En 1943, en el bosque de Katyn (Rusia) fueron hallados 4.250 cadáveres de oficiales y soldados polacos que habían sido asesinados tres años antes. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, en el marco del Proceso de Nuremberg, los líderes soviéticos imputaron por dicha masacre a los dirigentes del Tercer Reich. Posteriormente, el tribunal rechazó la denuncia por no estar debidamente comprobada; mientras tanto, la opinión pública mantenía la creencia en la responsabilidad alemana. Sin embargo, años más tarde, en 1952, las investigaciones determinarían que los criminales nazis no habían tenido participación alguna en esos crímenes. En efecto, las pruebas evidenciaron que la policía política soviética había perpetrado la matanza de los oficiales polacos antes de la primavera de 1940 con la finalidad de eliminar a los líderes polacos que un día podrían oponerse a los planes soviéticos de comunizar a Polonia. Si bien las circunstancias geopolíticas de aquel entonces hicieron imposible el juzgamiento, se logró una investigación histórica y una condena moral, llegando incluso a producirse películas y documentales.
Ahora bien, este no fue el único caso de matanzas masivas que no tuvieron su correspondiente juicio, ni tan siquiera su recuerdo y homenaje. La actual República de Croacia, que recién en 1991 consiguió su independencia, 50 años antes, en 1941, había realizado un primer intento independentista buscando dejar de lado el yugo de los “eslavos del sur” que desde hacía décadas la oprimía. Sin embargo, la historia y las víctimas de uno y otro lado parecen demostrar que no supo elegir a sus aliados.
En 1945, a medida que se aproximaba la caída de Alemania y, con ello, la del Estado Independiente de Croacia, gran parte del Ejército croata y de sus ministros depositaban sus esperanzas en un desembarco anglo norteamericano en las costas croatas del Adriático. Estaban dispuestos a darles la bienvenida, evitando así la trágica e inminente llegada de los comunistas soviéticos y serbios. No obstante, ello no fue posible. Los croatas, cada vez más replegados sobre la capital Zagreb, decidieron abandonarla el 8 de mayo. Fue entonces cuando emprendieron la retirada hacia la frontera austríaca, en vistas a rendirse ante las tropas aliadas y someterse a las normas internacionales sobre prisioneros de guerra. Buscaban evitar la repatriación forzada y todo lo que ello implicaba. Sin embargo, tampoco esta opción fue posible: a pesar de las negociaciones con los generales ingleses, el 15 de mayo de 1945 se produjo la rendición incondicional del Ejército y el pueblo croata, siendo inmediatamente entregados a las tropas partisanas comunistas como prisioneros de guerra.
El principio del fin
A partir de allí comenzaría lo que se denominó la Tragedia de Bleiburg del pueblo croata, esto es, la matanza por parte de tropas comunistas yugoslavas de alrededor de 200.000 croatas, militares y civiles, en las inmediaciones de la ciudad austríaca de Bleiburg, sin consideración alguna de edad o sexo, sin sumario ni juicio alguno. Dentro de esta enorme cantidad de víctimas se encontraba el grueso del Ejército croata, pero también miles de patriotas croatas que huían del terror comunista: mujeres, niños, dirigentes políticos, intelectuales, obreros y campesinos. Asimismo, quienes sobrevivieron a las matanzas iniciales debieron atravesar un amargo vía crucis en las “marchas de la muerte”, en los campos de concentración y en las cárceles.
Semejantes hechos merecen algunas consideraciones, tanto desde el punto de vista jurídico como político. Por un lado, resulta indudable que con esta masacre se produjo una violación flagrante de los derechos y las costumbres de guerra y de los principios del derecho penal de las naciones civilizadas. Por otro lado, así como en Katyn se había buscado eliminar a aquellos que un día pudieran oponerse a los planes de comunizar a Polonia, en Bleiburg se buscó eliminar a la gran parte del pueblo croata que aspiraba a defender y mantener su independencia, impidiendo la formación de un nuevo Estado plurinacional y dictatorial como lo era, y lo siguió siendo, Yugoslavia. Lamentablemente, al día de hoy, el Bleiburg croata no tuvo la misma suerte, en cuanto a reconocimiento y recuerdo, que el Katyn polaco.
Hoy, a 68 años de aquellos acontecimientos todavía no juzgados, acompañamos en el dolor a la colectividad croata y hacemos votos por que formen parte de un pasado que jamás se repita en la historia de la humanidad.