Por Carlos Polimeni / Noticias Argentinas
La historia de la máxima estrella femenina del cine nacional, una mujer de distinguida belleza que se consolidó como diva después de qué su más famosa película ganase el primer Oscar de la Academia de Hollywood para la Argentina, parece haberse evaporado hace décadas de la memoria colectiva nacional, tal vez por una retorcida venganza política.
El estrellato de Zully Moreno, respaldado por su marido, un peso pesado de la industria del espectáculo, iluminó el cine argentino y latinoamericano durante gran parte de los años 40 y mitad de los 50, en la era en que la fábrica de ilusiones en castellano para las masas funcionaba de la mano de los intereses políticos del primer peronismo, enmarcada por una época de bonanza económica local. Pero luego del golpe de Estado de 1955, las acusaciones sobre las relaciones con el poder de su marido, el ex periodista, autor de letras de tango (escribió las de “Alma de bandoneón” y “Madreselva”, entre otras) y cineasta César Luis Amadori terminaron salpicando la imagen de una estrella hasta allí inalcanzable, que marchó con él rumbo al exilio español y un lustro después se retiró para siempre, antes de cumplir sus 40 años.
En este mes de octubre, en que se cumplió un siglo de su nacimiento, los pocos recuerdos publicados sobre aquella mujer alta, discreta, elegante, que tenía fuera de los sets la vida de una millonaria de verdad, parecen nutridos más la pereza de las obligaciones que de la certeza de la verdad, aunque sea difícil saber con exactitud qué motivos la empujaron a mantener por décadas la decisión que comenzó a evaporarla de la historia. La verdad puede ser difícil de desentrañar: a diferencia de muchas de las figuras de la cultura y el espectáculo que fueron perseguidas luego de la “Revolución Libertadora” por su adhesión al peronismo –entre ellas Hugo del Carril, Tita Merello, Antonio Tormo, Leopoldo Marechal, Nelly Omar—Zully no reclamó reconocimiento en el futuro, prefirió un mutis por el foro eterno, sin quejas ni lamentos públicos. Es extraordinario su caso, porque después de haber regresado del largo exilio de tres lustros en España para regentear el Teatro Maipo, tras la muerte de su marido en 1977, Moreno redobló su apuesta anterior al silencio, hundiéndose en un ostracismo del que ninguna oferta la sacó, de manera tal que nunca más actuó, ni habló en público, salvo contadas y excepcionales situaciones. En esta larga segunda parte de su vida, numerosas veces le ofrecieron conducir televisión, incluso reemplazando a Mirtha Legrand, encabezar obras de teatro o volver al cine, pero no había forma ni siquiera de empezar las negociaciones pertinentes con una mujer que estaba deprimida y consideraba que no valía la pena esforzarse por recuperar el lugar que había perdido.
«Ella, que llegaba a los estrenos en un Cadillac y caminaba por una alfombra roja; que era amada por su público, que se convirtió en una diva de teléfonos blancos, que era sinónimo de lujo y de escaleras de mármol, que era experta en moda, se apagaba poco a poco”, escribió Paola Florio para el diario La Nación. “Dicen que no hubo ni un solo día desde la muerte de Amadori que no hablara de él, que no lo llorara. Nunca pudo recuperarse de esa pérdida.» Apenas dos veces en cuatro décadas se animó a la mirada del público: la primera fue una salida al Teatro Municipal General San Martín, para la presentación de un libro sobre la historia de Argentina Sono Film, del que además había sido “socia”, en su carácter de esposa de uno de los accionistas, que había tenido además el privilegio de ser autor de algunas de los films más recaudadores. La segunda ocurrió cuando fue convencida por la productora y directora Clara Zapettini para que aceptara un homenaje de ATC en el programa «Historia con aplausos», en cuyo transcurso dijo que cuando era joven se había sacrificado demasiado para llegar a ser una figura relevante -«A veces hasta estaba 12 horas trabajando de pie y lo hice con amor”—y que luego había perdido el fuego sagrado, aunque no el respeto de los espectadores. «Yo siempre sentí el cariño del público, y estuve a su altura», se explayó en ese atípico momento. «El amor de las personas se siente porque te escriben, porque te llaman, porque te van a ver, porque te cuentan de sus vidas, sus problemas y entonces quieren saber sobre tu vida fuera del set y te hacen preguntas y las dejás contentas porque se dan cuenta que nosotras, las estrellas, también pasamos malos ratos, malísimos ratos’’, contó.
En su esplendor, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina la había premiado como como Mejor Actriz por su labor en “Celos”, “Dios se lo pague” y “La mujer de las camelias” y en la cima de su popularidad había trabajado con algunos de los mejores directores, entre ellos Mario Sóficci, que la dirigió en “La gata”, Carlos Hugo Christensen, que lo hizo en “La trampa” y Lucas Demare, en “Nunca te diré adiós”. La famosa “Dios se lo pague”, dirigida por su esposo y ganadora del Oscar de la Academia de Hollywood a la Mejor Película en Habla No inglesa de 1948 –en un momento en que no se entregaban estatuillas, sino diplomas, y np se transmitía en vivo la ceremonia por televisión- fue estrenada en Estados Unidos e Inglaterra, en un vértice de la historia en que la producción de cine en México y Argentina colmaba el imaginario latinoamericano. Tanto en esa mega producción, pensada para el éxito internacional que consiguió –y que en realidad fue el regalo de casamiento de Amadori– como en “Nacha Regules”, su compañero en el protagónico resultó el cotizado galán Arturo de Córdova, un mexicano que antes de triunfar en Hollywood había vivido aquí, por lo que manejaba bien el acento porteño, además de ser un campeón de la noche. El mexicano, que llegó a trabajar en más de 100 películas, fue contratado por Amadori después de haber brillado en algunas grandes producciones de Hollywood, entre ellas “Por quién doblan las campanas” (1943), en que desempeñaba junto a Gary Cooper e Ingrid Bergman, y “El pirata y la dama” (1944) que lo mostraba en pareja con Joan Fontaine, en una muestra elocuente del poderío competitivo de la industria local. “La mujer de las camelias”, adaptación de Ernesto Arancibia de la famosa novela “La dama de las camelias” de Alexandre Dumas (h), con un elenco en que Zully Moreno rivalizaba con Mona Maris, tuvo también su impacto internacional al obtener el Globo de Oro a La Mejor Película en lengua no inglesa, por primera vez en la historia del cine argentino (la segunda fue “La historia oficial”, más de 30 años después). En España filmó “Madrugada”, película por la que ganó un premio especial del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor actriz extranjera, “Una gran señora” y “Un trono para Cristi”, y fue tentada por el realizador Dino Risi para seguir su carrera en Italia, ofreciéndole trabajar junto a Vittorio Gassman, pero al comenzar la década del 60 decidió dar por terminada su carrera y se mantuvo firme durante los siguientes 40 años. Nacida en Villa Ballester, el 17 de octubre de 1920, Zulema Esther González Borbón tuvo un problema antes de convertirse en la diva por excelencia del cine argentino, por su belleza distante y un porte comparable a las grandes estrellas de la época dorada de Hollywood, en una era de teléfonos blancos, comedias fáciles, grandes vestuarios, escaleras enormes y dramas inolvidables: era demasiado alta para los estándares de la industria.
La historia marca que fue Niní Marshall, que era bajita, quien le insistió el director Luis Bayón Herrera en 1938, durante el rodaje de “Cándida”, para que le hiciera unos buenos planos a esa espigada jovencita de 18 abriles, que terminaron iluminando la pantalla y llevándola por el camino en que comenzó a lucirse en filmes como “Orquesta de señoritas”, “Los martes, orquídeas” y “Papá tiene novia”. El casamiento en 1947 con Amadori, que debió disolver una pareja con otra actriz, resultó el respaldo imprescindible para su carrera hacia el estrellato: el peronismo había entendido que el cine, una industria sin chimeneas, podía generarle al público argentino un conjunto de fantasías en su propia lengua, compitiendo así con las que bajaban desde los Estados Unidos, y necesitaba para eso un sistema estelar propio. Hay quienes la definen, con la perspectiva del siglo XXI, como una diva “nacional y popular” en las antípodas del personaje cruel en que eligió convertirse desde la televisión su ex compañera de sets Legrand, pero la verdad es que fuera de las luces del cine Zully llevaba una vida de millonaria, repleta de lujos y comodidades, como si en rigor corporizara las fantasías del star system anglosajón solo que en el sur de América. “Se trata de una de las pocas divas que tuvimos, sobre todo porque el sistema de estrellas maduró para la década del cuarenta y Zully cruzó ese umbral sin entrar en el estereotipo de las ingenuas”, como ocurrió luego con su contemporánea Legrand, analizó la semana pasada ante una consulta del diario Página/12 la especialista Paula Félix-Didier, directora del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken. “Pero tampoco fue la bomba sexy de los cincuenta, sino que tuvo todos los elementos de la estrella hollywoodense: era blanca, rubia, elegante”, puntualizó. “Claro que también fue una construcción de Amadori y Argentina Sono Films, un estudio abocado a lo comercial, que sin arriesgar mucho desde lo formal estaba siempre detrás del gusto del público. Zully encajaba perfecto en ese molde”. Lo que en 1955 la Revolución Libertadora le cobró a Amadori, que estuvo detenido mientras la espaciosa casona en que vivía con Zully era allanada, antes del exilio en común, no fue que hubiese algún tipo de peronismo explícito en sus películas, sino su relación de mutua conveniencia con el poderoso Raúl Apold, el Subsecretario de Medios e Información Pública, hombre clave de la comunicación del gobierno de Perón. «Nunca nos habíamos metido en nada», dijo Zully años más tarde para explicar cómo la shockeó el accionar uniformado. “Llegó un momento (…) en que mi casa estaba invadida por policías. No entendía nada: mi hijo tenía fiebre, a mi marido se lo llevaban preso y yo sin comprender por qué. Me preguntaron chismes y cosas que no sabía, no entendía. Jamás tuve un solo puesto, nunca pertenecí a la Sociedad de Actores, no participé en festivales, no hice nada de nada». Los golpistas comandados por el general Pedro Eugenio Aramburu no sólo instauraron en 1955 el sistema de persecución y listas negras que afectó a docenas de artistas sino que también encarcelaron empresarios, entre ellos a Amadori y los socios principales de Argentina Sono Films, Lucas y Atilio Mentasti, convencidos de que había que desperonizar la industria del espectáculo. La paradoja es que la pareja no mantenía una relación fluída con el presidente sino una prudente distancia: antes de conocer a Eva Duarte, pero siendo ya viudo, el coronel Perón había buscado contacto con la todavía soltera Moreno, que declinó con gentileza cualquier posibilidad de una relación escudándose en que tenía una, aún secreta para el público, con Amadori, aunque era 18 años menor que él. La ex vedette y actriz Mimi Pons, que fue su cuñada y la acompañó en los días finales de su vida, contó hace pocos años en un programa especial de la serie de biografías documentales de Canal Encuentro “Soy del Pueblo” que cuando le preguntó por ese pasado de relaciones entre personas muy notables, sin dar más explicaciones, la septuagenaria estrella retirada le contestó con esta síntesis: “Perón amó dos mujeres: Eva Perón… y Zully Moreno”. En un homenaje a Paco Jamandreud, el modisto que tuvieron en común publicado por la revista Vanity Fair, se cuenta que cierta vez que él llegó tarde a probarle un vestido, hubo un chispazo revelador. “Eran las 20 y ella le esperaba desde las 18”, cuenta la nota firmada por Edu Bravo. “Vengo de lo de Zully Moreno –se excusó y, para quitarle hierro al asunto, añadió–. A propósito, Zully le envía saludos”. “¡Que se los meta en el culo! Fue su respuesta delante de todos”. Pero al margen de los celos entre figuras, aquel era, un gobierno pragmático: en 1952 le pidió a Amadori, al que Apold conocía desde el secundario en el Colegio Lasalle, que se hiciera cargo de escribir y dirigir el corto “Eva Perón inmortal”, luego de haber contratado el año anterior al realizador estadounidense Edward Cronjagar, de la 20th Century Fox, para que filmase el gigantesco funeral que fue central para el documental “Y la Argentina detuvo su corazón”. Apold no era fácil: el gran Hugo del Carril, cuya voz engalanaba “La marcha peronista”, debió puentearlo a través de Evita, que habló directamente con Perón, para lograr estrenar su notable película “Las aguas bajan turbias”, basada en la novela “El río oscuro” de Alfredo Varela, que estaba a la izquierda del peronismo y cumplía con una condena por haber orinado en las paredes de la embajada de la URSS en la Argentina. En 1954, ese mismo gobierno, organizó el primer Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en que el primer mandatario se codeó con figuras internacionales como los italianos Gina Lollobrigida y Alberto Sordi, la francesa Jean Moreau, el español Fernando Fernán Gómez y los estadounidenses Errol Flynn, Mary Pickford, Joan Fontaine, Edward G. Robinson y Walter Pidgeon, entre otros. Es posible que Zully Moreno se haya inspirado, al tomar en 1960 la decisión de no ser parte del estrellato nunca más, en la historia previa de una gran figura del cine estadounidense Greta Garbo, sueca de nacimiento, qué en 1941, a los 36 años se retiró en el apogeo de su fama, y nunca más fue vista en público, aunque vivó hasta sus 84 en un lujoso departamento en la zona del Central Park de Nueva York. En ese caso, se estima que Garbo intentó preservar del paso del tiempo la belleza de su rostro siempre serio, pero quizás le haya impactado también la historia de Ada Falcón, “La emperatriz del tango”, que por un desengaño en su relación amorosa con el director y compositor Francisco Canaro se apartó de la vida pública en 1942 para internarse en un convento de clausura y morir ¡60 años después! en un geriátrico de Córdoba. Pero también está claro que antes de partir de este valle de lágrimas a los 79 años, el 25 de diciembre de 1999 en Buenos Aires, presa del llamado Mal de Alzheimer, Zully debió haber masticado mucho tiempo el amargo menú del que se sabe víctima de una injusticia gigantesca, pero no tiene fuerzas ni ganas de llamar a Rocinante para salir a combatir por última vez contra los molinos de viento. Por entonces, peronismo estaba en el gobierno otra vez, pero ahora el presidente Carlos Menem se abrazaba con el almirante Isaac Francisco Rojas, se desvivía por ser invitado a los programas de televisión de Mirtha Legrand, Mariano Grondona o Bernardo Neustadt y si había una diva de los teléfonos blancos era Susana Giménez, que gritaba como poseída cuando hablaba desde un estudio brilloso con personas a las que no registraba.