Por Giovana Villarreal (*)
Así como en la pesadilla, la angustia irrumpe de modo inesperado. Desde el 8 de diciembre de 2019 algo irrumpió en nuestras vidas. El famoso y renombrado COVID – 19 apareció en nuestra vida cotidiana, primero como algo lejano pero que en este mundo globalizado no tardaría en llegar. Con el paso de los días empezó a instalarse como la amenaza de una enfermedad por llegar, que nos asecha e incluso puede arrebatarnos la vida, o la de quienes más amamos.
En estos días he oído hablar desde las máximas autoridades políticas, médicos e incluso ciudadanos comunes acerca de qué hacer, de cómo prevenirnos para cuidarnos y cuidar a los otros, del impacto económico, etc. pero hasta ahora no he oído a un solo medio de comunicación hablar de la Salud Mental, ¿acaso no se sabe que las emociones enferman al cuerpo?. ¿Qué las dolencias del alma hacen que el cuerpo hable cuando aquello que nos afecta no puede ponerse en palabras?.
Estamos frente a un momento inédito que permanentemente nos exige adaptarnos a un cambio radical y sin precedentes.
Asimilación y acomodación, dos mecanismos que tanto biológicamente como psicológicamente se ponen a jugar en cada uno de nosotros, ahora bien, hay que comprender que en cuestiones de subjetividad estos mecanismos se juegan de manera diferente y de acuerdo a las herramientas con las que cada sujeto cuente para hacer frente a esta situación.
Y a pocos días de transitar la cuarentena social preventiva y obligatoria comienzan a pesquisarse las consecuencias psíquicas que todo esto acarrea , quienes trabajamos con salud mental y sabemos agudizar un poco más la mirada las vamos percibiendo en cada etapa de la vida de los otros, un niño que se cansa y pregunta a sus padres cuando podrá ver a sus amigos para jugar, una madre que llora en soledad pidiendo un poco de tiempo para poder sostener su angustia, sus propios miedos, el muchacho que vive solo y de pronto cae en la cuenta de su soledad, de cuánto tiempo se la pasa durante el día inventándose cosas para hacer y no pensar; la abuela o el abuelo que esperan la visita de sus nietos, poder compartir ese domingo en familia y de pronto se encuentran escuchando el sonido de los pájaros al atardecer, y un sin número de situaciones que podría enumerar, la falta de sueño por las noches, la ansiedad oral, la incertidumbre, el llanto, el silencio y la angustia, aquel afecto que Lacan supo decir, es aquello que no engaña.
Ahora bien, frente a estos días de encierro varias cosas por decir, por un lado, esta situación nos pone a todos en una posición de reflexión, y quizá si aún no lo han hecho (porque muchas veces “pensar-nos” también nos genera sensaciones encontradas al darnos cuenta cuanto tiempo nos dejamos de lado por un otro) los invito a que lo hagan. Los invito a reflexionar sobre su propia existencia sobre sus proyectos, sobre todas las cosas que uno ha dejado de lado en algún momento y quizá es hora retomarlas. Nos pone a pensar en la fragilidad de la vida y la importancia de los vínculos, lo fundamental que resulta en la vida de un sujeto su ida y vuelta con el Otro, su necesidad constante de poder comunicarse con los otros cercanos. Tener ese grupo de pares que contengan y acompañen la espera, el silencio, la palabra urgente.
Los invito entonces a hacerse ese tiempo para ustedes, para conectarse con sus emociones, para que puedan poner en palabras aquellas cosas no dichas que quedaron pendientes, para conectarse aquí y ahora con el presente que nos toca, aceptarlo, y recibir de él el aprendizaje para un futuro. Con otras herramientas para afrontar nuevas situaciones, pero esta vez ya desde la experiencia. Hagamos entonces el trabajo de empezar a oír la voz de nuestro deseo, ese que a fin de cuentas es aquél que le da sentido y es el motor de nuestra existencia. Juntos saldremos fortalecidos.
(*) Psicóloga Giovana Villarreal MAT. 8.232