Por Jesica Rivero / Cosecha Roja
“¡Viste qué linda la beba que tengo! Hay que ver si la puedo ver crecer, si me dejan estos hijos de puta”, dijo Josefina Villaflor, la Negrita, a su mamá a principios de 1980. Tenía a su hija Celeste a upa y al represor Ricardo Cavallo delante. Ella, junto a su cuñada Elsa, habían sido llevadas de “visita” a la casa de su madre en Avellaneda, como parte de lo que el aparato represivo llamaba “proceso de recuperación”. Ambas estaban en cautiverio en la Esma. Esa frase le costaría serias represalias en la vuelta al centro clandestino. Ninguna de las dos pudo ver crecer a sus hijas.
Celeste Hazan Villaflor es hija de Josefina Villaflor, la Negrita. Laura y Elsa Villaflor Garreiro son hijas de Elsa Martínez Garreiro, la Petisa. Militantes del Peronismo de Base y de las Fuerzas Armadas Peronistas, ellas fueron secuestradas, torturadas y desaparecidas por la última dictadura militar. Junto a sus maridos, José Luis Hazan y Raimundo Villaflor, estuvieron detenidas en el centro clandestino de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada. En la investigación “Las Villaflor. Identidad fragmentaria y memoria colectiva”, Malena Haboba reconstruye la biografía familiar y militante de dos mujeres desaparecidas de Avellaneda a partir, sobre todo, del testimonio de sus hijas.
Malena Haboba es periodista feminista. Se graduó el año pasado en la Universidad Nacional de Avellaneda con la tesis “Las Villaflor. Identidad fragmentaria y memoria colectiva”. Durante seis años juntó retazos de una historia atravesada por la lucha sindical, los derechos humanos y el horror de la dictadura. Se reunió con militantes sindicales, parientes, historiadores y compañerxs de ellas, las Villaflor anónimas, como las llaman.
Compañeras, amigas y cuñadas, Elsa y Josefina protagonizaron la militancia de los 60 y 70 y algunas de sus escenas cotidianas aparecen en la investigación a partir de diversos relatos.
La investigadora reconstruye la memoria de dos mujeres militantes desaparecidas a partir de una crítica feminista, observando no sólo la trayectoria biográfica de ellas sino visibilizando el lugar que ocupaban en sus respectivos espacios militantes. Sin embargo, parece anhelar mucho más. Ella dice que “así como maternan a sus hijxs, Laura, Celeste y Elsa, maternan la memoria de sus madres”.
“Las hijas fueron el punto de partida, ellas hilaron un relato que me fue llevando a otras personas, a otros testimonios”, dice Haboba.
“La principal motivación era la avidez que tenía de información”, recuerda Celeste Hazan Villaflor, hija de Josefina, la Negrita. “Es bastante poco lo que yo sé y es mucho lo que averiguó Malena. Para mí siempre fue difícil indagar, conectarme con la gente que me podía acercar alguna historia y conectarme con la vida de mis viejos”.
Una tarde de 2012 las primas Celeste y Laura dijeron que querían hablar de las “Villaflor anónimas”. El teje se ponía en marcha. Malena Haboba preparó la lapicera que sostuvo durante 6 años y que la llevó a hacer más de 26 entrevistas y a recorrer sedes sindicales, bares históricos, casas y bibliotecas, a la vez que juntaba documentos judiciales, políticos y familiares.
Las primas forman parte una familia emblemática para el sindicalismo argentino y los derechos humanos: lxs Villaflor, cuya integrante más reconocida es la prima de la Negrita, Azucena Villaflor, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, detenida-desaparecida en 1977.
“Hay una historia que queda guardada en el cuerpo de las mujeres, es así desde nuestras ancestras. Sus vidas y trayectorias son invisibilizadas y silenciadas y por un pacto patriarcal de silenciamiento. Esto no significa que haya varones diciendo: «No, no hablemos de esto», sino que hay todo un sistema social, cultural, político y económico que habla de ciertas cosas y de otras no”, sostiene Haboba. “Hay dos cosas importantes al momento de pensar, investigar y narrar las historias de las mujeres: primero, ver de qué forma aparecen contadas sus vidas, y cómo aparecen. Y por otro lado, ver la voz de estas mujeres, en calidad de qué aparecen. ¿Son protagonistas? ¿O aparecen acompañando a otros? Pensar eso es fundamental para poder narrar con perspectiva feminista”.
En “Caleidoscopio”, uno de los capítulos de la primera entrega en formato crónica de la investigación, los recuerdos de la militancia se cruzan con la ternura cotidiana. La Negrita Josefina aparece como una mujer con carácter muy fuerte: “De mierda, como el mío”, dice Celeste. Ella dirigiendo asambleas, discutiendo fuerte y poniendo límites, pero también feliz en fotos guardadas por su hija, rodeada de niñxs en la colonia del Sindicato. De Elsa las referencias están más vinculadas con ese rol maternal asignado culturalmente a las mujeres. “Mi mamá era muy mamá y la Negrita era muy intransigente”, dice Laura.
Un año después del secuestro de su mamá Elsa y su papá Raimundo, las hermanas Villaflor fueron separadas. Laura quedó viviendo en Avellaneda con lxs abuelxs paternos. A Elsa la llevaron a Montevideo para vivir con su abuela materna. De allí la cercanía de Laura con su prima Celeste Hazan Villaflor y el vínculo atravesado por el Río de la Plata con su hermana Elsa. Hoy las tres mujeres son mayores que sus madres al momento del secuestro.
“El vínculo con Malena fue fundamental para poder compartir esta investigación, porque no es lo mismo compartir cosas tan íntimas y personales con alguien desconocido que con alguien a quien tenemos un cariño, una amistad”, dice Celeste. Tanto ella como su prima Laura conocían a Haboba previamente y ese vínculo, afirman, les posibilitó recorrer estos años de búsqueda con amorosidad.
“No siempre es fácil recabar información sobre lo que pasó en la última dictadura porque lo que prevalece son los relatos del horror. Ir a entrevistar a sobrevivientes, familiares, hijxs implica un proceso de revictimización para la persona que habla. Aunque vayamos a hablar de las cosas lindas, son personas a las que les arrebataron a sus seres queridos. Hay testimonios que todavía no pude plasmar en esta investigación porque son diálogos que voy construyendo y son mujeres que no están listas para hablar y contar con detalle algo que aún les lastima”, retrata la periodista, y cuenta que está dando tiempo a estos testimonios con los que espera elaborar una segunda parte de su investigación.
“Las Villaflor” muestra fragmentos de las vidas de Elsa y Josefina, historias de su cotidianidad, situaciones de la vida fuera y dentro del cautiverio, anécdotas de militancia y de afectos que forman un “caleidoscopio identitario” no sólo de ellas, las madres, sino también de las hijas.
Elsa fue una de las 40 militantxs fundadoras del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros en Uruguay y una de las 15 fundadoras de las FAP en la Argentina. En esta última organización asumió la conducción junto a otros dos varones luego de la caída de todos los responsables en Taco Ralo. De los tres libros sobre la experiencia de las FAP, dos no la nombran y en uno aparece como una militante más. Según Haboba, “Esto es importante para poder pensar dónde y cómo se da ese pacto de silenciamiento patriarcal que decía antes”.
Celeste relata que el hallazgo que más la conmovió y marcó es una anécdota contada por una militante de la Federación Gráfica Bonaerense. “Ella y mi vieja eran las guardaespaldas de Raimundo Ongaro. Y me resultó un poco contradictorio ese dato, porque por un lado siempre se cuenta la participación de las mujeres como en actividades secundarias, pero ellas cuidaban a un tipo enorme. Y por otro lado, la imagen de mi madre, flaquita, menudita, siendo guardaespaldas de un referente como él. Me resultó un dato un poco bizarro, raro”.
En una carta llevada en una de las salidas de la Esma, la Negrita Josefina Villaflor le decía a Celeste: “Hija, que siempre tu camino esté marcado por lo que dicte tu corazón y tu conciencia. Mamita y Papito te extrañan, te quieren, te necesitan y aunque circunstancialmente hoy no estemos juntos los tres, te tenemos presente, porque en definitiva vos sos la continuación de nuestra propia vida. Mamá”.