Antiquísimo espacio de lectura y conocimiento, la biblioteca sigue siendo para los argentinos un lugar de libros, educación y cultura, y a pesar de que la amenaza tecnológica crece, el 72 por ciento de la población reconoce la ubicación de algunos de esos centros rebosantes de sabiduría, según la última Encuesta Nacional de Hábitos de Lectura.
El imaginario social reflejado en el relevamiento que recogió la opinión de personas de todo el país define a la biblioteca como resguardo de lectura (24 por ciento), cultura (18 por ciento) y educación (12 por ciento). Y aunque nadie duda de las etiquetas, lo significativo es también “cómo adquieren una forma viva esos elementos”, destacó a Télam Horacio González, director de la Biblioteca Nacional.
Ese mundo abarrotado de páginas envuelve mucho más: “Es un archipiélago cultural y social. No se va a hacer una única cosa a las bibliotecas. Son recintos también lúdicos y artísticos”, expresó González.
“Es una especie de memoria latente y viva de los pueblos y del conocimiento”, aseguró, por su parte, Benjamín Toro, director de la biblioteca de Salta “Dr. Victorino de la Plaza”.
Los libros pueden ser el esqueleto tangible pero su esencia es la de ser “una entidad activa”, como destacó Ana María Berbel, de la Biblioteca Popular de Jujuy; y un “centro al que las personas concurren por razones del arte, la cultura y la sociedad”, definió Eduardo Melagamba, de la Biblioteca Sarmiento de Bariloche.
Si la biblioteca es un cosmos cultural, es también “un espacio vivo y en constante movimiento. Las actividades que se generan intentan atraer y conservar a un público ávido y participativo”, apuntó Cecilia Petrarca, bibliotecaria de la porteña Escuela N° 19.
Su existencia en la temprana edad es primordial, “y en los últimos años se ha dado desde la educación pública una presencia singular. Desde la creación de cargos y equipamiento como la presencia curricular, proyectos y discursos pedagógicos que favorecen al trabajo”, subrayó Mauro Tolós Blanco, bibliotecario de la escuela Media 10 y la ES 26 de Merlo.
“Una biblioteca es una forma más pausada de una escuela; una escuela es más vertiginosa que una biblioteca”, relacionó González. Y Toro señaló que sin ella “no van a encontrar vida, la posibilidad del conocimiento, lo necesario para la educación”.
“Funciona como el cuento leído antes de dormir”, deslizó Petrarca.
La tecnología arrasa, la sensación del tiempo disminuye; internet se enfrenta a lo material y la biblioteca parece arrinconarse. “Es una batalla que recién comienza pero estoy seguro de que va a ganar el libro”, reivindicó Toro.
González no duda de que “Google es también una biblioteca, pero pierde la batalla contra sí misma en su deseo de ser también una enciclopedia universal con reglas que tienen sólo el horizonte uniforme de la divulgación”.
“Las nuevas generaciones tendrán otro valor del objeto libro –consideró Tolós–; las bibliotecas serán víctimas del cambio de paradigma. El apego al papel o hasta los mismos modos de leer serán modificados, reemplazados o extintos. Las clases dirigenciales y los funcionarios básicos del sistema educativo han sido formados con la tradicional visión positivista; dicho encuadre no responde a las velocidades de estos días”.
Reticentes y expectantes, los bibliotecarios de la geografía local coinciden en la necesidad de macerar ambos formatos con el único fin de propiciar la lectura, aunque advierten que el hábito depende del amor que transfiera el entorno.
“Pueden coexistir perfectamente y googlear puede ser incorporado sin miedo como un recurso más, como otros tantos de los recursos que se fueron sumando a la biblioteca a lo largo de la historia y aggiornados en cada época”, observó Petrarca; mientras que Toro aseguró que “se están utilizando, coherentemente, todos los medios de la informática, es un aporte más, y es bienvenido”.
El acceso a la red desde la biblioteca ya es un hecho, sin embargo, apuntó Melagamba desde Bariloche. “Casi todos nuestros lectores siguen leyendo textos en papel, aun los que usan internet y libros electrónicos. Como dijo Eduardo Galeano, «la lectura de libros incluye olerlos, tocarlos y abrazarlos»”.
Numerosas estrategias promueven el acto de leer; la Biblioteca de Jujuy (antes de generalizarse el uso de internet recibía 800 personas y hoy en día 400) y la Sarmiento de Bariloche son ejemplo de ello con préstamos, actualización de libros, servicio para no videntes y Bebeteca, cuyo fin es preservar espacios, que en el interior del país son puntos de “referencia y encuentro social”.
“Algunos dejan de leer por falta de tiempo o interés. Otros leen material ligado a su trabajo específico. Mucha gente no es atrapada por la lectura. La oferta es grande y el acceso al libro es más fácil aunque no más económico que en la época en que se pusieron a funcionar las bibliotecas populares”, explicó Petrarca.
La encuesta evidenció que los tipos de biblioteca más concurridos al menos una vez en la vida son las escolares (34 por ciento), las populares (31 por ciento), estatales de otro tipo (26 por ciento), nacional (17 por ciento), barrial (14 por ciento) y privada (7 por ciento).
La lectura hace bien. Acariciar y vivir la biblioteca puede contribuir a que los libros circulen, se busquen. De ahí que la diferencia entre una persona que visita esos espacios y otra que no, sea “la búsqueda del cuento leído antes de dormir, el contacto, la recomendación”, expresó Petrarca.
“No importa si podés comprarte un libro o si no tenés dinero, siendo socio, por unos días, podés irte a navegar arriba de ese barco, siempre y cuando lo devuelvas en la fecha indicada por el bibliotecario”, concluyó.
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