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La vuelta del oso hormiguero

La reintroducción de esta especie en los esteros del Iberá, donde estaba extinguida, es el primer éxito de un programa que busca el repoblamiento de otros animales como el pecarí, el yaguareté y el tapir.

La modificación del ecosistema del Iberá por impacto de actividades humanas está en proceso de restauración a través de programas de reintroducción de especies extinguidas en ese hábitat como el oso hormiguero. “La restauración de un ecosistema es tener todas las piezas que necesita, ya que todas se complementan y si desaparece una se desequilibra todo”, explicó al respecto el biólogo e investigador del Conicet Yamil Di Blanco. Por tal motivo, la reintroducción de especies que habían desaparecido en ese entorno es una de las claves para comenzar a volver al ecosistema a su estado original. “Acá, por ejemplo, se han extinguido el oso hormiguero, el yaguareté, el pecarí y el tapir, y el proyecto que estamos realizando incluye, además, la remoción de especies exóticas”, explicó el científico.

El proceso de reintroducción del oso hormiguero comenzó entre los años 2003 y 2004, con reuniones para conocer su factibilidad, y un año después se empezó a trabajar para conseguir osos y hacer acuerdos con provincias. Recién en 2007 se consiguió el primer ejemplar, una hembra que se trajo de Jujuy.

“La tenía una familia de Jujuy como mascota y luego de dos años se la convenció para que la donara al proyecto. En octubre de 2007 se la liberó en el parque junto con un macho que era de Florencio Varela”, precisó el biólogo. Hasta el momento –a más de cinco años de comenzado el trabajo– se han logrado reintroducir más de veinte osos hormigueros, y en 2009 y 2010, nacieron las dos primeras crías de la pareja inicial.

“Ya hay dos nacidos que son de esa primera pareja liberada. La gestación dura 190 días y tras el parto la cría se queda con la madre en el lomo unos ocho o nueve meses más hasta el destete y se separan porque son animales solitarios. No viven en grupo”, contó el especialista.

El trabajo de Di Blanco consiste en monitorear a través de un radio que recibe señales de los collares que se le colocan a los animales, “para ver si están haciendo lo que tienen que hacer”, precisó.

“Esta tarea es muy importante porque muchos de estos proyectos han fallado al no saberse de los animales una vez que se sueltan. Yo estoy haciendo ese estudio encargándome del monitoreo tras la liberación de los animales”, señaló.

“Yo voy al campo, los localizo, los observo, y recabo la información que necesito. Tengo una antena direccional que indica en dónde está el animal y de esa manera puedo estimar cuál es el área que está usando desde que se liberó, qué tipos de hábitat o micro hábitat está utilizando”, agregó el científico.

Los resultados obtenidos indicaron que los ejemplares tienen un comportamiento similar al del animal silvestre, que utiliza bosques para descansar y lugares abiertos o bosques también para alimentarse.

En general están activos de siete a diez horas diarias y el resto del tiempo duermen. Los horarios de actividad cambian de acuerdo a la temperatura y la estación del año. En verano tienden a ser más nocturnos y en invierno más diurnos porque tratan de evitar las temperaturas extremas.

“Las áreas que usan varían según los individuos. Son animales que utilizan áreas muy concretas, de quinientas a mil hectáreas, y hay animales que hacen muchos experimentos exploratorios. Hay algunos animales que se fueron a cuarenta kilómetros de acá”, dijo.

El lugar elegido para realizar el programa fue la estancia El Socorro, lindante con la localidad de Carlos Pellegrini, en el borde oriental de los esteros del Iberá, un paraje ideal por su ubicación estratégica y por tratarse de un espacio abierto.

El proceso de liberación es bastante complejo. Se necesita un período de cuarentena que se cumple cerca de Corrientes capital, en el que se les hace a los animales el control sanitario y se los libera de cualquier patógeno.

“Después se los trae acá, y luego se le hace una liberación que se llama “suelta blanda”, en un corral de siete hectáreas que tenemos acá en el medio del campo. En ese lugar se deja a los animales unos diez o quince días para que se vayan acostumbrando”, destacó Di Blanco.

“Lo bueno es participar en un proyecto de conservación que tenga tantas cosas y que sea muy efectivo. Son planes que se van realizando y hay fondos para ello. Hacés ciencia básica pero estás trabajando para algo muy concreto”, precisó este biólogo que además trabaja en el Instituto de Biología Subtropical de Misiones.

El equipo que acompaña a Di Blanco, compuesto por otros especialistas en el tema, comparte también otro programa de reintroducción como el del venado de las pampas, que conforma otro escalón en la reinstauración de ese ecosistema único que son los esteros del Iberá.

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