El bulevar Oroño, en la actualidad identificado por los centros de especialistas en salud, fue un espacio donde las coquetas familias podían descansar lejos del ruido portuario de Rosario centro. La Unidad Penitenciaria III fue construida hace más de 100 años con la misma idea: funcionar en las afueras. Fábricas y talleres mecánicos que trabajaban solitarios en una manzana del actual macrocentro se convirtieron, con el crecimiento poblacional, en los vecinos más antiguos de familias nuevas. Y si bien existieron ordenamientos urbanísticos desde el siglo pasado, nunca se llegó a generar una ciudad cuya dinámica no ocasione rispideces entre en los vecinos. Sin la ventaja de empezar desde cero como Las Vegas o Brasilia, las ciudades, y Rosario no es excepción, al crecer dibujan una trama urbana a medias planificada, a medias espontánea, en la que el conflicto entre vecinos es casi cotidiano. En 2002, la Municipalidad de Rosario bajo la intendencia de Hermes Binner decidió que la descentralización del Estado local –materializada en los centros de distrito y los ex centros Crecer– debía incluir una herramienta pacificadora que amortiguara la naturaleza conflictiva ciudadana. Soñada por Julia Cardozo Villa –hoy coordinadora del programa municipal– en 1996, la mediación comunitaria buscó sentar en una misma mesa al vecino molesto con el dueño del perro que ladra, el baterista que ensaya en su casa o, y más reciente, a la empresa constructora que daña con su labor una vivienda lindera. Con el objetivo de evitar juicios y agresiones entre ciudadanos, esta iniciativa voluntaria y gratuita promedia unas 1.200 mediaciones por año en los últimos tiempos. Sólo entre enero y septiembre de este año se realizaron 561 mediaciones en los seis distritos de Rosario. En cada uno, desde 2008, un mediador municipal recibe en el turno mañana los reclamos de árboles que transgreden propiedades o ruidos molestos. Además, se capacitó a los agentes municipales –en particular en la Dirección de Obras Particulares– para que puedan orientar el enojo hacia una solución concertada de las diferencias.
Según las estadísticas, no hay un barrio o distrito que se destaque por el número de problemas llevados a la instancia de mediación. La diferencia sí está en la categoría de los reclamos. En la zona centro, y por consiguiente en el distrito nombrado en homenaje al pintor Antonio Berni, acuden a ese instrumento desde 2005 vecinos con daños producidos por obras de construcción. El boom inmobiliario y sus consecuencias rankea primero, mientras que en los barrios los problemas de ocupación de terrenos, las filtraciones de agua, la responsabilidad de desmalezar espacios comunes son los conflictos más habituales. Pero la dinámica de la ciudad hace que el macrocentro empiece a lidiar con el boom y sus protagonistas, las empresas constructoras nacidas de efímeros fideicomisos.
El más reciente objetivo del programa es contribuir a la creación de los consorcios en la veintena de barrios Fonavi, donde viven, según estimaron desde la Secretaría General del municipio, unas 110 mil personas. De hecho, hace tres años que se han acoplado a la capacitación propuesta por el gobierno provincial y municipal para estos conjuntos de viviendas, con la experiencia piloto del que está ubicado en barrio Latinoamericano. Después de 30 años los vecinos pudieron empezar a contar con sus escrituras y lidiar con las expensas, lo que requirió de cursos cortos sobre jurídica, contabilidad y mediación para resolver problemas de forma pacífica.
Método aplicado
“Voluntariamente nadie viene a las mediaciones. Pero una vez que los sentás en la mesa tenemos un 80 por ciento de casos que terminan en acuerdo”, explica Cardozo Villa a El Ciudadano. El marco de trabajo, una mesa de diálogo en la que se firma un convenio de confidencialidad para que el mediador no pueda ser invocado como testigo en un hipotético juicio, logra también modificar la inercia del ciudadano en conflicto. “Si un vecino se cruza con otro por un reclamo en la calle, en general el segundo no lo quiere escuchar. Y muchas veces la gente aguanta mucho para, al final, explotar”, agrega la coordinadora, quien iguala el proceso de mediación al de un milagro urbano.
Si bien no existe una figura punitiva o juez que dicte sentencia, el mediador es una figura referencial para las partes involucradas. Esto toca un nervio social: el de la autoridad aunque sin las competencias punitivas. “Es una escuela de democracia. Se enseña que los vecinos pueden tomar sus decisiones, cosa que hacen todo el tiempo. No hay juez o dictador que indique qué está bien”, apunta al respecto Cardozo Villa, quien informa que en breve ampliarán la cantidad de mediadores en la ciudad. El final del proceso es un acuerdo firmado entre privados en donde las partes se comprometen para resolver el conflicto. El documento no se archiva hasta tener noticias de que se cumplió. De eso se encargan las partes, que en caso de no cumplirlo vuelven al distrito.
Antes del programa, asegura Cardozo Villa, el vecino se frustraba porque tenía un reclamo cuyos costos de litigio excedían el monto de arreglo, por ejemplo. “Son conflictos entre privados que no quieren ir a Tribunales y pagar un abogado. Todo por problemas sencillos como humedad, mantenimiento de veredas, entre otros”, sostiene la funcionaria.
Fuera del distrito
En 2011 el programa municipal se convirtió en radial. La frecuencia FM 103.3 emitió todos los sábados de 11 a 12 “Sueños de barrio” con la conducción de Marcelo Nocetti en la que se reflejaban casos de mediación en conjunto con la historia del barrio en la que ocurrió. Otro logro, tal como referencian desde la Secretaría, es que fueron votados en el Distrito Centro como uno de los proyectos del Presupuesto Participativo. Así se realizaron cursos de 20 horas bajo el nombre “Dialogando entre vecinos” sobre herramientas básicas para resolver conflictos. El año pasado los representantes del programa fueron llamados a disertar a un congreso mundial de mediación que se realizó en la ciudad brasileña de Belo Horizonte en reconocimiento de su tarea.
Cuando el conflicto pasa a mayores
Anteayer por la madrugada la Policía de Capital Federal se hizo con el paradero de Lilian Vargas, la mujer de 62 años acusada de asesinar a su vecina, Carmen Zorzoli de 45 años, el jueves pasado en la puerta de su vivienda ubicada en Villa Bosch. Voceros del caso señalaron que el homicidio había ocurrido como consecuencia de que Zorzoli, cansada de los ladridos de una quincena de perros a cargo de Vargas, fue a recriminar a la mujer, que contestó con disparos de un revólver calibre 22: dos en la cabeza y uno en el tórax. Versiones periodísticas señalaron que además del ruido constante de los perros, la vivienda de Vargas expelía un fuerte olor a causa del abandono y la suciedad. Un típico conflicto entre vecinos que en este caso terminó en tragedia.