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Las postales de una historia de violencia en un pueblo chico

El director y guionista Alberto Romero y la actriz Guadalupe Docampo hablan de “Infierno grande”, película que este domingo por la noche se podrá ver en El Cairo y que cuenta la historia de una maestra en La Pampa que busca escapar de su marido y de su entorno

Infierno grande, película argentina con guión y dirección de Alberto Romero que este domingo por la  noche se podrá ver en El Cairo Cine Público narra la desgarradora historia de María, una maestra de una zona rural de La Pampa que está embarazada y vive atrapada en un matrimonio violento, al tiempo que su marido está vinculado a la política en un pueblo chico. Un día, María decide escapar, con rifle al hombro y avanzado estado de embarazo, a un pueblo perdido en el sur donde nacieron sus padres, un pueblo que, al estilo Comala de la emblemática novela Pedro Páramo de Juan Rulfo es casi fantasmal. “Lo que podría haber sido un melodrama se convirtió en un western”, dijo la actriz y protagonista principal del film, Guadalupe Docampo a El Ciudadano, en una charla conjunta con el director del film cuyo elenco completan Alberto Ajaka, Mario Alarcón y Héctor Bordoni.

—¿Cómo surge el guión?

—(Romero) Un poco por mis ganas de filmar en La Pampa, que es la provincia de mi familia. Si bien nací en Buenos Aires, mi viejo es de allá y siempre sentí que esos paisajes no estaban registrados en el cine. Me di el gusto de poder filmarlos. Además, cuando empecé en 2013, tenía la sensación de que faltaban películas con protagonistas mujeres y sobre el tema de la violencia, que había algo en el aire que me movilizó. Sentí que había que hablar de ese tema.

—La protagonista parece estar rodeada de personajes creados por Juan Rulfo. ¿La película bordea el realismo mágico?

—Fue una referencia que yo no tenía desde el principio y uno de mis compañeros del taller me lo mencionó. Y sí, algo de ese realismo mágico está.

—Si bien se trata de un drama, buscaste tensión y suspenso y elegiste la voz de un niño para acompañar algunas escenas.

—Quería darle a la película un poco de fábula y me pareció que introducir el relato de un nene le podía dar ese marco como de un cuento. En un momento me debatí si con ese recurso podía estar atentando contra el suspenso pero me di cuenta que hay otras líneas de suspenso que funcionan en la película, independientemente de si el niño vive o no.

—¿Cómo fue el proceso de filmación, producción y puesta en escena en términos económicos?

—La empecé a escribir en 2013, participé en un laboratorio de guión en Cuba; fue el primer paso. Y el guión lo terminé un año después. Busqué productor, y en 2015 la presentamos en el Incaa. Allí los tiempos son largos y ahora son más largos todavía. En su momento, si bien eran largos, se podía trabajar. Hoy el Instituto de Cine tiene una parálisis total.

—¿Cuál es tu balance como director teniendo en cuenta que la edición suele ser implacable?

—Me siento muy orgulloso. Obviamente le veo defectos. Siempre se los voy a ver porque es parte del proceso. Creo que, como me dijo un amigo una vez, “es una película llena de ideas”. Todo el tiempo hay algo nuevo que propone cada personaje y eso es algo de lo que estoy orgulloso. Además hay muchas escenas que son jugadas, extrañas y hay que animarse a ponerlas. Me parece que esa actitud en la dirección es algo que rescato de esta película, y quiero seguir haciendo cosas arriesgadas desde el punto de vista estético.

Un personaje complejo

—¿Cómo viviste el personaje a medida que avanzaba el rodaje de la película?

—(Docampo) Por un lado creo que la película aborda como un mundo fantástico y cargado de sentido; para mí el director toma la decisión de que atentar contra la vida del hombre maltratador es de alguna manera matar al arquetipo. Decidió un final que esté en consonancia con la realidad actual donde la visibilización de violencia de género y el feminismo ya empezaban a surgir. Fue como decir “matemos simbólicamente al macho”, que por supuesto no es el hombre sino la construcción masculina que tiene que ver con el abuso de la fuerza, la idea de que la mujer es un objeto de su propiedad, que carece de libertad o los deberes que la mujer debería cumplir en favor del hombre.

—¿Esa mirada feminista te conmovió?

—Siento que el feminismo es un tópico que atravesó toda la película, siendo escrita y dirigida por un hombre.
—Con el film terminado, ¿sentiste más fuerte ese empoderamiento?

—Hice demasiadas películas en donde había escenas de abuso sexual o físico y violencia para con mis personajes. Es un tópico que siempre existió, pero ahora se pone en relevancia por el contexto. Sabemos que ocho de cada diez mujeres fueron abusadas sexualmente y la temática, en este personaje, se pone de relieve.
—Es un drama que toma un giro distinto.

—Es que una mujer que es abusada es un melodrama. Pero en esta película en particular es un western. En el melodrama el personaje de la mujer quedaría atrapado sin encontrar la manera de salir de esa fuerza superior que la somete y necesita ayuda, que puede venir de un príncipe o de cualquier factor externo. En este film, el director la convierte en una película heroica sobre una mujer que, además, se empodera volviendo al pasado.

—Volviendo a sus orígenes paternos.

—Para ponerlo en términos de género, lo que ella va a tener que hacer es volver al pasado, a sus orígenes y recuperar ese valor heroico que uno de los personajes con los que se encuentra en el camino le cuenta que tenían su padre y su madre. A partir de esa recuperación de la memoria, ella se reconoce empoderada y puede dar el paso final contra el monstruo.

Para agendar 

Infierno grande, de Alberto Romero, se podrá ver este domingo, a partir de las 22.45, en El Cairo Cine Público, de Santa Fe 1120, con una entrada general de 70 pesos

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