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Las ofensivas imágenes sociales y económicas de estos tiempos turbulentos

Seguramente algunas imágenes quedarán en la iconografía de estos meses durísimos para buena parte de los sectores medios, bajos y excluidos de la población. Sobre todo por ofensivas. Una podría ser la del empresario supermercadista Braun, dueño de la cadena La Anónima, riéndose mientras confesaba remarcar todos los días para “ganarle” a la inflación. A pocos se les escapó que estaba burlándose en la cara del Gobierno nacional ¿de Alberto Fernández?, probablemente de la falta de reacción ante la asonada remarcadora que no cesa y de una gestión que parece seguir temiéndole a la tapa de los diarios o portales, la técnica de apriete favorita del poder corporativo para resistir cualquier disciplinamiento dirigido a frenar los índices de desigualdad.

Y el efecto de ese modelo guerrero parece arrinconar cada vez más a un gobierno y parece cada vez más certero. Se hace difícil adivinar si el Gobierno piensa que con las nuevas medidas anunciadas por la flamante ministra de Economía, Silvina Batakis, aspirar a sostener la unidad del Frente de Todos y ganar en 2023.

Los recientes anuncios dados por Batakis solo fueron para calmar los mercados y tranquilizar al poder económico, que ya se preparaba a iniciar una corrida golpista desde todos los ángulos posibles. Además, como si “calmar los mercados” fuera un fin en sí mismo y no una tibia señal traducida como “quédense tranquilos que todo sigue igual”. Las señales de mayor ajuste fiscal y monetario y la confirmación de la continuidad del acuerdo con el FMI tal cual se firmó eran lo menos esperado en la primera declaración pública de la ministra, porque no son otra cosa que confesar que tratarán de administrar como puedan una posible caída en recesión al ritmo de los demoledores índices de inflación actuales.

Los interrogantes del camino hacia 2023

Entonces, el interrogante que surge es si el Gobierno y las fuerzas que lo componen, están sopesando el escenario de la manera que deberían si quieren tener alguna oportunidad en 2023. Hoy los números de crecimiento de la macroeconomía están dibujados en el aire y a riesgo de usar un vapuleado término, podría decirse que no derraman; las paritarias de los trabajadores registrados quedan siempre atrás de los precios del supermercado; los trabajadores informales y de la economía social está galgueando y el salario básico universal parece estar cada vez más lejos.

¿Y qué es lo que se exhibe como señal?, nada menos que ajuste fiscal, suba de tasas y restricción a las importaciones, lo que, sin exagerar, es un camino directo a la paralización de actividades. El economista y actual director del Banco Nación, Claudio Lozano pedía por estos días “reconciliar al Frente de Todos con su propia base electoral”, y afirmaba que era “no solo por una cuestión electoral hacia 2023, sino para recuperar las condiciones de vida de la población que ha estado entre las razones por las cuales el Frente de Todos gobierna hoy la Argentina”. ¿Hay alguien en el Gobierno pensando algo así y alertando que lo estrictamente necesario es implementar medidas políticas y no económicas? No parece.

Si el Frente de Todos comienza a desintegrarse y se armara una fórmula de kirchnerismo puro para las elecciones eso significaría dos listas peronistas dividiéndose el voto, lo que ante una hipotética segunda vuelta, la que entrara estaría en riesgosas condiciones de perder contra una furibunda derecha antiperonista que, a no dudarlo, hará alianzas hoy impensadas con tal de “borrar” cualquier sesgo populista.

Porque la ecuación “…con Cristina sola no alcanza y sin Cristina tampoco…” continúa con extraordinaria vigencia. El peloteo desbocado de la “prensa amiga” para encontrar una fórmula promisoria ya armó un “Cristina-Scioli” y, por si las moscas revolotean, un “Massa-Cristina”. Si se escudriña un poco puede verse que Daniel Scioli tiene chances de llevarse más o menos bien con los diferentes peronismos, por lo que podría conseguir votos a diestra y siniestra y doblegar los embates opositores. El peronismo unido detrás de una lista kirchnerista –Kicillof-De Pedro, por ejemplo– no es, por ahora, pensable ni viable y le dejaría el camino libre a los halcones o palomas, se perderían lugares en las bancadas y el poder concentrado vendría a degüello comenzando por la reforma laboral y previsional.

Las visitas de Alberto

Alberto Fernández inició su vuelta al kirchnerismo en 2019 haciéndole una visita a Milagro Sala. Pero ese interés desapareció cuando llegó a la presidencia con los votos de todos quienes querían ver libre a la luchadora social. Después hizo declaraciones acerca del flagelo que significaba el lawfare y ostentó el objetivo de terminar con él. Pero poco después, el carcelero de Sala se convirtió en “el amigo Gerardo”, quien no cesó en inventar causas para mantener a Milagro en la cárcel y si era posible minar su salud hasta límites insospechables.

Hace poco, cuando justamente Milagro estuvo con serios riesgos de salud, Alberto volvió a hacerle una visita –ya se tornaba insostenible no hacerlo cuando desde algunas de sus propias carteras se lo pedían– y, seguramente, a hacerle promesas que parecen lejos de cumplirse cuando sus facultades se lo permitirían de inmediato. Esta es otra imagen de estos días turbulentos.

El presidente tiene los recursos legales para desarticular ese castigo infinito impuesto a Milagro, que no significa otra cosa que una suerte de advertencia a todas aquellxs luchadores que se atrevan a desafiar al establishment y conquistar algo de dignidad para su gente. Es una muestra del poder de fuego que usan permanentemente: con los precios de alimentos en las góndolas o en el almacén y con un encarcelamiento feroz a una militante indígena, pobre y digna. O con las marchas del codicioso y miserable sector del campo que viene juntándola con pala y torea al Gobierno por si se anima con retenciones más debidas que, no lo ignoran, es el recurso genuino para desacoplar los precios internos de los internacionales.

¿Y el acuerdo?, ¿qué acuerdo?

¿Y entonces, nadie en el Gobierno escucha nada y nada quieren ver? Por el contrario, los oídos están puestos en escuchar las lesivas recomendaciones del FMI que indican limitar las transferencias a las provincias, reducir la carga previsional, restringir la obra pública, es decir objetivos del FMI que, por otra parte, son sumamente inflacionarios y empujan a la recesión.

¿Ni siquiera se ve el contexto internacional, donde se dan variables encontradas que permitirían rever ese acuerdo dañino que el antiguo ministro de Economía alentó pensando en su futuro en Harvard o Cambridge? Hoy la situación política, inflacionaria y un marco mundial distinto que cuando se hizo el acuerdo son herramientas que, tras una decisión política acertada en defensa de los intereses que el Frente de Todos se comprometió a defender, generarían las condiciones para renegociar el acuerdo con el FMI.

Pero la capacidad de negociación solo se consolida con decisiones que tienen necesariamente que enfrentar a las corporaciones y el poder real y que luego serán blanco de artillería pesada. No van en esa dirección las declaraciones de Batakis, ni el pronto olvido de la situación de Milagro Sala, ni la resistencia a la aplicación del salario básico universal para paliar el ahogo de vastos sectores sociales y lo que se pierde de vista –o no se quiere ver– es que deben cesar las “conversaciones amistosas” con los representantes del establishment, quienes no tienen piedad en sus tácticas distractivas y avasallantes –los supermercadistas dicen que todas las listas de precios vienen aumentadas desde las industrias, quienes le calzan el guante a las cadenas distribuidoras y así…hasta el infinito y más allá–.

Sin reacción, reina la oscuridad y el ahogo para 2023. Y sin poner en cuestión una calamidad a la que no se le hace frente, la puja distributiva, se necesita, al menos, algo de aire para respirar hasta entonces.