, es la que el realizador español Juan Antonio Bayona (El Orfanato, Lo Imposible), con notable maestría narrativa en la escritura del guión y detrás de cámara, cuenta en La sociedad de la nieve, basada en la novela homónima del escritor uruguayo Pablo Vierci, que desde el jueves está disponible en Netflix y que por estas horas es tendencia mundial.
Más allá de que el film representa a España en la contienda por el Oscar que se entrega en marzo en el apartado internacional (quedó en la lista corta de quince películas, y tiene muchas chances de alzarse con ese premio), lo que demoró su estreno previsto en principio para octubre, se trata de un verdadero hallazgo estético e ideológico en medio de la grilla del gigante del streaming, sobre todo en tiempos donde, desde algunos sectores, se reivindica e insiste en lo individual, o en la “libertad” individual, como lógica de vida.
Frente a eso, más allá de la historia en sí misma, la película plantea dos líneas de debate claras y se pregunta quiénes fueron los verdaderos héroes de esta tragedia real acontecida en octubre del 72 cuando el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en la Cordillera de los Andes con destino a Chile, dado que siempre se pensó que se trataba de los sobrevivientes y aquí se amplifica ese concepto.
Y al mismo tiempo, cómo la lógica de lo colectivo, en un momento trágico, de angustia, desazón e incertidumbre como el que les tocó vivir, es el camino a tomar frente a lo individual, lo que pone al film en medio de un debate imprescindible del presente porque, ya se sabe, el buen cine, más allá de la historia que cuente, debe tener alguna caja de resonancia en otros aspectos para sumar sentido, y eso es lo que pasa con La sociedad de la nieve y lo que la vuelve aún más inquietante.
De este modo, a cinco décadas de aquel siniestro aéreo que llenó las páginas de los diarios, la tevé y la radio del mundo, cuando el viernes 13 de octubre de 1972 un grupo de personas, en su mayoría jóvenes rugbiers, sobrevive increíblemente al choque en la montaña pero pasados de los días que establece el protocolo dejan de buscarlos y son ellos quienes encuentran finalmente la salida luego de más de dos meses de padecimientos, la historia adquiere su mejor definición y carnadura de relato en la película de Bayona, que no se deja tentar por la espectacularidad que habilita la tecnología actual para contar una historia semejante y sí se apoya en lo sensible, en lo humano, particularmente en el debate ético que supone comer carne humana de los fallecidos (amigos, familia) sepultados en la nieve, para poder sobrevivir.
Sin morbo, sin exhibicionismos innecesarios, pero con la clara convicción de que en las historias reales no hay que correrle el cuerpo a lo importante, a lo esencial, por aceptar cierta corrección política, Bayona logra su objetivo que es contar la misma historia ya conocida pero habilitando otras resonancias en la agenda del presente, partiendo de un aspecto que tiñe la novela de Vierci, compañero de colegio de muchos de los que viajaban en ese vuelo, que en ciernes dispara como metáfora que todos, de un modo u otro, murieron allí, en la fría cordillera, más allá de que unos pocos lograron sobrevivir.
Entre otros aspectos notables del film como son la dirección de arte, sonido y el tratamiento sepiado del color, además de la música y la fotografía, aparece el elenco, donde conviven actores de distintas nacionalidades a los que les toca ponerle el cuerpo a los jóvenes integrantes del Old Christians, un equipo de rugby amateur uruguayo, que debieron enfrentar la hostilidad agotadora de 72 días abarrotados por el frío y las tormentas de nieve, la falta de comida y particularmente el miedo, el dolor y la incertidumbre que en algún momento se vuelve irremediablemente fortaleza. En ese casting formidable, donde cada uno aporta al relato colectivo con las dificultades de rodar escenas de enorme complejidad, se lucen el uruguayo Enzo Vogrincic y el argentino Esteban Bigliardi.
De este modo, el sueño de Bayona de rodar esta historia que comenzó hace más de una década, habla saludable y dolorosamente de un tema universal como es la muerte, sus condiciones, el cuerpo como paradigma, los límites de la condición humana, hasta dónde llegan las verdaderas convicciones personales frente a lo colectivo y la incidencia de las creencias y los dogmas religiosos cuando lo que está en juego es la supervivencia.
El relato, que va del sobresalto a la conmoción con fluidez y sentido a lo largo de dos horas veinte, habilita unos quince minutos finales verdaderamente conmocionantes que vuelven todo al principio, a modo de racconto de ese viaje trágico y épico de un puñado de Ulises intentado regresar a casa, mientras la música se fusiona con el ruido de los helicópteros de rescate y la nieve se derrite, indefectiblemente, transformándose en agua, en el corazón del Valle de las Lágrimas.