Desde hace un tiempo que en algunas de las ciudades más importantes de nuestro país las agresiones de distinto tipo, robos, ataques a las personas, el uso de armas y el desprecio por la vida han tornado más hostil la convivencia entre todos nosotros. Lo que le pasó a Sandro Procopio (el arquitecto de 48 años asesinado en lunes pasado en la puerta de una obra en construcción en Cerrito al 3600) es una muestra más de que la inseguridad en la Argentina se ha vuelto intolerable, y que se convierte en nuestra principal preocupación y también el centro de nuestra dedicación en los tiempos que vienen.
En las últimas décadas en el país se viene afianzando un tipo de delincuencia y el convencimiento social de que en el núcleo de la culpa de estos hechos está el narcotráfico, con sus consecuencias sobre los jóvenes, sobre la compra de voluntades a través de las sumas de dinero que el comercio de drogas moviliza, con sus soldaditos y sus búnker. Esto es cierto, y estamos empeñados en combatirlos mejorando las capacidades de nuestra sociedad para defenderse de esa plaga. Pero nos engañaríamos si pensamos que allí está el núcleo del problema.
El narcotráfico, la violencia sin sentido, el desprecio por la vida del otro, son síntomas de una enfermedad colectiva. Que alguien acepte trabajar vendiendo droga, o sacando a otro lo que le pertenece, que alguien apriete el gatillo de un arma con desprecio total por la vida que tiene delante, o que creyéndose dueño de la vida de una mujer la golpee o la mate, es la expresión de algo que no funciona en nuestra sociedad.
El asesinato de Sandro Procopio nos interpela a todos. En primer lugar a los que tenemos la responsabilidad de elaborar políticas para nuestro país, para nuestra provincia, para nuestras localidades. Involucra a las fuerzas de seguridad y a la Justicia, que tienen que corregirse y mejorar constantemente sus prácticas y sus capacidades para evitar que este tipo de cosas sigan ocurriendo. Involucra al sector educativo y lo que transmiten a los alumnos en las clases. Involucra a los líderes sociales y culturales que se presentan como modelos a seguir ante los jóvenes. Involucra también a las familias y a lo que se transmite en el ámbito familiar. Involucra al Estado en su capacidad de integrar y encauzar a los jóvenes sin trabajo, de integrar los barrios más carenciados a la vida moderna de las ciudades.
Por nuestra parte estamos trabajando en todos estos aspectos, tanto en lo inmediato como en el mediano y largo plazo. La Policía Comunitaria, los procesos de profesionalización de la fuerza, el modernísimo equipamiento, la creación de la Policía de Investigaciones, sumados a los planes en marcha de mejoras en la infraestructura barrial, la puesta en valor de los clubes donde los jóvenes pueden encontrar una nueva vida, en planes como el Vuelvo a Estudiar para que ningún joven de nuestra provincia deje la escuela.
Si bien sabemos que estamos por el buen camino, también sabemos que falta mucho por recorrer, y cuando suceden hechos como este es que nos deja a todos preguntándonos con dolor cómo llegamos a esto, a este desprecio por la vida del otro. Mi compromiso es que vamos a redoblar esfuerzos, a seguir mejorando a la Policía y la Justicia, a involucrar más al sistema educativo, a los líderes culturales y sociales y a las familias, para cambiar esto, porque en esto se nos va la vida. La vida de personas valiosas, la de nuestra gente que quiere trabajar con tranquilidad y vivir en paz.
(*)Vicegobernador de Santa Fe