David Cronenberg junto al equipo de su nueva película.
El film de Cronenberg venía sonando en las charlas del Palais del Festival por el peso específico de su filmografía, el elenco que traía consigo: Viggo Mortensen, la francesa Lea Seydoux y la estadounidense Kristen Stewart, y por ciertas pistas de la temática que el realizador había entregado a cuentagotas sobre el film con el que regresó a Cannes después de ocho años, cuando presentó Polvo de estrellas, con el que Julianne Moore ganó el premio a la mejor actriz de ese año.
Rodada en plena pandemia, en locaciones de Grecia, con un guión escrito hace veinte años, la película propone un entorno absolutamente inventado por el precioso ojo cinematográfico de Cronenberg, en el contexto de una historia que revive en su iluminación y algo de su desarrollo las mejores proyecciones del cine noire en clave distópica, con un supuesto Registro Nacional de Organos que aún se mantiene fuera de la ley pero es el encargado de catalogar y estudiar las nuevas vísceras, tejidos , tumores y miembros que surgen al interior de algunos humanos y un policía a cargo de esa oficina que aspira a desbaratar una organización radical que se propone crear comida plástica para sustituirla por la natural.
Junto a estos elementos, Cronenberg recurre a la performance acaso como el arte más propio de estos tiempos en su capacidad de ruptura vanguardista y laxitud admitida. En el centro de la historia están Viggo Mortensen como Saúl Tender, un sujeto que atraviesa estos cambios de órganos y que vive junto a Caprice (Lea Seydoux), una performer.
Esta dupla presenta su espectáculo de body art en un club nocturno, donde Caprice abre con un aparato a distancia el cuerpo de Saúl y le extrae con unas pinzas también manejadas remotamente los órganos o tumores desconocidos e inéditos que le van apareciendo en forma inexplicable.En este clima nocturno es donde se desarrolla principalmente la película, con algunas anotaciones kafkianas y en las que juegan sus papeles, tanto en el bar como fuera de él, dos jóvenes técnicas que reparan unas camas especiales en las que duerme Saúl y que a la vez son una suerte de serial killers, los dos burócratas de la oficina de Registro de Órganos (Kristen Stewart y Don McKellar), un médico, el radicalizado productor de alimentos sintéticos clandestino (Scott Speedman) y algunos personajes más.
El film propone también, por muchos elementos no revelados y por la presencia del destino que se va escribiendo sobre los yerros humanos, una suerte de tragedia griega donde gran parte de las acciones son sopladas por los hechos y las circunstancias mucho más que originadas en la voluntad.
Un par de anotaciones al margen que propone el film son, por un lado, la de la cirugía como nueva forma de la sexualidad y por otro que este entorno futurista carece de automóviles o naves de cualquier tipo y no porque se trate de una etapa posterior a una deflagración, ni hay computadoras ni teléfonos celulares, aunque sí algunos aparatos manejados por softwares, como el que Caprice utiliza para las performances o la cama en la que duerme Saúl para acallar sus dolores.
En la mejor tradición del cine de autor, Cronenberg inventa un universo propio e inexistente para hablar de un presente que a pasos ligeros se dirige a un futuro oscuro.