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Las historias para contar están ahí afuera más que nunca

Editar un diario papel es un empecinamiento. Así como puede serlo una casa de revelado de fotos o un videoclub en el siglo XXI. Medir, diagramar y editar noticias de ayer para imprimirlas en un producto destinado a ser deficitario son tareas que más temprano que tarde dejarán de tener sentido. No es una discusión nueva, pero sigue vigente porque está ligada al financiamiento y la subsistencia de varios emprendimientos periodísticos, que son fuentes de trabajo.

En el mundo digital tampoco reinan las certezas. Quien se posicione como gurú de la convergencia entre medios y redes corre el riesgo de quedar desfasado en menos de lo que canta un gallo. Si hace diez años la cuestión pasaba sólo por Facebook y Twitter, hoy Instagram y TikTok demandan más creatividad que nunca. La mirada de un viejo señor periodista no es más importante que la de un centennial inmerso en los nuevos lenguajes.

En la torre de babel de las redes sociales, proliferan las fake news, la posverdad, las manipulaciones o las verdades alternativas a gusto de cada uno. Son tiempos en que la capacidad de informarse está cooptada por el movimiento del dedo pulgar, y a un algoritmo que opera para llevarnos a confirmar nuestro sesgo de opinión.

El desafío del medio periodístico cooperativo

El desafío del medio periodístico cooperativo es hacer pie en ese terreno, erigirse como voz esclarecedora y a su vez intentar competir con los –cada vez más– medios concentrados. Por supuesto, un medio no produce tuercas, y si la torta de la pauta gubernamental va toda a los pulpos mediáticos, el ejercicio periodístico cooperativo no pasará de ser una resistencia romántica sin capacidad de mover el tablero.

Hoy salvo excepciones, el periodista de prensa gráfica es un proletario de oficina lidiando con llegar a fin de mes. A quien crea lo contrario puedo mostrarle los números de mi cuenta bancaria. No hay glamour ni fama. Para colmo, la pandemia y las penurias económicas volcaron al plantel de El Ciudadano al home office. La aventura cotidiana de ir a trabajar a la redacción quedó en pausa.

Las discusiones febriles de la producción noticiosa pasan por el WhatsApp Web y los cierres de edición a altas horas de la noche parecen ser parte del pasado. Sin embargo, las historias para contar están ahí afuera más que nunca. Por una ronda más.

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