“78, Historia Oral del Mundial”, el magnífico libro de Martín Bauso, le dedica un apartado al clásico mundialista –también al clásico invisible- entre Central y Newell’s. “La comedia de Rosario: la pelea por la sede”, es el título, acompañado por un subtítulo con el textual de un dirigente de Central de la época: “Con esto, le sacamos 100 años de ventaja a Newell’s”.
“Durante la visita de los dirigentes de FIFA en octubre de 1974 (luego del amistoso internacional en el Monumental jugado el 12 de octubre), se produjeron en Rosario situaciones disparatadas, propias de una mala comedia de enredos. Los dirigentes de Central y de Newell’s peleaban denodadamente para ganar la subsede. Los hombres de FIFA fueron asediados durante esos días que pasaron en Argentina. Tuvieron suerte: en Rosario solo estuvieron unas horas”, asegura el autor.
Havelange y su comitiva visitaron primero el estadio de Newell’s. “Una leyenda urbana recorre Rosario desde ese día. Indica que alguien con contactos en la Municipalidad logró alterar la coordinación de los semáforos y cortar algunas calles para que el acceso a la cancha se convirtiera en un infierno y así restarles posibilidades a la candidatura de Newell’s, aprovechando la exasperación de los hombres de FIFA”.
Ya en el Parque de la Independencia –con o sin picardía canalla previa de automatizar los semáforos-, quien comenzó su perorata fue Armando Botti, el presidente leproso. Primero presentó un audiovisual con el proyecto ideado para su estadio de cara al Mundial 78 y después, para sorpresa de los dirigentes de la FIFA, siguió con una diatriba en contra de la cancha de Central: enumeró sus “numerosas” falencias. Cualquier picardía vale en el clásico sino con dirigentes de lengua filosa frente a Havelange.
De allí, en aquel mismo día de octubre de 1974, el dirigente brasileño y los suyos fueron hasta Arroyito. “Va a quedar como el Maracaná”, aseguró Rodenas. El dirigente canalla estaba chispeante: como la cancha está a pocos metros del Paraná, le aseguró a Havelange que los hinchas de su país llegarían en barcos, por el río, para alentar a su selección. Además, le prometió que si la capacidad hotelera de la ciudad colapsaba pondrían buques-dormitorios enfrente del estadio.
Pero según las crónicas de la época, los delegados de la FIFA tomaron nota de muchas adversidades del estadio de Arroyito, como la poca distancia entre la línea de fondo y el alambrado, o la escasa cantidad de cabinas para la prensa. Havelange, de todas maneras, dejó Argentina a los pocos días con una frase que sonó a lavada de manos: “Me volvieron loco, Que el estadio lo elija la AFA”.