“Quiero convocar a todos sin odios ni rencores porque es necesario reconstruir el tejido social de los argentinos”, dijo Cristina Fernández de Kirchner el 28 de octubre de 2007 en su primer discurso tras ganar las elecciones presidenciales. La escuchaban desde el escenario del Hotel Intercontinental Néstor Kirchner, Julio Cobos, Alberto Balestrini y Daniel Scioli, un póker que resume hoy el paso del tiempo, mientras el auditorio coreaba “que los gorilas se quedaron sin balotaje”.
El entonces vicepresidente electo tuvo su mención en aquel prólogo de gobierno: “Quiero agradecer a Julio Cobos, a los hombres y mujeres de la Concertación Plural este espacio que pudimos construir superando viejas antinomias, experiencias de frustración y autodestrucción de los partidos políticos”.
“Muchas veces los países parecemos empeñados en repetir viejas historias”, agregó en su mensaje conciliatorio Cristina, entonces primera dama.
Pocos meses después la Concertación Plural estallaba a partir de esa divisoria de aguas que significó el intento oficial de establecer retenciones móviles para avanzar sobre las ganancias de los productores rurales con un fin redistributivo.
Así, el 28 de junio de 2009, un año y medio después de ese triunfo con el 47 por ciento de los votos, el oficialismo sufría un duro golpe en las elecciones de medio término. Pero desde ese momento el panorama cambió drásticamente.
Méritos y errores
Suele decirse que “para bailar el tango se necesitan dos” y para que Cristina Fernández de Kirchner haya quedado ahora a un paso de conseguir su reelección se necesitó un gobierno que supo reconstruirse y un conglomerado opositor sin un liderazgo claro.
El punto de partida fueron aquellas elecciones de 2009 –adelantadas excepcionalmente por Kirchner– en el que el país político quedó dividido en tercios: el oficialismo, un frente panradical con la UCR, el socialismo y la Coalición Cívica y un polo PRO peronista con desgajamientos del kirchnerismo y Macri.
La oposición vio sangre –el cambio de gobierno estaba cantado para fines de este 2011– y sus principales líderes se enfrascaron en una lucha miope por el trono.
Aquel escenario postelectoral mostraba un gobierno debilitado, sin dominio del Congreso y con mucho olor a fin de ciclo, pero todavía en el poder, con recursos y muchas ganas de dar pelea, quizá el principal mérito de Néstor Kirchner.
“Con este conflicto del campo perdimos la batalla mediática, pero eso no nos pasa más”, le dijo a Noticias Argentinas por aquellos días un prominente hombre del oficialismo.
Con el Congreso “viejo” que iba a renovarse en diciembre, Kirchner forzó la aprobación de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y buscó equilibrar el abanico informativo con las usinas oficiales y medios afines.
El mensaje comenzó a llegar repartido, la palabra sacra pasó a ser cuestionada y las opiniones diferentes, descalificadas. Esa postura tuvo su incidencia en la opinión pública.
Es la economía…
La nueva ola de crecimiento económico tras la superación de la crisis internacional de 2008-2009 permitió ampliar la cobertura social. La Asignación Universal por Hijo (AUH) implementada en noviembre de 2009 fue medular para el combate del hambre y también generó réditos electorales.
El economista Orlando Ferreres estimó que la ayuda llegó a 3,6 millones de chicos, mientras que 2,6 millones de personas sin aportes se jubilaron. Además los salarios formales en dólares son 25 por ciento más altos que en la convertibilidad lo que explica el boom del consumo y las ganancias de 500 mayores empresas del país casi se triplicaron respecto de la década de los 90. Todos los actores económicos llegan contentos a las urnas.
También creció la inversión extranjera directa de 4.296 millones de dólares en promedio desde 2000 a 2005 a 6.193 millones en 2010, según la Cepal. Aunque este es un capítulo en el que el techo queda muy lejos comparado con otros países de la región.
Lo que se impone y se debate sobre este punto es si otro gobierno hubiera logrado lo mismo o más. Es la disyuntiva entre el viento de cola y las virtudes del “modelo”.
La inseguridad, los altos niveles de corrupción percibidos –ver rankings anuales de Transparencia Internacional– y la inflación parecen ser problemas que no afectaron a Cristina Kirchner o el electorado no vio soluciones en las otras opciones.
El gobierno leyó también que la confrontación saturaba a la sociedad y en el último tramo buscó maquillar su mensaje.
Primero llamó a un diálogo político con la intención de descomprimir y darse aire y terminó generando una reforma electoral muy interesante pero que embretó a la oposición.
En ese contexto, la muerte de Néstor Kirchner significó una bisagra para la adhesión al grupo político que fundó. El patagónico se llevó la pátina confrontativa del modelo y, de paso, fue reivindicado hasta el hartazgo.
Su popularidad rondaba en el 35 por ciento antes de su fallecimiento, y poco tiempo después Cristina trepó hasta los números que exhibió en las elecciones primarias.
Además, su muerte, cohesionó una creciente movilización juvenil y le dio mística al kirchnerismo, la misma que tenía la juventud radical del 83 y la que hoy falta en otras fuerzas políticas.
En política exterior Cristina Kirchner mantuvo una línea latinoamericanista, suturó heridas con Uruguay y Perú, pero no redujo diferencias con los centros de poder.
Los cortocircuitos con Estados Unidos, que pueden rendir electoralmente por el clásico sentimiento antinorteamericano de los argentinos, no parece una buena ecuación teniendo en cuenta el intento de volver a los mercados voluntarios de crédito.
En ese marco, el futuro no parece cómodo, pero eso se verá a partir de mañana con un gobierno que volverá a llamar a la unidad y tendrá un nivel prácticamente inédito de poder.