Paz, y no otra cosa anhela el corazón del hombre. Pero ese sosiego por el que clama tanto la persona como la sociedad, está cada vez más lejos. En todas partes y a cada momento la violencia física y moral atenta contra la paz del corazón humano. Si hasta se producen ironías que parecen verdaderas burlas, atrevimientos desenfadados de ciertos líderes para con el mundo. Poco falta para que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, reciba el premio Nobel de la Paz. Nadie sabe exactamente qué cruzada desarrolló Obama en aras de la paz mundial, pero sí se sabe que decidió enviar más tropas a Afganistán y que no tiene pensado abandonar la presencia militar en ese país en 2011.
El régimen iraní, por su parte, anunció que necesita 20 plantas nucleares más. Cuesta creer que sean para fines pacíficos, Corea del Norte ensaya con misiles de largo alcance, y hasta en la misma Latinoamérica Chávez anuncia a su pueblo que hay que estar preparados para la guerra. Además, en todas partes del mundo hay movimientos terroristas que siembran balas y cosechan muerte. Otras formas de violencia física están presentes en aquellos países que no están sujetos a movimientos de guerra o acciones terroristas. En nuestro país, por ejemplo, una verdadera matanza se produce cada año como consecuencia del quehacer devastador de la delincuencia. Los sucesos de los últimos años dan cuenta de que los delincuentes no sólo matan por estar arrinconados en situaciones límites (la resistencia de la víctima, por caso), sino por pura saña, es decir por un odio enraizado, o por una aguda patología mental o deformación de la conciencia.
Brasil es otro país, entre muchos, en donde la delincuencia tiene postrados a los anhelos de paz. Entusiasmados con el éxito del ex alcalde neoyorquino Giuliani, en Río de Janeiro lo contrataron para que haga un milagro. Lo cierto es que las recetas aplicadas en un país no siempre dan resultado en otro, aun cuando el remedio sea el mismo. La corriente garantista que tan bien puede funcionar en Suecia, por ejemplo, fracasó en Argentina, a pesar de que gobernantes y jueces se empeñan en sostenerla aun cuando todo ya es un aquelarre. Es cierto que el argentino es “galantismo criollo”, o, lo que es lo mismo, burdo abolicionismo, es decir la negación de la cárcel, de la prisión como forma de aislar a los delincuentes peligrosos e irrecuperables. Las consecuencias están a la vista.
Más allá de esta cuestión, está claro que la humanidad, que desea paz, no la obtiene. Y no la obtiene porque una corriente dañina, perversa, maligna con todas las letras, ha instaurado la civilización de la violencia y de la muerte en todos los planos. La valoración justa de la vida es un juicio en extinción por falta de herramientas para la correcta medición.
Ante esta fatal circunstancia, son muy pocos los que comprenden el peligro. La prensa, los analistas en general y el ciudadano del mundo, tienden a sostener que todos estos son hechos que deben tomarse como parte de la circunstancia cotidiana. Una mala lectura de la realidad en un mundo globalizado. Una detonación en Israel supondrá, por ejemplo, consecuencias dramáticas para cada rincón del planeta. La muerte por inanición de un niño en Chaco sin la reacción indignante que el hecho en sí mismo debería determinar, abre la puerta para más males. Los delitos de Buenos Aires, no son ajenos a la vida local. La violencia, siempre, es como la piedra arrojada en un estanque: sus ondas llegan hasta los puntos más lejanos.