Las nanopartículas de plata están en casi todo: ropa, alimentos, purificadores de aire o agua, lavarropas, cosméticos, dentífricos. Son una estrella del márketing por su efectividad como bactericida y su llamativo nombre, pero no todo lo que reluce es, en este caso, plata. De los hogares e industrias pasan a los cursos de agua, y allí se pierden su rastro y sus potenciales efectos. Un equipo de investigadores de Santa Fe tomó nota y comenzó a estudiar qué pasa en el Paraná con esas porciones de metal del tamaño de unos pocos átomos. Centraron el estudio en el sábalo, especie que está en la base de la cadena alimenticia del río. Comprobaron alteraciones de los tejidos, bioacumulación en órganos, especialmente el hígado, estrés oxidativo producido por su degradación y hasta daños neurológicos o alteraciones del ADN de los peces. Su trabajo es pionero en enfocarse sobre una especie autóctona y un insumo para adecuar legislaciones siempre anacrónicas en materia de nuevas tecnologías.
Las propiedades antibacterianas y antimicrobianas de la plata eran conocidas por los antiguos griegos y romanos, que la usaban para fabricar contenedores de alimentos. Echaban, por ejemplo, un par de monedas del metal a las vasijas para mantener el agua potable. No entendían el mecanismo por el cual la plata ayuda a conservar la materia orgánica, y la respuesta sigue pendiente.
El avance de la tecnología permitió potenciar las propiedades observadas desde siempre. Cuando se pudieron obtener partículas del metal lo suficientemente pequeñas como para atravesar, incluso, las membranas celulares, todo se aceleró. La capacidad de producir esas nanopartículas, para las cuales rigen leyes distintas a las de la física clásica, expandió su uso.
Las químicas más grandes del mundo, como Dow Chemical, fusionada hace cuatro años con DuPont, y el laboratorio Basf, que absorbió a Ciba Chemicals, se subieron al tren. También Procter and Gamble, la mayor compañía de productos de consumo. El conglomerado surcoreano Samsung lanzó hace unos años una lavadora de platos y un lavarropas con propiedades bactericidas que hacen uso de la plata nano.
Las nanopartículas de plata están presentes en todo, pero huérfanas de estudios sobre sus efectos no deseados. O casi: en Santa Fe tomaron la posta y comenzaron una investigación que encendió las alertas. Una de sus referentes es Ana Ale, doctora en Ciencias Biológicas y becaria pos-doctoral del Conicet especializada en ictiología y ecotoxicología.
El equipo de Ale, en el Instituto Nacional de Limnología (Inali, que depende de la Universidad Nacional del Litoral y el Conicet) investigó cómo actúan las nanopartículas en el río Paraná. ¿Cómo hacerlo? La bióloga aclara que es difícil detectar su presencia en el agua, por su tamaño, de entre una y cien millonésimas de milímetro. Sólo es posible si se aglomera en formaciones más grandes. “No hay todavía tecnología aceptable para poder cuantificarla”, explica.
Se enfocaron entonces en hurgar lo que hacen las nanopartículas cuando entran en contacto con seres vivos. Y eligieron el más representativo en la región: el sábalo. De por sí, fue una innovación. En los laboratorios se utiliza generalmente el pez cebra, originario del sudeste asiático. En su lugar, tomaron una especie autóctona del Paraná.
Larga lista de daños potenciales y comprobados
El equipo expuso a los sábalos a “dosis bajas de nanoparículas, no ambientalmente significativas, menores que las relevadas estadísticamente, del orden de microgramos por litro”, explica Ale. Y enumera los primeros resultados del estudio: “Comprobamos que se bioacumulan en los tejidos. Desde el cerebro, lo que podría relacionarse con daños neurológicos si se da una exposición crónica, hasta el hígado. También en el intestino y en las branquias”. Los efectos constatados incluyen “cambios en las reservas energéticas del pez, alteraciones en su hematología y en su histología”. Las deformaciones en las branquias, advierte, ya no es un alerta, sino la evidencia de un daño severo.
La bióloga enfatiza que “el mecanismo principal de toxicidad de las nanopartículas de plata es el estrés oxidativo, que es la generación de radicales libres, lo que produce daños en los tejidos cuando se oxidan los líquidos, las proteínas, el ADN. Es un mecanismo bastante complejo de degradación, pero no el único”.
El trabajo permitió constatar, también, el efecto de la nanoplata y sus propiedades antibióticas sobre la mucosa que recubre a los peces, donde viven bacterias que actúan como una primera barrera de defensa. “En los peces expuestos, las unidades formadoras de colonias bacterianas disminuyeron drásticamente, lo que genera situaciones de vulnerabilidad y afecta su calidad de vida”, indicó. Sobre eso, queda abierta la pregunta por los efectos en las mucosas intestinales de los humanos. «No todas las bacterias son «malas»», bromea.
Investigar para regular
“La importancia de estos estudios es que en el nivel de un purificador de agua o aire, que se comercializan libremente, no hay regulación que obligue a los fabricantes a especificar qué tipo de nanopartículas utilizan, y en qué cantidad. Es grave porque se utilizan en prácticamente todos los productos de uso cotidiano, incluyendo los de uso personal”, dice la investigadora.
Lo que ocurre, señala, es que el agresivo marketing sobre las propiedades bactericidas de las nanopartículas fue exitoso. Como corresponde, la publicidad deja de lado los posibles efectos no deseados. “En realidad, siempre hay un lado oscuro: matan también las bacterias del sistema inmunológico humano. Es importante conocer qué pasa con las exposiciones crónicas a bajas concentraciones. Tratar de extrapolarlo a lo que podría llegar a producir”.
El primer reporte de obtención de nanopartículas de plata data de 1889. La producción masiva, y su incorporación a productos y equipos tanto industriales como hogareños, despega en la década de 1990.
Se conocen sus propiedades deseables. Lo que está aún sin comprender con precisión es por qué mecanismos o propiedades. “Tiene la propiedad bactericida y biocida de la plata, porque libera iones plata, uno de los más tóxicos para la dieta acuática, pero además tiene propiedades intrínsecas que están bajo estudio y descubrimiento, es un multitarget en toxicidad”, pone en aviso la bióloga.
Esa ignorancia, sumada a la reticencia de las empresas en dar información sobre la cantidad de nanopartículas de plata incluida en sus productos, es un combo peligroso. Se suma la escasa documentación científica sobre los efectos adversos sobre los seres vivos, en especial los derivados de una exposición crónica a bajas concentraciones, que es lo que se da en la vida cotidiana.
Sin estos insumos, las nanopartículas, presentes en casi todo, no existen en la legislación o las regulaciones.
“Estuve trabajando en Italia. En Europa tampoco hay legislación. Sí hay publicaciones recomendándolas”, pone en contexto Ale. Esta vez, no es un problema sólo de la Argentina.
Además de alertar, contrarrestar
Ale admite que las tecnologías bactericidas nano llegaron para quedarse, a pesar de los riesgos potenciales sobre los que hay más ignorancia que indicios. Pero siempre se puede intentar minimizar los daños. “Lo que es alentador es la nueva línea de investigación de nanopartículas de síntesis verde. Para estabilizarlas, utilizan extractos de frutos, raíces, cáscaras, que en principio son más amigables con el ambiente, le agregan propiedades antioxidantes a la plata”.
La bióloga del Inali estuvo en Brasil, precisamente, para investigar con colegas esos desarrollos. “Recién se empieza, es muy incipiente”, aclara.