Por David Ferrara, fotos de Juan José García
Permiso para enloquecer, permiso para disfrutar. Ya el tiempo dirá si el destino quiere gastar una broma macabra, pero a Central le alcanzó un puñado de partidos para recuperar vestigios de solidez defensiva y mostrar que tiene adelante un desequilibrio que pocos equipos pueden ostentar.
Es que la tarea en Mendoza convenció definitivamente a todos de copar el Gigante, de que el humo de banderas quemadas y el acto electoral de la tribuna picante no era tan importante como vivir la pasión en plenitud y recibir el bautismo del 2025 en el templo sagrado.
Y el manto, nada casual, no sólo tiene el gallito otra vez en el escudo, sino que muchas más que reminiscencias de la única Copa internacional que se ganó para la ciudad. Porque si la camiseta trae los mejores recuerdos, el short azul con los vivos inferiores amarillos terminan de afianzar esa tan hermosa nostalgia que ni siquiera los éxitos recientes opacarán. Todo recuerdo grato es inolvidable en el corazón del hincha.
Arquero símbolo de la casa, dupla central firme y talento de mitad de cancha hacia adelante son algunas otras de las coincidencias de un equipo que tiene al Profesor como DT, mientras que aquel tenía al Maestro Don Ángel.
Pero la real y verdadera coincidencia es la de las caras alegres en las tribunas, la de los abrazos repletos de gol, el afinar la mirada y estirar el cuello para no perderse el detalle de lo que inventará Campaz, o contagiarse de cada pelota trabada o un despeje de los capos del fondo.
La tribuna tiene un dueño, la ilusión.