Por Luciana N. Ginga
El repaso de algunos hechos históricos desde el presente ayuda a entender con mayor precisión las coordenadas de los problemas actuales. En este sentido, traemos un análisis acerca de un acontecimiento que marcó nuestra historia a comienzos del Siglo XX. El segundo mandato presidencial de Hipólito Yrigoyen comenzó en 1928 pero no llegó a completar los cuatro años de gobierno ya que el 6 de septiembre de 1930 se produjo el primer Golpe de Estado encabezado por José Félix Uriburu. Las Fuerzas Armadas y los sectores conservadores y reaccionarios civiles se unieron para “tocar las puertas de los cuarteles” pidiendo que de facto, interrumpan el mandato de Yrigoyen al que juzgaban como incapaz e inepto para manejar la crisis que se vivía en nuestro país en esa coyuntura.
Lo cierto es que por aquellos años se registraban sobretodo desórdenes políticos, dificultades económicas para exportar la producción agropecuaria y aumentos cada vez más desoladores de la miseria social y económica que afectaba, casi exclusivamente, a las clases populares. Frente a este escenario, la reacción conservadora empujó a la consumación del Golpe de Estado, el cual -dicho sea de paso- inaugura y abre la puerta para la sucesión de Golpes de Estado que durante todo el Siglo XX padecimos en Argentina, seis en total (1943, 1955, 1966, 1976) y cada uno de ellos más cruento y genocida que el anterior.
Pero lo que parte de la historiografía nos advierte de este momento es que los sectores dirigentes, las cabezas de las Fuerzas Armadas y las élites terratenientes y por ende, agroexportadoras que propulsaron el Golpe no alcanzaron a ver que no se trataba meramente de impericia del gobierno de Yrigoyen, ni se trataba especialmente de incapacidad de la joven democracia vernácula. Era efectivamente un problema global y de escala planetaria. La crisis de 1929, el crack de Wall Street había causado un desorden generalizado a nivel económico, social, cultural y político global a punto tal que es el acontecimiento que inaugura una nueva forma de entender el capitalismo provocando su mutación hacia tendencias estatales más intervencionistas.
De modo que, la miopía de los sectores dominantes de facto, la dificultad para salirse del ombliguismo de sus intereses, la ansiedad por incrementar sus exportaciones y el temor por sublevaciones populares, entre otros, no les permitió ver que la crisis no era solo nacional sino que era mundial, ni tampoco les permitió contener/se o evitar el desastre a nivel institucional-político que inauguraron alentando y generando las condiciones de posibilidad para acudir a prácticas golpistas cada vez que las circunstancias apremiaban para estos sectores. En aquellos años la miopía que describimos favoreció -o fue la excusa perfecta- a los intereses de los sectores dominantes.
En estas últimas semanas, en el contexto del balotaje presidencial, asistimos a un problema similar pero con matices y algunas diferencias al que se ha descrito arriba: nos referimos al de la(s) miopía(s) de algunos sectores medios altos, medios o populares que votarán por la fórmula presidencial de La Libertad Avanza: Milei – Villarruel, pero esta vez -a diferencia de lo que sucedió en el hecho histórico mencionado antes- esa incapacidad de ver más allá, no favorecerá a sus intereses. Identificamos un modo estrecho de mirar o una actitud miope de construir nuestros problemas: me refiero concretamente a la repetición infinita de una narrativa que establece que Argentina posee los peores índices económicos, sociales, de riqueza cultural, educativos, de transparencia política, entre otros, sin incluir en este análisis -aunque sea de forma veloz- cómo están nuestros vecinos latinoamericanos y en qué situación se encuentran algunas regiones del planeta. Aduciendo, además, que esta situación es exclusiva responsabilidad del kirchnerismo-peronismo.
Sin pretensión de ahondar en detalles exhaustivos respecto de las diversas situaciones en la que se encuentran los países de nuestra región, podemos decir que, por ejemplo, en Ecuador la violencia política durante el proceso electoral acontecido hace unas semanas atrás fue alarmante, provocando un escenario extremadamente turbulento, incluso, con candidatos a la presidencia de esa Nación asesinados. Esto sin dudas refleja la situación general que se vive en el país hace ya unos años, donde las violencias se profundizan y las situaciones mortuorias ligadas al narcotráfico son moneda corriente. En Perú, el escenario político no es mejor, el Golpe de Estado al ex presidente Pedro Castillo, las represiones sociales y la incertidumbre general no se han disipado aún hoy. En Uruguay, el gobierno de Lacalle Pou enfrenta problemas de diverso tipo, pero podemos destacar los inconvenientes con parte de su gabinete (especialmente con Fernando Bustillo, ex canciller, por supuestas comunicaciones y vinculaciones con líderes narcos) y lo inaccesible del costo de la vida para sectores medios y populares. A su vez, México y algunos países de Centroamérica (Honduras, Guatemala, Jamaica, El Salvador, entre otros) conviven con altísimos niveles de violencias provocados por el crimen organizado y por vinculaciones con el narcotráfico, entre los que podemos contar en la actualidad con más de 110.000 desaparecidos/as en México y tasas de homicidios alarmantes en todos los países centroamericanos mencionados.
Por su parte, los gobiernos de Lula en Brasil, de Petro en Colombia y de Boric en Chile, con esfuerzos significativos y con intenciones políticas más o menos contundentes de redistribución económica y de manejo/ control de las violencias -por mencionar algunos de los temas más importantes a los que se enfrentan- no logran sobresalir aún en materia de impacto positivo respecto de las intervenciones de políticas públicas para los sectores más desfavorecidos.
Las consecuencias económicas de la pandemia, los desastres ambientales que se viven en nuestras regiones, como la sequía con pérdidas notables de cosechas (y por lo tanto de exportaciones y adquisición de divisas); las inundaciones y los incendios son problemas muy concretos, de largo alcance y de soluciones que requieren tiempo. En el caso argentino, el endeudamiento feroz con el FMI que llevó adelante el gobierno de Macri (2015-2019) se tornó un problema estructural para nuestra economía. Más lejos pero con coletazos muy fuertes en América Latina, la guerra desatada entre Rusia y Ucrania es un fenómeno que tiene impacto en nuestra región sobre todo por el encarecimiento en materia energética. Todos estos fenómenos influyen -negativamente- en nuestra vida cotidiana.
No pretendemos negar o matizar lo mal que, hace varios años, viven las familias de las clases populares y de las clases medias en nuestro país, tampoco pretendemos lavarle la cara a las múltiples incapacidades y torpezas que ha cometido el actual gobierno nacional, no buscamos expiar las culpas por las peleas públicas, muchas veces estériles, en el seno de los sectores que conforman la alianza gobernante actual y por la falta de cintura política para tomar decisiones que beneficien contundentemente a las mayorías, sin embargo es imperioso afinar la vista y detectar que no se trata solo de problemas que tenemos en el país como si formáramos parte de una región en la que se vive extraordinariamente bien y en un mundo en paz con niveles de bienestar, de igualdad, de convivencia pacífica, de justicia social, etc. Nada de eso. Ahora bien, debemos advertir que los múltiples problemas que atravesamos a nivel macroeconómico, a nivel salarial o en cuanto a los índices inflacionarios no nos tapen el bosque, que el malestar no nos impida ver con claridad y nos haga optar, en el balotaje del 19 de noviembre, por un callejón sin salida, en el que nos jugamos la democracia.
La autora es Dra. en Ciencia Política (UNR) – Docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales – Co-Directora del Centro de Investigaciones en Gubernamentalidad y Estado (CIGE)- Universidad Nacional de Rosario.