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Las escuelas de frontera en la pedagogía del fin del mundo

Las fronteras siempre fueron vistas como un lugar de misterio, mezcla de actividades terroristas, lavado de dinero y crimen organizado.

Las fronteras siempre fueron vistas como un lugar de misterio, mezcla de actividades terroristas, lavado de dinero y crimen organizado. Las bases militares extranjeras, fundamentalistas, trata de blanca y narcotráfico agregan mayor “peligro” a la zona.

Las versiones son de película. La productora norteamericana Paramount propuso realizar un film con el propósito de demostrar cómo el grupo libanés Hezbollah ha ganado influencia en la zona de la triple frontera. En 2007, Hollywood intentó hacer lo mismo, pero los gobiernos de entonces lo impidieron.

Lo cierto es que las fronteras aparecen en el imaginario social como un agujero negro donde todo puede pasar. En este sentido, los distintos Estados siempre se han preocupado por la protección de ese territorio, con el objetivo de que el extranjero no la pueda “colonizar”.

En este enfoque, nuestro país intentó poblar desde el siglo XIX las zonas cercanas a los países limítrofes. De esta manera, las Escuelas de Fronteras aparecieron como un eslabón necesario para la instalación de colonos que pudieran llevar la “argentinidad” a los rincones más alejados de nuestro país.

En el año 1972, un decreto fijó el 14 de marzo como “Día de las Escuelas de Frontera” con la intención de exaltar “la labor abnegada y llena de sacrificios de los docentes que trabajan en las escuelas de frontera”.

La frontera es un concepto difícil de encuadrar en una sola definición, sus aspectos geográficos, políticos, económicos y sociales dan cuenta de la interdisciplinariedad de su abordaje. La licenciada Dolores Linares señala que “la línea de demarcación puede ser observada como un corte en el territorio, algo que queda trunco, que marca sólo la separación, la diferencia, el límite territorial, político y social de un espacio determinado. Pero también, podemos observar un espacio de contacto, de permeabilidad, de relaciones sociales transfronterizas, en donde el límite –que puede ser a la vez temido, ignorado, transgredido– se transforma en el elemento aglutinador de dichas relaciones”.

En este sentido, la autora citada señala: “Llamaremos entonces zona transfronteriza y no zona de frontera a esta franja territorial que envuelve a la línea de demarcación, con el fin de hacer foco en las relaciones sociales transfronterizas que involucran a los dos costados de la frontera nacional y sus respectivos habitantes”. Esta definición es la más cercana a la manera en que en la actualidad se enmarcan las escuelas de frontera en su relación con la “otra orilla”.

El rol de estas instituciones fue variando a través del tiempo: desde un concepto de “nacionalismo desprovisto de toda agresividad”, hasta una manera de impedir el avance territorial y cultural de los vecinos geográficos. En la actualidad, las cosas han cambiado y estas instituciones escolares hoy apuntan a la integración multicultural de los países vecinos, donde algunos proyectos se desarrollan en un sistema bilingüe.

Todo comenzó con las primeras reglamentaciones del Consejo Nacional de Educación que en julio de 1929 establece crear la Escuela Práctica de Frontera. Las mismas establecían disponer de tierras fiscales limítrofes con los países de “nuestra vecindad geográfica” para que funcione la escuela. También adjudicaban la posesión permanente y gratuita de tierras fiscales para todos los ciudadanos casados y con hijos, que tuviesen el propósito de radicarse y trabajar la tierra. Pero por sobre todas las cosas, debían cumplir estrictamente con la obligación de enviar a sus hijos a la escuela y al taller de producción.

El Estado otorgaba gratuitamente a estos primeros pobladores: enseres de labranza, animales de trabajo, semillas y herramientas; y entregaba a cada colono una subvención mensual por cada hijo menor de catorce años que concurra a la escuela y a los trabajos prácticos del taller.

Esta norma señalaba que la Escuela de Frontera será “medularmente argentina”. “Su nacionalismo desprovisto de toda agresividad que no sea contra la ignorancia, será eminentemente constructivo y emulativo y ha de caracterizarse firmemente al tratar de la historia, el idioma, la instrucción cívica y la geografía, en su enunciación más sencilla, verdadera y nacional”.

La historia continuó y en el año 1972 se promulgó la ley nacional 19.524 cuyo objetivo fue el de proteger y desarrollar escuelas en zonas y áreas de frontera, procurando acercar la educación a todos los habitantes del país. En el 2004, el Mercosur impulsó a sus países miembros a establecer programas conjuntos de sostenimiento de escuelas fronterizas, con el objetivo de apuntar al desarrollo multicultural de las comunidades vecinas. Una de esas experiencias fue la creación del programa de educación bilingüe entre Argentina y Brasil.

Nuestro país tiene fronteras que se extienden por un total de 9.376 km, entre los cuales existen alrededor de 11 mil escuelas que se ubican en zonas aisladas y de difícil acceso. Esto contempla no sólo las que están específicamente en las zonas de fronteras, sino también a las escuelas rurales. La mayoría de estos establecimientos cuentan con un solo docente y los alumnos pasan jornada completa y generalmente se le brinda hospedaje y alimentación.

Según datos del Ministerio de Educación de la Nación, en nuestro país hay 516 escuelas específicamente de frontera. Salta es una de las provincias con mayor cantidad de instituciones, con 334 escuelas; Catamarca tiene 49; Misiones, 34; Santa Cruz, 33; Mendoza, 31; Formosa, 24; La Rioja, 6, y Jujuy, 5.

Las provincias de Entre Ríos, Corrientes, La Rioja, San Juan, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz también tienen escuelas en zonas limítrofes. En muchos de estos territorios existen comunidades de pueblos originarios como Ava Guaraní, Toba, Pilagá, Wichi, Mbyá, Colla, Mapuche y Huarpe, cuyos jóvenes concurren a estas escuelas aportando al entorno sus propias características.

“Sólo se ama lo que se conoce. La patria comienza en la frontera”, dice el cartel de bienvenida a la ciudad de Bernardo de Irigoyen en la provincia de Misiones, donde una calle ancha y un puesto aduanero separan el territorio argentino del brasileño.

En esta zona se desarrolla una de las experiencias más avanzadas de las escuelas de frontera. La escuela Argentina N° 604 “Juan Carlos Leonetti” está separada sólo 12 cuadras de la brasileña Theodereto; estas instituciones comparten el proyecto multicultural bilingüe por el cual dos veces por semana  los docentes se trasladan a la escuela del país vecino para enseñar Portugués y castellano respectivamente. Esta experiencia se replica en otras.

Más allá de los misterios, las escuelas fronterizas dan cuenta de un modelo de enseñanza común donde la educación intercultural es parte de la construcción de una identidad regional. El trabajo cotidiano de los maestros de estas escuelas está más vinculado con la solidaridad, el compromiso y la cooperación entre pueblos que con muros de rabia.

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