Paulo Menotti / Especial para El Ciudadano
Desde hace más de medio siglo, casi en sintonía con la aparición de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, la escritura de la historia de América Latina se vio incrementada y renovada de manera inconmensurable. Incluso, desde los ámbitos universitarios y tras las dictaduras latinoamericanas en los años 80, la multiplicación que se tradujo en una enorme cantidad de textos de esta historiografía enriqueció las miradas y los análisis pero también presentó una serie de complejidades que hacen difícil una revisión general.
Esos “ejes problemáticos” tienen que ver con la disímil producción regional y el acceso a las mismas, es decir, desde las universidades de toda América Latina de produjeron miles de tesis y es difícil poder reunirlas y dar cuenta de ellas; además la pluralidad de temas y la densidad de los mismos también complican esa tarea; y por último, una polisemia de conceptos que se vuelven increíbles en un subcontinente en el que predomina el castellano, además del portugués, que no debería presentar un conflicto en primera instancia.
Frente a este complejo panorama y ante la necesidad de escribir una historia general de América Latina, tres historiadores rosarinos, Marta Bonaudo, Diego Mauro y Silvia Simonassi se abocaron a esa tarea a partir de dos hilos que logran unificar al pasado de nuestros pueblos, las reformas y las revoluciones.
Hacer la América Latina
“La historia de la América Latina contemporánea se inicia con un hecho revolucionario –el de las luchas por la independencia– que se despliega al calor del agotamiento y crisis global de la formación imperial hispánica. A partir de dicha crisis se irían redefiniendo las relaciones sociales y de poder”, explican Bonaudo, Mauro y Simonassi para comenzar a definir cómo se conformó ese espacio que llamamos América Latina.
Lo que habían sido colonias del Imperio español y de las coronas francesa y portuguesa, entraron, a principios del siglo XIX, en guerra con sus metrópolis, salvo el caso de Brasil y algunas islas del Caribe. Esas luchas, que terminaron forjando las independencias, fueron en clave liberal. Cuando estas contiendas se fueron terminando, se iniciaron otros problemas, que tenían que ver con la construcción de nuevos países con forma de repúblicas, con sus organizaciones políticas y sociales, además de los problemas heredados de la época colonial.
Sin embargo, el ciclo de independencias deja al descubierto diferencias regionales, grupales, raciales y de clase, y la “americanidad que las unió en esas luchas, no tiene la densidad suficiente como para concretar el sueño bolivariano de una única nación”. En ese sentido “la Patria grande” no fue posible.
Aparece un Tío mandón
Una vez que fueron derrotadas las antiguas metrópolis coloniales, apareció Estados Unidos, apodado Tío Sam, que desde el norte buscó darle al espacio latinoamericano un orden para su beneficio, en disputa con las potencias europeas. De ahí el nombre que diferencia a la América anglosajona de la latina, a la que se podría sumar la denominación de hispánica. Lo que estaba en disputa era qué potencia iba a darle un orden al espacio latinoamericano.
En ese marco, las elites locales jugaron un rol clave al asociarse a una u otra potencia de acuerdo a sus propios intereses o posiciones políticas, conservadoras o liberales. En esos parámetros se resolvieron las inserciones en la economía mundial, en la política hacia pueblos originarios y esclavos, entre otras, y la manera de resolver esos conflictos o el camino a seguir, fue la violencia.
“La violencia política fue una estrategia de construcción”, para estos países latinoamericanos, aseguran los autores de este libro.
Con esos parámetros, América Latina se insertó en la división internacional del trabajo como productor y exportador de materias primas que recibió parte del capital financiero generado en las potencias centrales y permitió la acumulación de capital a las elites locales en una lógica liberal.
Reformas y revolución
Iniciado el siglo XX, el ciclo de gobiernos oligárquicos comienza a mostrar su límite. Los autores analizan este primer momento a partir de cuatro ejemplos de gobiernos populares que implementaron formas de ampliación democrática, con la generación de estructuras partidarias y clientelismo y reformas sociales.
El primero fue el batllismo en Uruguay, con las presidencias de José Batlle y Ordóñez (1903-1907; 1911-1915), que generó una serie de reformas que convirtieron al país vecino en una república de avanzada por reconocer derechos obreros, de trabajo infantil y femenino, el derecho al divorcio con sólo la decisión de la mujer, avances en la educación y la separación entre la iglesia católica y el Estado.
El yrigoyenismo, (Hipólito Yrigoyen 1916-1922; 1928-1930), que si bien impulsó un avance en reformas sociales y un acercamiento al movimiento obrero, caminó en la vía inversa y propuso un acercamiento con los sectores católicos. El alessandrismo chileno, (Arturo Alessandri 1920-1924; 1925; 1932-1938), quien, según los autores quedó a mitad de camino de los otros ejemplos porque, a pesar de contar con una vasta estructura partidaria no logró mellar el poder de la oligarquía, lo que llevó a esa experiencia de principios de la década de 1920 a una serie de episodios que envolvieron a los militares.
Pero la crisis de 1930 obliga a repensar y reorganizar a los países latinoamericanos, incluso ensayando modelos protokeynesianos. Se da entonces una nueva época de reformas económicas y sociales que se separan del liberalismo económico abrazando el keynesianismo con sus recetas de proteccionismo, derechos para los trabajadores y apoyo a la industria nacional.
Aparecen con los llamados gobiernos populistas de Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina.
Nueva rondas
Con el título “Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones”, los autores engloban un periodo de radicalización y modernización en América Latina desde mediados del siglo XX y durante más de 30 años. Entre las reformas que parecieron revoluciones aparecen la experiencia de la Guatemala, de Jacobo Arbenz y, principalmente, el Chile de Salvador Allende. Mientras que en las revoluciones que emprendieron verdaderas reformas, se ubican la cubana y la de Nicaragua.
Estas experiencias se dieron en el contexto de la Guerra Fría con dictaduras, gobiernos autoritarios con marcado apoyo de Estados Unidos y un anticomunismo creciente que se antepuso a una “resistencia social y organización de sectores subalternos”, que se abren camino hacia procesos de democratización, diversificación de la producción y ampliación de derechos políticos.
Claramente, la Revolución Cubana marcó un nuevo periodo, incluso a partir de 1961, “luego del giro socialista de la Revolución” porque “ubica el debate y las presiones de porciones importantes de los grupos subalternos en relación al Estado y las clases dominantes”, explican los autores.
Por último, el ensayo del neoliberalismo en la dictadura de Augusto Pinochet en Chile durante la década de 1970 preanunció una nueva época sobre el fin del siglo pasado. En este punto los autores analizan los gobiernos dictatoriales que se opusieron a las movilizaciones sociales, hasta las democracias que terminaron imponiendo el modelo neoliberal en América Latina.
A modo de conclusión los autores presentan el triunfo de Evo Morales en la presidencia de Bolivia como una señal de nuevos tiempos a principios de este siglo. Éste y otros gobernantes que emergieron en ese tiempo son una muestra de la resistencia de los pueblos a las políticas neoliberales implementadas anteriormente.
Bonaudo y los historiadores con perspectivas renovadoras
Este texto fue uno de los últimos escritos por la profesora Marta Bonaudo, justamente en compañía de Diego Mauro y Silvia Simonassi. Fallecida el año pasado, Bonaudo fue doctora en Historia, profesora de Historia Argentina de la Universidad Nacional de Rosario e investigadora del Conicet. Comenzó sus estudios en la década de 1960 cuando junto a Sergio Bagú y Nicolás Sánchez Albornoz inició una renovación de la Historia hacia una perspectiva social y económica. Luego, completó sus estudios en Francia junto a Georges Duby, y durante los años 90 desde la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes buscó formar a nuevos historiadores con perspectivas renovadoras. Este trabajo es un claro ejemplo de esa labor, ya que, Mauro y Simonassi forman parte de esa renovación, quienes plantean nuevos interrogantes y nuevas perspectivas sobre nuestro pasado.