Carlos Polimeni, NA
El éxito de la primera gran canción de la visibilidad lésbica en la Argentina, la popularización de una pegadiza marcha militar escrita más de cuarenta años antes y el uso de un himno pacifista en las cadenas nacionales de comunicación de marcado carácter bélico son algunas de las piezas del rompecabezas sonoro que generó la era de la llamada Guerra de Malvinas.
La retórica perversa de Leopoldo Fortunato Galtieri, una lúcida e irónica obra del primer disco solista de Charly García y el estallido durante el desarrollo del conflicto armado de “Era en abril”, en la interpretación de Juan Carlos Baglietto al frente de un súper grupo de la Nueva Trova Rosarina, son otras de las piezas de la evocación sonora de aquella crisis que sacudió a la sociedad argentina.
El control absoluto que la dictadura militar ejercía sobre la distribución de imágenes del conflicto (nadie vio nunca en aquellos 72 días a un soldado argentino muerto o herido) derivó en que gran parte de las impresiones que subsisten en el inconsciente colectivo argentino tengan que ver con el universo sonoro, en una era previa a la existencia de otras formas, más horizontales, de comunicación.
La literatura acusó el impacto del momento: la novela Los Pichiciegos de Rodolfo Fogwill, escrita entre el 11 y el 17 de junio de 1982, y el poema de Jorge Luis Borges, Juan López y John Ward (“Hubieran sido amigos, pero se vieron/ una sola vez cara a cara, en unas/islas demasiado famosas, y cada/uno de los dos fue Caín, /y cada uno, Abel. /Los enterraron juntos. La nieve/y la corrupción los conocen. / El hecho que refiero pasó en/ un tiempo que no podemos entender”) siguen hablando en voz alta sobre aquellos días.
“Mientras casi todo el mundo a su alrededor creía hasta el último momento en el «estamos ganando» impuesto por los medios y el discurso oficial, Fogwill tuvo la lucidez de ver lo que realmente sucedía en las islas: los soldados argentinos pasaban hambre y frío y sólo querían esconderse bajo la tierra (…) y salvar la vida y esperar a que ese infierno se terminase”, analiza el escritor Cristian Vázquez al ahondar en el tema de literatura y Malvinas.
Pero la guerra, que comenzó con el desembarco argentino en Puerto Stanley el 2 de abril de 1982 y finalizó con la rendición del 14 de junio, se tomó su tiempo para ser objeto de la literatura y en cambio “les llegó a los argentinos por los oídos”, en vivo y en directo, sostienen los investigadores Esteban Buch y Abel Gilbert al prologar el flamante Escuchar Malvinas, un libro de Editorial Gourmet Musical que reúne una serie de ensayos destinados a armar una especia de mapa sonoro del momento.
Ese mapa se las arregla para introducir en el rompecabezas los hechos que rodearon el famoso retorno del exilio de Mercedes Sosa, y el mega éxito de ventas de su disco en vivo grabado en sus trece conciertos en el teatro Ópera, y recuerda la inclusión del tema de la Guerra de Malvinas en el texto de la pieza teatral de Abelardo Castillo, El señor Brecht en el Salón Dorado, estrenada en el teatro Colón durante ese complejo 1982.
La canción que abrió la temática lésbica al público de masas, en una era muchísimo más represiva que la actual, en que muchas ataduras se han desanudado, fue “Puerto Pollensa”, una pieza con letra y música de Marilina Ross que si bien había sido escrita en España en 1980 se popularizó durante 1982 en la potente versión de la joven Sandra Mihanovich, que empezaba a romper así el techo de cristal de su propio destino de cantante.
La “Marcha de Malvinas”, que empezaba y cerraba las cadenas nacionales de comunicación y azotaba oídos durante los mentirosos noticieros de la televisión, había sido reflotada por los equipos de comunicación de esa etapa de la dictadura del arcón en el que dormía desde 1940, cuando fue escrita por el músico José Tieri, que tocaba en la orquesta de Rene Cóspito, y el poeta Carlos Obligado, hijo del autor de Santos Vega, responsable de la idea de que las islas están detrás de “un manto de neblinas”
El himno pacifista, escrito meses antes, cuando un conato de Guerra con Chile le sirvió a otra etapa de la dictadura para exacerbar un nacionalismo latente, y a veces larvado, era “Solo le pido a Dios”, cuyo autor, León Gieco sufrió un bloqueo compositivo posterior cuando se dio cuenta del modo en que el sentido de la canción había sido desviado hasta quedar al borde de la colaboración con una acción que se cobraría la vida de varios centenares de argentinos.
Charly se las arregló para ironizar sobre los miedos de las clases medias en su “No bombardeen Buenos Aires” usando una ácida narrativa (“Los gurkas siguen avanzando, / los viejos siguen en TV/ los jefes de los chicos toman whisky con los ricos/ mientras los obreros hacen masa en la Plaza/como aquella vez, como aquella vez”) y los rosarinos de la Nueva Trova no tenían modo de imaginar que hoy estarían celebrando los 40 años del LP Tiempos difíciles cantando otra vez aquella canción de Jorge Fandermole sobre la muerte de un bebé.
En el rompecabezas ingresan otra larga serie de hechos fuertes, que incluyen el llamado Festival de la Solidaridad Latinoamericano del 16 de mayo, con presencia de grandes figuras del establishment del rock de entonces, que le mordía la cola a su propia rebeldía, tal vez como un inconsciente agradecimiento a la prohibición de la emisión de temas en inglés que había generado desde el comienzo de la guerra un boom de la música nacional, que luego se tradujo en ganancias importantes a la hora del cobro de los derechos de autor.
El rechazo de los grupos Virus y Los Violadores a actuar en ese acontecimiento que nucleó a 70 mil personas y fue transmitido en directo por radio y televisión, les permitió luego iniciar una especie de tácita batalla generacional, que preludió la grabación de dos canciones que inauguraron una larga serie de piezas rockeras abordando de manera crítica la actitud mayoritaria de la sociedad en la cuestión Malvinas, la muy elusiva “El Banquete” y la por demás frontal “Comunicado Nº 166”.
El repertorio del rock sobre Malvinas es extenso: va desde canciones editadas en los primeros años posteriores al conflicto, entre ellas “Reina Madre” de Raúl Porchetto, “Decisiones apresuradas” de Fito Páez y la emotiva versión de “En este mismo instante” de Cantilo-Durietz, hasta obras muy posteriores como “El viento trae una copla” de Bersuit Vergarabat, “Héroes de Malvinas» de Ciro y Los Persas, y “2 de abril” de Attaque 77.
“Cachito de tierra, retazo del cielo/ Perdido en la magia del viejo confín, / Que un día lejano, ladino extranjero/ Robara la gloria de nuestro país. / Tal vez por pequeña, tal vez por distante/Nos duela más hondo tu antiguo latir”, dice la letra del tango “Son y serán nuestras”, de Sebastián Piana y Francisco Gallardo Sarmiento, que la Orquesta del maestro Osvaldo Pugliese grabó el 31 de mayo de 1982, con Adrián Guida en la voz.
Un caso curioso es el de “La hermanita perdida”, una obra de 1971 de Atahualpa Yupanqui y Ariel Ramírez, que en 1982 trepó en los charts comerciales como si se tratara de un éxito pop, mientras se sucedían los conciertos de música folclórica, melódica, clásica, académica, ciudadana e incluso jazz, con recaudaciones que iban a parar del luego famoso, por corrupción, Fondo Patriótico Malvinas Argentinas, suerte de ente recaudador generado desde el Ministerio de Economía que regenteaba Roberto Alemann.
El genial Astor Piazzolla, preso del breve entusiasmo de época, grabó en ese marco un tema llamado “Los Lagartos”, en homenaje un grupo de comandos militares que lideraba el por entonces teniente Alfredo Astiz, que se entregó sin combatir luego de haber tomado las Islas Georgias del Sur. Pero luego el músico se dio cuenta del error: estaba alabando a un represor feroz, y le cambió el nombre por “Tanguedia 3”, que sería incluido por Pino Solanas en su película El exilio de Gardel.
El hoy retirado chamamecero Mario Bofill, que fue senador por el Partido Justicialista de Corrientes entre 2013 y 2019, grabó en “Los Ramones”, una letra apoyada en un sentimiento generalizado en torno a los que murieron en la Guerra: “Por todos nuestros Ramones, / por su maestra de campo, /por tantas y tantas madres/de este ‘largo dolor patrio’/soñando su viejo sueño,/mi corazón estafado sigue gritando:¡’Presente’!/¡Viva la Patria, Muchachos!”.
La crítica cultural Graciela Speranza, recuerdan los responsables de Escuchar Malvinas, subraya que “la escenografía del fervor patriótico, las arengas de la ficción mediática, las maratónicas gestas solidarias y los primeros compases de la marcha que anticipaban los comunicados militares” reemplazan hoy en el recuerdo posible, individual, colectivo y mediático, a la verdad sobre una guerra cuyas imágenes se escamotearon a la sociedad.
Las pocas películas sobre Malvinas, salvo Iluminados por el fuego de Tristán Bauer, hoy Ministro de Cultura, a partir de un libro de Edgardo Esteban, ex combatiente y hoy director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, tuvieron escaso público en la Argentina, acaso porque solo transmiten tristeza, derrota, desolación, la crónica previsible de lo que ya se sabe que desastre que fue.
“¿Qué quedó de la experiencia real de Malvinas? ¿Qué aprendimos de las atrocidades de la guerra?”, se pregunta Speranza al presentar la muestra Malvinas. Retratos y paisajes de guerra de Juan Travnik, organizada por el Complejo Teatral de Buenos Aires en el marco de los cuarenta años del conflicto y las respuestas son difíciles y, en general, muestran una sociedad argentina que difícilmente pueda mirarse con orgullo en su propio espejo.