El paso de los años significa para un ser humano acumulación de sabiduría, riqueza de recuerdos, aprendizaje constante, horizontes nuevos por explorar con la plena conciencia de lo que se desea y la certeza de cómo alcanzar los objetivos propuestos y, sobre todo, el poder acariciar con las manos la libertad.
¿Decadencia? ¡Jamás! El cuerpo humano es una maravillosa maquinaria compuesta de aparatos y sistemas y un cerebro capaz de regular las funciones conscientes e inconscientes y que constituye la computadora más perfecta, porque es una obra divina. Sobre todo lo tangible, se elevan el intelecto y el espíritu de cada individuo, que se albergan dentro del cuerpo humano que es un verdadero templo.
A lo largo de la historia, la especie humana ha sido capaz de transformar el mundo en que vivimos; esto hace la gran diferencia entre los seres racionales o superiores y los demás especímenes de la escala vital que integra este planeta nuestro. Es característica natural de los seres vivos, la temporalidad; el ciclo de vida se inicia con el nacimiento y termina con la muerte después de crecer y reproducirse.
Los seres humanos estamos más comprometidos a dejar testimonio de nuestro paso por la vida por poseer alma e intelecto. A medida que cumplimos años lo natural es que la experiencia y el aprendizaje sea cada vez mayor. La primera etapa de vida constituye la mejor época para aprender, porque a partir de los dieciocho se pierde un promedio de mil neuronas diarias y es por todos sabido que el tejido nervioso ¡no se reproduce!
Y de éste depende la capacidad de aprendizaje del individuo. La existencia es una carrera que no se detiene ni da marcha atrás. Cada día representa una esperanza de vida y una oportunidad para crecer; de cada uno de nosotros depende el sentido que se le dé porque somos los arquitectos de nuestra existencia. Es indudable que de la formación familiar depende en gran parte la perspectiva que se tenga: el ejemplo cunde. Pero también existe el carácter y la fuerza interior que cada uno de nosotros tenemos en lo más profundo de nuestro ser, como regalo del Creador cuando llegamos al mundo.
Con todo este bagaje, más la influencia del medio que nos rodea y los acontecimientos que marcan nuestras vidas, vamos transitando hasta llegar a una edad en la que sentimos que los años caminan más de prisa, que los hijos y nietos crecieron sin que nos percatáramos y que los parámetros de la vida son distintos de los que aprendimos tiempo atrás. A veces no entendemos bien las expresiones artísticas actuales en los distintos campos y las costumbres sociales, políticas, etcétera, difieren de las que nos enseñaron en la infancia.
En ese momento quedan dos caminos que pueden tomarse: encerrarnos en nuestro mundo y aislarnos con el grupo de personas que comparten el mismo pensamiento, huyendo del modernismo y la evolución y “envejecer”. Sólo queda esperar el momento que “llegue nuestra hora de partir.”
La otra alternativa es adecuarse al entorno que nos rodea, entender que la vida es cambiante, vivir y aprender. El pasado representa nuestras raíces pero lo que se fue no lo podemos hacer volver. Ni revivir a los muertos ni las condiciones de vida del ayer. Éste debe quedar como un dulce y nostálgico recuerdo pero nada más. El futuro nos depara nuevos descubrimientos, una aventura que tenemos el privilegio de vivir, porque algunos se van quedando en el camino prematuramente y nosotros tenemos el privilegio de continuar. No hay regla que nos permita saber cuándo nos iremos, no importa la edad. Por lo tanto hay que vivir cada día como una maravillosa aventura y disfrutarla, nunca sufrirla.
Un día me preguntaron si me consideraba vieja por mi edad y mi respuesta fue que si Dios me permitía llegar a los 80, sería una jovencita de 80. Por desgracia existen ancianos de 30, 40, 50. Todo es cuestión de actitud ante la vida. La vejez, más que un problema cronológico es un problema de mentalidad. El cerebro no envejece si lo mantenemos ocupado en aprender, es como un músculo de nuestro cuerpo: si lo ejercitamos, lo mantenemos en forma; si lo dejamos sin usar, se atrofia.
A pesar de la pérdida de neuronas de la que hablábamos en el principio, cuando estamos activos las sinapsis o conexiones neuronales se multiplican si el cerebro lo mantenemos trabajando y aprendiendo, y suplen la pérdida de neuronas y no perdemos las capacidades. La clave de la juventud no radica en una fuente mágica o un brebaje extraño o un conjuro de algún tipo. Está en la predisposición de cada individuo ante el futuro. Está comprobado científicamente que la actitud marca la diferencia aun ante enfermedades difíciles. El cerebro humano y la voluntad son capaces de vencer a cuadros patológicos del cuerpo, con sólo una actitud de lucha y el deseo profundo de vivir. Cumplir años no significa envejecer, sino adquirir experiencia para vivir mejor. Los recuerdos deben ser el timón que nos conduzca y no el ancla que nos detenga. Cada vez que amanece es una nueva posibilidad de aprender y crecer. ¡Nunca es tarde para empezar algo! La vida es aprendizaje y crecimiento continuo y cuando nos marchamos de este mundo, emprendemos la mayor de nuestras aventuras.
Es viejo quien quiere serlo. Los años dan experiencia, seguridad, sabiduría, perspectivas superiores, es una época de la vida que debe disfrutarse y no sufrirse. Somos sobrevivientes de esta lucha diaria y cada vez que olemos una flor, vemos la luna sobre el terciopelo de la noche, escuchamos el murmullo del mar en una playa tranquila, sentimos la belleza de las montañas, o vemos volar en el zenit un ave que juega con el viento, debemos alegrarnos de estar vivos, saludar al sol cuando sale con una plegaria a Dios y vivir plenamente lo que se nos presenta. ¿Viejo? Jamás.