En el mes en el que celebra treinta años ininterrumpidos de radio, el popular escritor, músico y conductor Alejandro Dolina vuelve a Rosario para realizar en vivo su clásico programa La Venganza será terrible, que se emite por Del Plata AM 1030 de martes a viernes. Junto a Patricio Barton y El trío sin nombre, se presentará el viernes y sábado próximo, a las 21.30, en El Círculo (Laprida y Mendoza). Las entradas continúan a la venta en la boletería del teatro y por Sistema Ticketek.
A una semana de su regreso a la ciudad, Dolina habló con El Ciudadano sobre la radio, sus audiencias y su oficio; y fiel a su estilo, dejó una serie de definiciones sobre lo que, a su entender, ocurre en el presente.
—Todavía se recuerdan los anfiteatros que hiciste en Rosario hace 10 años. ¿Es éste el momento para volver a Rosario?
—Alguno tiene que ser. Incluí a Rosario en esta gira porque es una de las ciudades más importantes del país y quizá donde fui más feliz desde el punto de vista artístico: hemos hecho algunas funciones que estuvieron bien y otras no lo sé pero donde la respuesta del público fue tan cariñosa y poderosa que significó una gran alegría.
—Algo que ocurre con tu programa es que, en tiempos en que todo tiene cierta fecha de vencimiento, seguís haciendo uno de los pocos ciclos de culto que sobreviven en la radio argentina. No te pregunto por qué continúas sino ¿por qué creés que sigue siendo un éxito de audiencia?
—Ojalá sea porque está bien el programa. La verdad que no lo sé. Hay una renovación de la audiencia que inevitablemente tiene que darse para poder pertenecer al mismo target. Quiero decir que algunos oyentes se van retirando por una puerta y otros entran por otra. La puerta por la que se retiran es la del progreso personal, los compromisos, el tener que levantarse temprano; y las otras puertas son el ingreso al mundo de la enseñanza, de los libros, de la educación que los lleva a compartir con nosotros algunos intereses.
—¿Decís que la puerta de salida de la audiencia está dada por el progreso personal?
—La gente que progresa encuentra otras obligaciones, tiene una vida más rica, más interesante (sic), y en general a las doce de la noche no tienen tiempo para escuchar la radio.
—Cambiaron los modos de escucha de la radio pero “La venganza…” sigue invitando a una recepción más clásica…
—Lo que cambió fueron las metodologías y las tecnologías: se puede escuchar de otros modos; las áreas de cobertura dejaron de tener importancia porque la radio tiene un alcance ecuménico, de manera que no es necesario tener la suerte de tener una antena cerca: ahora te escuchan en China, a la hora que se les dé la gana; se vuela menos. Las palabras ya no se las lleva tanto el viento. Eso es un cambio pero los contenidos están allí, siguen siendo los que uno quiera, siguen dependiendo de cada persona.
—En una nota dijiste que “cuando uno, como profesional, se somete a intervalos regulares, todo se convierte en una rutina”. Con tantos años al aire, ¿seguís teniendo intacta la capacidad de improvisar?
—Uno siempre sabe hacia dónde van a ir las cosas. Lo nuestro es improvisación pero ella tiene también sus propios protocolos y los conocemos. Hay una profesión del improvisador: el payador que se mete a cantar en décima de milonga sabe y tiene preparadas sus destrezas, sus técnicas; es un oficio. Improvisamos sobre un adiestramiento previo.
—Muchas veces a las personas que, como vos, se permiten pensar su tiempo y desde allí al otro y al mundo que lo rodea, se las ve como envueltas en cierto tipo de mística, ¿por que crees que ocurre eso?
—No lo sé. Yo no comparto esa idea. A mí me parece que el pensamiento es una bendición que un ser humano tiene; no le veo a eso una situación mística sino el conocer reglas y aplicarlas como quien es aficionado a las ciencias. Del mismo modo uno se aficiona también por la poesía, todo eso involucra a la mente, al pensamiento, a unas reglas que hay que cumplir, y nada más. Todo lo otro me suena a venta de humo. Me parece mejor decir que uno, humildemente, sigue algunas reglas y a veces, con esas reglas, consigue algún tipo de acierto artístico, de belleza.
—¿Seguís eligiendo la radio por sobre la tevé para trabajar tus búsquedas artísticas?
—De ningún modo. Yo estoy en la radio porque la televisión no me da ni cinco de bolilla. A mí me gustaría hacer televisión, mucho más que radio. La radio me gusta relativamente. Yo estoy allí porque ella fue hospitalaria conmigo y me proporcionó un cierto éxito y no tengo ninguna oportunidad de hacer televisión. Pero preferiría la televisión porque es un medio más completo y atractivo pero, desde luego, necesita otros presupuestos.
—Parece complicado, en el contexto actual, que aparezca algún ofrecimiento en tevé…
—No lo veo complicado sino imposible. Así que acepto la radio y trato de modificarla teatralizándola un poco. Nosotros, quién sabe si hacemos radio, ¿no? Porque estamos haciéndolo con presencia de público, con recursos musicales y teatrales, muy poco radiales. Pero para la difusión de nuestro humildísimo mensaje la radio fue una bendición, nos aceptó y tiene la ventaja de admitir, con mayor hospitalidad, la complejidad.
“La excelencia es poder cautivar e interesar a la gente de alguna manera”
En el marco de la entrevista sobre su programa radial, Dolina habló con El Ciudadano sobre los medios de comunicación, el periodismo y el poder real. Y opinó que el camino para transmitir verosimilitud en la comunicación actual está en “la excelencia”.
—En relación al presente de los medios en el país, a tu entender, ¿cuáles son las posibilidades de elaborar un discurso genuino en el marco de una marcada hegemonía de ciertos medios masivos actuales?
—Se hace cada vez más difícil. Ya era difícil en la circunstancia del gobierno anterior… ¿Estamos hablando de eso?
—Estamos hablando de eso.
—Ya era difícil para aquellos que profesaban un pensamiento favorable a un estado inclusivo. Era difícil siendo el gobierno partícipe de esa forma de pensamiento. Calculá ahora, donde el gobierno nacional justamente piensa lo contrario, esa falta de lugares y foros adecuados es más notoria. Es un momento difícil. Lo digo y yo no padezco ese problema porque no soy un periodista político, pero los muchachos que se aplican todos los días a la política tienen graves dificultades según el discurso que vengan a profesar.
—Uno puede pensar que esto no es algo que sólo está ocurriendo en Argentina. Basta leer el panorama internacional y lo que los medios concentrados brasileños están haciendo hoy (por el viernes) con el ex presidente Lula Da Silva.
—Totalmente, es así. En general, los medios más poderosos, que algunos llaman medios hegemónicos, son los que están del lado de lo que podríamos llamar el poder real, es decir, el poder de las corporaciones, de las concentraciones de dinero; y los vientos de esas grandes corporaciones soplan en una dirección fuertemente liberal y capitalista, de derecha, como le quieras llamar.
—¿Cuál crees que es el abordaje que hay que seguir para transmitir verosimilitud en la comunicación informativa actual?
—Ojalá lo supiera. Yo no lo sé pero me parece que intentar la excelencia no está mal. Intentar hacer cosas bien hechas. Responder o entrar en un concurso sobre quién es más mentiroso o miserable no es el asunto. Los debates científicos y rigurosos en realidad son casi imposibles de concertar. De manera que hay que apostar a la creación de un mensaje atractivo que cada tanto, si tenemos mucha suerte, produzca como un destello de razonamiento. Si por un momento, con algunas luces súbitas, uno puede cautivar o interesar a la gente y persuadirla de alguna manera –aunque sea de un modo sentimental–, está bien. Creo que la excelencia es un buen camino.
—¿Tenés fe en la excelencia?
—En la mía no pero en la de algunos otros sí. La única posibilidad es cautivar a la gente mediante recursos artísticos, del pensamiento, científicos y filosóficos que sean atractivos, complejos y eficaces para llevar agua a nuestros humildes molinos.