Antonio Arias / vaconfirma.com.ar
Ryder regresa al fin a su pueblo del que partió hace mucho tiempo, y vuelve como un triunfador. Es un eximio pianista que ha triunfado en todo el mundo; sus conciertos son esperados en las mayores salas y teatros de las grandes capitales. Vive de gira en gira y llega tres días antes del concierto que brindará en la tierra que lo vio crecer, donde pasó su infancia y de algún modo, tomó conciencia del viaje por la vida. Está mansamente exultante, camina con la suficiencia y satisfacción que logran aquellos que sienten ya han cumplido con sus propias expectativas. Sin embargo, los vecinos del pueblo que lo conocieron en otra época, o que supieron de él por referencias de los medios de comunicación, cuando toman contacto con Ryder le trasladan sus problemas actuales, personales, ínfimos y de toda índole. En forma respetuosa, con los protocolos exasperantes de la cultura victoriana, el pianista famoso escucha e intenta dar soluciones. En algún momento se siente abrumado; no encuentra el tiempo material que necesita para ensayar el concierto y llega a una dramática conclusión: “en la ciudad se espera de mí algo más que un simple recital”.
Los buenos modales y las consultas se suceden. Ryder, rechaza fungir de ‘salvador’ y atribulado por las demandas reflexiona que “el mundo está lleno de individuos que se creen genios, cuando en realidad no se distinguen sino por una colosal inepcia para organizar sus propias vidas”.
Ryder es el personaje de “Los inconsolables”, novela de Kazuo Ishiguro, quien la publicó hace casi 25 años. Tras fatigar más de 500 páginas los vecinos van perdiendo interés en el concierto de Ryder, al que ya no ven más como el salvador de toda la mediocridad y envidia que los rodea y caracteriza. El afamado pianista cambia el concierto por un viaje en tranvía a través de la ciudad, que alguna vez fue su ciudad, compartiendo con otros viajeros un desayuno con sándwiches y exquisiteces. A Ryder no le interesa el rol asignado por esa comunidad de respetuosos y frustrados habitantes de algún lugar del centro de Europa.
Más allá en el tiempoy más acá en el espacio, el tema del “salvador social” fue tomado por el inefable Juan Domingo Perón. En una de sus clases de conducción política decía con ese estilo socarrón de sabio y Viejo Vizcacha: “Si Dios bajara todos los días a la tierra a resolver el problema planteado entre los hombres, ya le habríamos perdido el respeto y no faltaría un tonto que quisiera reemplazarlo”.
Perón, que también había sido profesor en el Colegio Militar y cargaba en su mochila con el deseo de superación de aquellos que en una etapa de la vida pasan adversidades de todo tipo, no ignoraba la distancia que existe entre ejercer de líder y la de creerse un Dios con capacidad para solucionar todos los problemas. Es decir, un líder es importante para conducir personas, pueblos, proyectos, pero no es un Dios. Desconocer el matiz lleva a equívocos irreversibles.
Hace unos días el periodista y escritor mexicano Jorge Zepeda Patterson observó una condición que se repite en dos presidentes de su país, uno de ellos el actual, Andrés Manuel López Obrador: la de actuar y creer que van a durar 30 años en el cargo. Esta distorsión del ejercicio democrático implica que el presidente de turno tiene más apego a conductas personales, intuiciones o supuestos “dones” únicos, que a establecer instituciones y formas de gobierno que van más allá de un mandato y trascienden al propio protagonista circunstancial. Para el autor del artículo, el desafío de los gobernantes consiste en hacerlo de un modo que los beneficios de las decisiones se mantengan para cuando ya no estén los impulsores de las medidas.
Como dato de nuestro país, y sin orden de importancia, constan algunas de medidas que trascendieron a sus protagonistas: el Sueldo Anual Complementario, la jornada laboral de 8 horas, el voto femenino, la Asignación Universal por Hijo, la protección de la infancia, la educación pública, universal y gratuita, el matrimonio igualitario, el derecho a un ambiente sano, el voto secreto y obligatorio, el derecho a la salud, entre muchos otros.
Y enhorabuena que fue así.