Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano
A pesar de su saldo de muertes y sufrimiento es posible detectar en la pandemia de coronavirus un aspecto positivo: por un tiempo, aunque breve, logró enfocar a la humanidad entera en un solo objetivo, derrotar al virus. Al comienzo, quienes tenemos tendencia a ser bienpensantes creímos que las inusuales muestras de solidaridad, los aplausos cotidianos para los trabajadores de la Salud, la música en los balcones aglutinando a los vecinos, el Estado presente en cada país del mundo (incluso en los más liberales), el abrupto cese del consumo, estaban preanunciando un nuevo amanecer, quizás un nuevo orden mundial donde por fin, el privilegio de “ser” humano ya no dependiera de la capacidad de ataque y defensa que nos permitió sobrevivir en nuestros prehistóricos inicios. Es decir, creímos que la humanidad estaba evolucionando hacia una nueva conciencia. Sin embargo, esa conciencia aún no consigue despertar…
Porque si bien la pandemia pareció poner en “stand by” el sinfín de problemas que día a día somos capaces de inventar y desarrollar los seres humanos, esta semana un bombardeo de noticias desalentadoras nos retrotrajo a varias décadas atrás, cuando la economía del mundo se alimentaba de conflictos bélicos, aumentando exponencialmente el PBI de los países fabricantes de armas. Así, la renovada disputa entre Palestina e Israel –con su estética de videojuego y su letalidad real–, los 9 mil inmigrantes africanos que llegaron a Ceuta (último enclave español en Marruecos) a nado, desafiando el oleaje y los fusiles del ejército y, mucho más cerca las recientes revueltas en Colombia, no hacen más que recordarnos que el mundo –desigual, cínico y cruel– sigue rodando y generando injusticias.
Por eso, o a pesar de eso (nunca es fácil distinguir entre causas y consecuencias) algunos han decidido cerrar los ojos ante los tiempos inclementes y continuar “como si no pasara nada” aunque el diario de ayer anunciara más de 35.000 nuevos casos de coronavirus, la cifra más alta desde que empezó la pandemia. De esta manera, Argentina ya supera los 3,3 millones de infectados y lleva 71 mil muertes, siendo el cuarto país del mundo con más contagios diarios. En este contexto de feroz avance de la llamada “segunda ola”, Rosario resulta uno de los enclaves más golpeados, recibiendo el doloroso sello rojo que lo coloca en una zona de riesgo sanitario que nunca hubiéramos querido visitar.
Rodrigo Mediavilla, director del Tercer Nivel de Salud provincial y una de las voces autorizadas del sector, alertó sobre la gravedad de la situación en Rosario y el resto de la provincia ante el aumento de casos de coronavirus y las consecuentes internaciones. “Rosario tiene cero camas públicas, la situación es límite”, describió y, sin eufemismos, agregó: “Hoy por hoy, todas las medidas de apertura generan muertos”. Por otra parte, reiteró lo que se viene anunciando hace semanas: la franja etaria de casos graves bajó y ahora se encuentra en 40 y 50 años, con lo que las internaciones cada vez se hacen más largas. “Lamentablemente la desocupación de camas hoy es por decesos”, expresó, y volvió a apelar a la responsabilidad social y a la ausencia de reuniones como modo de contener la pandemia.
Frente a este panorama, el gobernador Omar Perotti no tuvo más remedio que anunciar más restricciones a partir del jueves, entre otras la circulación vehicular a toda persona que no se dirija a su trabajo y la suspensión de la actividad en clubes y gimnasios, mientras que los comercios deberán cerrar a las 17 y los bares y restaurantes a las 19. Las medidas “regirán desde el primer minuto de este jueves y hasta el 30 de mayo inclusive”, precisaron. El paquete se completa con la suspensión de clases presenciales, ya anunciado. En ese sentido, la ministra de Educación de la provincia, Adriana Cantero, afirmó en LT8: “Los departamentos Rosario, San Lorenzo y Santa Fe capital, están en alerta sanitaria, por lo cual debemos volver a las clases virtuales. Debemos aprender a transitar de la presencialidad a la virtualidad con flexibilidad. Si los indicadores de acá a un par de semanas, mejoran, se podría volver a una presencialidad cuidada”.
En medio de tantas noticias negativas, no deja de ser alentador el anuncio del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sobre su decisión de enviar 80 millones de vacunas al extranjero para fines de junio. Biden indicó que enviará 20 millones de dosis de vacunas de Pfizer, Moderna o Johnson & Johnson, además de los 60 millones de dosis de AstraZeneca que ya había pactado anteriormente. De acuerdo a lo trascendido, estas medidas serían solo el primer paso para sofocar la pandemia en el mundo, ya que Biden prometió que Estados Unidos se convertiría en un “arsenal” del suministro mundial de vacunas. Con un 60% de su población ya inmunizada, el presidente del país del norte ha orientado su estrategia hacia el resto del orbe, transformándose en el primer país exportador de vacunas en el mundo… El mismo título que antes detentara en relación a la venta de armas. Sí, porque de acuerdo a un informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés), Estados Unidos ocupa el primer lugar entre los países exportadores de armas, lucrativa industria que, a juzgar por las noticias del arranque de esta crónica, sigue creciendo día a día. Desde hace décadas Estados Unidos viene conquistando el podio del vil intercambio, aunque contradictoriamente el precio de sus productos es muchas veces el más elevado. Aparentemente su éxito se debe a que Washington ha diseñado una estrategia compleja que incluye capacitaciones, garantías de seguridad, entrenamientos, alta tecnología y apoyo en caso de conflictos, poniendo en evidencia que, como en cualquier otro caso, el servicio post-venta marca la diferencia.
La cuestión es que, se trate de vacunas o de armas, el mercado no duda en incentivar la circulación de productos, sin discriminar entre los instrumentos que estimulan la vida o la muerte. Ya se sabe, el mercado es amoral e insensible, no se sustenta en emociones ni retrocede ante el dolor y, sin ponerse colorado y mirando de frente a cámara, es capaz de mostrarse imperturbable cuando se trata de asumir la legítima defensa del máximo beneficio. “Lo mío es sólo pop”, dice Micky Vainilla con su sonrisa gélida… Y a veces, incluso le creemos.