Por: Carlos Polimeni/ NA
En el mundo hay cada vez más cantidad de personas deprimidas y la era de los confinamientos por la pandemia del coronavirus acentuó la tendencia, lo que produce la sensación de que la realidad está siguiendo parámetros solo anticipados por las fantasías distópicas, que parecían exagerar el caos del futuro.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) precisa que las estadísticas indican que en 2022 hay un 18% más de personas que están o estuvieron en tratamiento que hace solo una década, lo que significa que en el mundo existen ahora unos 322 millones de habitantes que padecen depresión sin que nadie pueda estar seguro de que se curarán, en un mundo que, para colmo, genera un conflicto tras otro.
La depresión, dicen los libros clínicos, es un estado de enfermedad caracterizada por la tristeza permanente, la falta de ánimo y la indiferencia afectiva, con tendencia a convertirse en crónica, que genera sufrimientos graves e incapacidades, que a veces aparecen enmascaradas detrás de síntomas como la falta de apetito o el insomnio y que puede producir deterioros cognitivos a largo plazo.
El filósofo coreano Byung-Chul Han, autor del ya clásico La sociedad del cansancio, que trabaja desde hace años el tema de las patologías asociadas al estado de las cosas en las sociedades occidentales, sostiene que la pandemia no hizo otra que hacer que aumentar la cantidad de personas que sufren enfermedades que se habían generalizado en un mundo de sentimientos anestesiados y de personas a las que se les demanda un exceso de productividad.
“El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal”, escribió el filósofo de moda en Europa, en ese libro, publicado en 2010. “Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste profesional (SDP) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo”.
“Ahora, uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. sostuvo el pensador, que está radicado en Alemania, al explayarse sobre la vida en un mundo en que todo el mundo se queja del cansancio. “Lo que nos agota no es una coerción externa, sino el imperativo interior de tener que rendir cada vez más. Nos matamos para realizarnos y a optimizarnos mientras vamos perdiendo la noción del placer y el sentido de la vida”
“La pandemia ha provocado muchas perturbaciones en la salud mental de la población”, remarcó a su vez esta semana en una entrevista el experimentado psiquiatra Juan David Nazio, un argentino radicado en Francia, discípulo del psicoanalista Jacques Lacan, que ha atendido, según su propio cálculo “entre ocho mil y diez mil” pacientes deprimidos a lo largo de medio siglo de consultorio.
El clima mundial genera angustia a gran escala
El clima mundial de zozobra permanente durante los últimos dos años, ha generado dosis industriales de angustia, ante la certeza de que cualquiera puede enfermarse, y enfermar a otros, en una aldea global que ha vivido en “un clima de amenaza permanente”, obsesionada por un mal invisible, un virus hasta hace poco inexistente.
“En muchos de nosotros altamente angustiados, la angustia se transforma en tristeza, en depresión”, describió Nazio, en una entrevista que luego fue citada en un discurso por el presidente Alberto Fernández, porque a “la normalidad” al respecto, es decir a la problemática individual o familiar debe sumarse un contexto global enrarecido, lleno de situaciones angustiantes.
Nazio acaba de publicar La depresión es la pérdida de una ilusión, un libro que reúne cinco conferencias que brindó en París después de haber dedicado la vida profesional a una rama de su profesión a la que llegan personas que inevitablemente son frágiles y han padecido traumas en la infancia o la pubertad, lo que las deja expuesta a una enfermedad que podría tener también características genéticas, por lo tanto hereditarias.
El tema de esta nota tiene que ver con un asunto complementario del primero y parte de una observación del comportamiento de los medios de comunicación, la industria del espectáculo y en parte las redes sociales que por momentos parecen desconocer que ese es el estado de las cosas y angustian cada vez más a sus consumidores.
Cómo influyen la televisión y las redes sociales en el ánimo de la gente
Basta sintonizar un noticiero televisivo para darse cuenta que son las tragedias, los crímenes, las noticias escabrosas y los asuntos del odio los que parecen caracterizar el centro del mundo informativo de hoy sin que los responsables, que no hacen la realidad, sino que intentan mostrarla, tomen medidas al respecto.
No se trata de edulcorar las cosas, sino de llegar a pactos que ayuden a cuidar la salud mental de las poblaciones: de hecho hay temas, como los suicidios, que por consenso se tratan en los medios con sumo cuidado, y sin cargar las tintas, por la certeza de que es una conducta que produce imitaciones en sectores anímicamente vulnerables.
Cualquier espectador que haga zapping de noche por los canales de series y películas de los sistemas pagos de televisión se encontrará con una representación exacerbada de la ya de por si tortuosa conducta humana, como si nadie tuviera en cuenta el mal que eso puede hacerle a las personas con vidas complicadas.
Las redes sociales, sobre todo twitter, la de usuarios más venenosos, están cargadas de identidades, falsas o no, que practican toda clase de violencia simbólica sobre determinadas personas, desde el acoso a la denigración, sin que sea fácil su control por parte de los responsables, si es que los hay, ya que el universo virtual se parece al infinito.
En lugar de optimismo sobre el futuro, uno de los sentimientos motores de la humanidad, el mundo de hoy suele producir miedo, es decir un sentimiento inmovilizador, y eso se acentúa si el modo en que se lo observa está teñido por los intereses de los que lo usar para dominar conciencias, para acallar demandas justas.
Si al principio de la pandemia había un debate entre pensadores sobre si el desastre no ayudaría al mundo a mejorar, hoy podría pensarse que con toda certeza la condición humana bajó un escalón, y medio de amenazas de una recesión económica planetaria, hay gente cuya salud mental pende de un hilo que puede cortarse en cualquier momento.