¿Es el turno de las mujeres en la política? ¿Transitamos, al fin, por sobre la extinción de los prejuicios? El mandato de Angela Merkel en Alemania, el de Dilma Rousseff en Brasil y el favoritismo en torno a la ex secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton para ocupar la Casa Blanca, parecería marcar una era –por lo menos en Occidente– en la que el género ya no es un condicionante para gobernar.
En América latina en particular, que una mujer ocupe la presidencia no es una noticia: en las últimas dos décadas, seis de ellas lograron el cargo máximo a través de las urnas, muchas de las cuales obtuvieron la reelección, como Cristina Fernández de Kirchner en la Argentina y Michelle Bachelet en Chile. Y mucho antes de sus investiduras, la región ya era modelo por su presencia en los parlamentos, la implementación de leyes que establecen cuotas mínimas de representación y la predisposición de las agrupaciones que las reúnen. Este empoderamiento es resultado de un proceso mayor que involucra mejoras institucionales y económicas, sin que ello signifique que su presencia en las primeras filas se traduzca en una reducción de su discriminación en la sociedad.
De acuerdo con un informe reciente de la Unión Interparlamentaria Mundial (UIP), en los últimos años se marcó un récord en la participación femenina en los Congresos.
Globalmente existe casi un 22 por ciento de mujeres legisladoras, y su presencia es mayor en los países escandinavos (Dinamarca, Noruega y Suecia) donde ocupan un 42 por ciento de las bancas. En América la cifra es menor, un 25 por ciento, y en la Argentina, como consecuencia de la aplicación de la ley de cupo femenino, hay un 36 por ciento de diputadas y un 39 por ciento de senadoras. Con todo, la UIP también advierte que los “techos de cristal” continúan existiendo para las mujeres cuando se trata de acceder a las esferas más altas: hay menos ministras y menos funcionarias en los “círculos íntimos” donde se toman las decisiones de relevancia.
“La batalla para obtener la igualdad entre mujeres y hombres se ha desarrollado en paralelo con la lucha por la igualdad política”, explicó la socióloga Marita Carballo, presidente del centro de investigación Voices!. “Esto dio inicialmente a las mujeres las mismas oportunidades en el campo de la educación, en el que habían sido fuertemente discriminadas históricamente, y luego se extendió al ámbito laboral. Pero la política y el mundo de los negocios continúan siendo ámbitos en las que las mujeres siguen teniendo una presencia muy limitada en las posiciones de liderazgo. No sólo es un tema de número –cuántas mujeres legisladoras hay, por ejemplo–, sino también cualitativo, referido a su real poder de decisión a la hora de definir políticas”, detalló la experta.
Significa que a pesar de las multitudinarias incorporaciones femeninas en las instituciones, los programas por la igualdad de género son escasos. Tal vez el ejemplo más cercano sea el de Venezuela, donde las funcionarias están al frente de cuatro de los 10 ministerios con mayor presupuesto y tienen las riendas de los poderes Judicial, electoral y la vicepresidencia del Legislativo, pero en la práctica son apenas voceras del presidente Nicolás Maduro. Todo ello, en un país en donde el “machismo” es considerado un “problema nacional”.
En un mundo históricamente dominado por los hombres, “primero hay que poder romper con los viejos moldes: ‘no es normal’ que una mujer hable bien alto, ‘no es normal’ que una mujer sea completamente independiente”, afirma Manuela Castañeira (30), candidata del Nuevo Mas a la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires. “Los prejuicios que tengo que romper a diario son ser mujer, joven y socialista”, enumera sobre su desenvolvimiento en la política, un ámbito al que se unió con apenas 20 años, en consonancia con el inicio de sus estudios de sociología en la Universidad de Buenos Aires. “El problema real no son tanto los prejuicios existentes, sino los intereses que representan las mujeres que ya están en la política, cuáles son las banderas que levantan.
En la actualidad las mujeres en la política no representan nuestras necesidades. El problema es lo que se calla, como el derecho al aborto”, sostiene Castañeira dirigente de Las Rojas, grupo feminista de izquierda.
La polémica acerca su denuncia no es nueva: algunas expertas consideran que “cuerpo de mujer no significa conciencia de género”, y que la defensa de los intereses y necesidades de la plantea femenina en un mundo prácticamente dominado por hombres resulta hostil.
Pero otras sostienen que la paridad derivará en una reinvención de la política. “Uno de los principales beneficios de la participación de las mujeres en altos cargos políticos es el derivado de aportar una visión diferente. Las mujeres, en la medida en que tengan poder de decisión, amplían la agenda, ya que pueden enriquecer el debate sobre políticas con temas que a veces los hombres pueden dejar en segundo plano u ofrecer una visión diferente sobre los puntos en discusión”, indicó Carballo.
De acuerdo con una encuesta global realizada a fines de 2013 por la asociación WIN/GIA y Voices! en 65 países, el 34 por ciento de los consultados sostuvo que el mundo sería mejor en caso de que las mujeres dominaran la política, un 17 por ciento que sería peor y un 41 por ciento respondió que no habría diferencias. “En casi todas las regiones son más los que aprueban una mayor participación de la mujer en política que los que la desaprueban. La excepción se encuentra en Medio Oriente y el Norte de África. Hay en el mundo una tendencia hacia mayor igualdad y pluralismo, aunque con diferencias entre las regiones. Es una buena noticia, pero habrá que ver si esto se traduce efectivamente en una real igualdad de género, que es fundamental para alcanzar el desarrollo pleno y una democracia de calidad”, concluyó Carballo.