En una sala con mesas grandes y rectangulares, el barullo de los bancos moviéndose y las charlas es interrumpido por Natalia García. «Los libros se pueden y se deben tocar», dice la docente e integrante de la comisión directiva y da la bienvenida a los alumnos y alumnas de la escuela Gabriela Mistral de barrio Fisherton que están por recorrer los siete pisos de La Vigil. Sobre las mesas hay libros de Juan L. Ortiz, Juan José Saer, José Hernández y publicaciones de tapa dura de Editorial Biblioteca. Las fotografías invitan a abrirlos. El olor a libro viejo también. Algunos chicos repasan las hojas, otros los tocan y huelen. Mientras charlan con García empiezan a enterarse de que en el edificio de Alem y Gaboto funcionó mucho más que una biblioteca. Están en un espacio de memoria que fue intervenido por la dictadura y muchos de sus integrantes hoy figuran como desaparecidos.
Distinto a una escuela de mecánica o un taller, La Vigil también fue lugar de un delito de lesa humanidad poco conocido: la quema de casi 50 mil libros. Desde 2015, cuando la provincia la incorporó como uno de los cuatro sitios de memoria de Rosario, la institución ofrece visitas guiadas abiertas al público y para escuelas primarias y secundarias. Este año y por primera vez el cupo está lleno hasta diciembre. Hay lista de espera de escuelas privadas, públicas y confesionales. El Ciudadano participó de una visita.
No solo de paseo
La recorrida empieza entre libros. Las maestras están paradas en la parte de atrás del salón y siguen las palabras de García, que además es investigadora de Ciencias de la Educación de la UNR. Cuando ella echa a andar las diapositivas los más distraídos guardan silencio y prestan atención. Relata cómo un grupo de jóvenes se interesó en la década del cincuenta en la vecinal del barrio. Un tiempo después serían parte de la comisión directiva de una de las instituciones más importantes del país, tanto cultural como financieramente. García hace hincapié en lo económico. Algunos chicos toman el dato. Otros tardan más, pero escuchan atentos, tratan de contestar las preguntas y miran a las maestras que los acompañaron. También sueltan exclamaciones.
Las diapositivas preparadas para las visitas guiadas muestran la historia de La Vigil antes de la intervención en 1977: el jardín de infantes, la escuela primaria y secundaria, la famosa rifa que llegó a ser nacional. Mientras pasan las imágenes, García narra como un cuento: Había una vez un grupo de amigos. Ninguno pasaba los 16 años y decidieron involucrarse en la vida de la vecinal de Tablada y Villa Manuelita. Uno de los más activos fue Albino Serpi. En 1954 formaron la subcomisión de la biblioteca de la vecinal. Dos años más tarde lanzaron la primera rifa en cuotas. Tres años después crearon la Asociación Civil Constancio C. Vigil en homenaje al escritor uruguayo, autor de La Hormiguita Viajera y El Bosque Azul. En 1976, a 20 años de que Serpi y los demás fundadores se acercaran a la vecinal, La Vigil tenía 20 mil socios y 60 mil libros.
García avanza en la historia y los chicos escuchan. El 25 de febrero de 1977 la dictadura intervino lo que ya era la Biblioteca Constancio C. Vigil, Social, Mutual y Cultural. Ramón Telmo Alcides «Rommel» Ibarra se presentó como asesor pedagógico del Ministerio de Educación de la Nación. No lo era. O al menos no era su objetivo principal en La Vigil. Trabajaba para el Servicio de Informaciones del Ejército. Con él llegó la patota del ex jefe de la Policía rosarina, Agustín Feced, la Marina y un grupo de civiles. Eran contadores, abogados y escribanos, “el brazo fundamental para el desarme y robo descomunal”, como lo describe García. Luego, el Ejército reemplazó a la Marina, pero los civiles siguieron con la intervención.
García mantiene la atención de los visitantes y sigue. Cuenta que, previo a esta intervención, la Vigil ya había sufrido amenazas de Alianza Anticomunista Argentina, el grupo parapolicial más conocido como Triple A.
En mayo de 1977, la dictadura secuestró a ocho miembros de la comisión directiva. Estuvieron detenidos como desaparecidos y fueron torturados durante meses. García y Roberto Frutos, tesorero de La Vigil e hijo de uno de los detenidos, cuentan que después “los largaron bajo una libertad vigilada”.
García vuelve a hablar de los económicos. La intervención de la dictadura quitó lo que la biblioteca había conseguido en 20 años. Rompieron y quemaron libros, vendieron muebles y robaron materiales para la remodelación del teatro como calefacciones, un piso para el escenario y nuevas luces. Bajo la excusa de “problemas financieros que atravesaba” después del Rodrigazo, la dictadura cívico militar puso en marcha un saqueo que no paró aún con la vuelta de la democracia. García y Frutos hablan de genocidio cultural. Después de décadas de pelea, La Vigil recuperó la personería jurídica y un número de registro en el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (Inaes) y en la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares.
El conocimiento pasa por el cuerpo
“¿Qué libros estaban prohibidos?”, pregunta García a los visitantes. Rápido y fuerte, uno de los alumnos responde: “Las Torres de Cubo”. Las maestras y la guía se sorprenden que sepa de la obra de Laura Devetach. García sigue y cuenta del robo al lente del observatorio astronómico que estaba en la cúpula del edificio. “¿Qué?”, gritan al unísono los chicos. Del salón suben las escaleras hasta la terraza, donde solo quedan recuerdos de lo que en algún momento fue el observatorio. Todos disfrutan la vista privilegiada al río Paraná como si estuvieran en el patio del recreo. Los alumnos juegan y sacan fotos. Apoyan los brazos en el borde y miran la ciudad. García rescata el momento y la alegría que les ve. «Los impacta el paisaje, el cielo enorme y alguna sensación de libertad. No sé, pero hay alegría y sorpresa de eso inesperado. Siempre pasa lo mismo en las visitas», explica a <El Ciudadano<. Cuando habla de cómo llegaron a tener lista de espera para los recorridos dice: “El conocimiento debe también pasar por el cuerpo. Es la gran experiencia de la transmisión de estos recorridos».
Cuando los visitantes suben o bajan las escaleras una serie de carteles con fotografías en blanco y negro muestran a socios, ex alumnos, bibliotecarios, docentes y miembros de la cooperadora. Hasta hoy figuran como desaparecidos. García les cuenta más de la intervención, pero ahora sobre las escuelas que llegó a tener La Vigil. Habla de oficiales armados por los pasillos, en interrogatorios y llamando a formar fila en el patio. Como si hubieran sido profesores de día y represores de noche. “¿Qué?”, exclaman de nuevo al unísono los visitantes. Durante el “proceso de reorganización nacional” el gobierno destruyó muchas cosas, pero se mantuvieron las escuelas. “Hubo un impartimiento del terror, algo que no pasó en otras instituciones de este tipo. Fue una militarización educativa. La idea era borrar el pensamiento crítico. Sostuvieron las escuelas para convertirlas en otra cosa», explica García.
Memorias de subsuelo
De la terraza, la recorrida sigue en la planta baja donde está el teatro. Ahí charlan de las actividades que tiene La Vigil por semana. García dice que el teatro fue pensado como un lugar de formación profesional para actores y actrices. Hoy, aunque no pudo cumplirse ese objetivo, es una sala cultural importante del sur. En el escenario, un cartel con las palabras «Las Muertes» está colgado como parte de la puesta en escena de la obra «Los payasos muertos, no mueren». Los alumnos lo miran al pasar mientras van al subsuelo. Adentro hay barro, está oscuro y la humedad es más espesa.
Los chicos juegan y perciben algo. Una de las maestras pide que no griten y se porten bien por la memoria de los que ya no están. «Se me pone la piel de gallina», le susurra una profesora a otra cuando llegan al subsuelo. Jésica, Elizabeth, María Luján y las dos Patricias son maestras de la escuela Mistral. Acompañan la visita porque les interesa enseñar más que las tablas de multiplicar y las reglas sintácticas. Idearon un proyecto que se llama «Un pueblo con memoria» e incluye también una visita al Museo de la Memoria. «Un pueblo con memoria es democracia para siempre. Es muy importante la participación activa de los niños en el proceso de recuperación de la memoria colectiva», explican. Ellas intentan que los chicos puedan saber más sobre las efemérides y valorar el patrimonio cultural popular. Sobre el proceso de recuperación de la memoria Natalia García y Roberto Frutos invitan a pensar qué historias se les cuentan hoy a las niñas, niños y adolescentes.
Al final del recorrido por el subsuelo sobrevienen, otra vez, fotos en blanco y negro de personas desaparecidas. Algunos chicos y chicas les sacan fotos. Caminan y encuentran un auto en desuso. Parece un Falcon verde, el auto usado por la dictadura para secuestrar personas. No lo es. El relato de García en la visita hizo que algunos pensaran que lo era. El auto, que en realidad no es un Falcon, está abandonado, sin utilidad y viejo. En La Vigil no saben todavía de quién era. Saben que está ahí desde 1978 pero no es un premio de la rifa nunca entregado. Es parte del misterio del subsuelo. Lo que sí sabe la comisión de la biblioteca es que fue el lugar donde los interventores quemaron libros. En particular, los que hizo la editorial Vigil. En el horno del subsuelo, que fue peritado por la Justicia, los interventores redujeron parte de los 50 mil libros que tenía La Vigil. Fue una de las biblioclastías -el delito de destruir los archivos literarios– más grandes del país. La comisión directiva cree que además pudo ser un lugar de paso para los detenidos antes de ser trasladados a los centros clandestinos. Sin pruebas, tampoco descartan que de hecho haya sido un lugar de tortura secreto.
Miedo. Todos los chicos y chicas coinciden en haberlo sentido en algún momento durante la recorrida. García opina que la humedad y la oscuridad de un edificio grande y aún sin domesticar generan ese clima. Araceli, una de las alumnas, vuelve sobre cómo los militares ponían en fila a los alumnos de aquel entonces para mostrarles las armas. Un compañero comparte que tuvo escalofríos al bajar de la terraza. “Está mal lo que hicieron”, dice. Otro va más allá y pregunta: “¿Dónde están esos hombres hoy?”
Durante la última dictadura, el Estado desapareció a miles de personas. También atacó a proyectos culturales como el de La Vigil. La comisión directiva sabe que la institución era un núcleo de pensamiento crítico. Por eso hablan de un genocidio cultural y ponen fuerza al decir que fue una dictadura cívico y militar. La intervención necesitó de contadores, abogados y escribanos. En la Vigil piensan que la causa donde la Justicia investiga los crímenes contra la institución y los miembros no es fiel a lo que pasó.
En La Vigil, como en otros espacios de Argentina, aún esperan saber qué hacer con los civiles que trabajaron para la dictadura. Esperan una señal de la Justicia. En la actualidad, hay periodistas y funcionarios que niegan el terrorismo de Estado. Coindice con el retraso en la Justicia en empezar nuevos juicios de lesa humanidad. También hay genocidas condenados a los que le otorgan la prisión domiciliaria. Para algunos es poco, como para Eduardo “Tucu” Constanzo que en marzo, a pocos días del Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, violó la que pesaba sobre él para ir al mercadito del barrio. La otra cara de la moneda es lo que pasa al menos cuatro veces al mes en La Vigil. Es el primer año que no hay más cupos para las visitas hasta diciembre. Tienen lista de espera. En un contexto nacional donde algunos reflotan la teoría de los dos demonios, el edificio de Alem y Gaboto parece una pequeña trinchera de resistencia.
La causas aún sin consecuencias
La causa Vigil está dividida en dos expedientes. Uno sobre los delitos cometidos contra personas donde se investiga cómo ocho fueron privadas de su libertad en 1977. Forman parte del juicio Feced III que empezó el 5 de abril y fue suspendido tres veces. Incluye 155 violaciones a los Derechos Humanos. Entre otras, el secuestro de los miembros de la comisión directiva de La Vigil. La Justicia imputó a Carlos Ulpiano Altamirano, Eduardo Ugour, Julio Fermoselle, Héctor Gianola, Daniel González, Ramón Ibarra, José Rubén Lo Fiego, Mario Alfredo Marcote, Lucio César Nast, Ovidio Olazagoitía, José Carlos Scortechini, Ernesto Vallejo, Ramón Vergara y el sacerdote Eugenio Zitelli que murió el pasado 30 de marzo. Los delitos incluyen violación de domicilio y privación ilegítima de la libertad, amenazas, asociación ilícita y tormentos, todos en forma agravada y en la categoría de delitos de lesa humanidad. No prescriben.
Por otra parte, la causa tiene los delitos económicos contra la entidad. Están en un sumario en instrucción. Incluyen delitos de robo calificado, extorsión, estafas y otras defraudaciones. Tampoco prescriben por haber sido cometidos en el marco del terrorismo de Estado. Desde La Vigil dicen que esta parte está frenada hace dos años y la expectativa para que la situación cambie es baja, al menos en el corto y mediano plazo. En la comisión de La Vigil entienden que la Justicia los trata con frialdad. «La figura que utilizaron (de sumario) es inédita, pero puede ser un paso más a una reparación simbólica y material de este genocidio cultural».