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Las redes de la desinformación que enredan la conversación política

“Me chu-pa la pi-ja la opinión de los kukas”. Grosero, sin rima, extremando el lenguaje de sus intervenciones en redes y streaming, el ex médico del Hospital Malbrán Daniel Parisini sacó a la calle su personaje tuitero Gordo Dan junto a un patovica y una docena de seguidores.

El Gordo hizo un pobre aporte al menguado acto de Parque Lezama con el que La Libertad Avanza escenificó su estatus de partido político nacional. Torpe en el asfalto, Parisini integra sin embargo un conglomerado de equipos reclutados para incidir desde la parafernalia virtual en el espacio físico con llamativa eficacia.

Dan/Parisini y sus colegas trolls oficialistas son duchos en una dinámica de provocaciones, ataques, descalificaciones y extorsiones a propios y extraños que maridan bien, entre otras, con la plataforma del también autopercibido libertario Elon Musk.

A un lado y otro de las fronteras, en el espacio sin fronteras

Para sumar nombres y perfiles: Juan Carreira (Juan Doe), Tomás Jurado (El Peluca Milei), Lucas Luna (Sagaz Luna) y Alberto Muzzio (Soy Ebanista 22). Son algunos de los más expuestos, pero hay cientos detrás de las pantallas. Unos pocos movidos inicialmente por convicción, sumados rápido a la legión de quienes teclean por abultados ingresos.

Los hay, incluso, contratados en el exterior. Un desajuste de configuración dejó expuestos, por ejemplo, a Jagdish Siyol, Kumbhraj Heengra y Prakash Verma. Indios, de la India, dedicados a amplificar diatribas para desacreditar la segunda movilización universitaria mientras publicaban sobre otros temas en otros idiomas. Fue una contratación de granja de troll asiática a costo millonario en dólares.

Nada nuevo bajo el sol: en la carrera presidencial de 2019 hubo un sainete parecido, en ese caso provocado por bots (cuentas automatizadas). Posteos que marcaron tendencia efímera y dieron pie a largas chanzas sobre el primitivo software de traducción que volcó, en la entonces Twitter, frases como «satisface a Mauricio», «caricias significativas» y «gran apretón proveniente de Hurlingham».

El bombardeo de insultos, cifras falsas y malversaciones históricas que se esparce en ese espacio aparentemente etéreo de las redes informáticas tiene efectos inmediatos y de mediano plazo –por acumulación y réplica– sobre el terreno histórico de la política tradicional.

El juego que todos quieren jugar

Si los trolls y los bots no consiguen instalar escenarios propicios de discusión para sus mentores, al menos logran descalabrar los ajenos. No siempre ni en el mismo grado. Pero a menudo con la involuntaria complicidad de quienes, blancos de los posteos incontinentes, se suben a esa falsa ágora, sin la misma destreza, con respuestas a las provocaciones y defensas inútiles ante descalificaciones burdas. Por ahí no pasa su fortaleza, se nota, pero insisten en entrar a un juego cuyas reglas dominan los detonadores del debate público.

El troll con que se bautizó a los recientes actores discursivos se remonta a los primeros tiempos de internet. Así se nombraba a los usuarios que por diversión o malicia se dedicaban a arruinar conversaciones que pretendían discurrir con argumentos y racionalidad.

El mismo nombre, pero ya no se trata de molestos personajes aislados. Hay un salto de escala y cualitativo: un accionar sistemático, coordinado, que se multiplica con automatismos y cuentas falsas y se nutre de la información pormenorizada de audiencias que ofrecen las plataformas digitales.

El objetivo ya no es incomodar a unos pocos sino incidir en el plano vasto de la discusión política. Para dislocarlo, para torcer su agenda. En el argot futbolero: correr el arco, llevarse la marca, inclinar la cancha y sobornar al árbitro. Una función que hace siglos inauguraron poderosos medios de información y comunicación tradicionales y ahora se potencia con las nuevas tecnologías al calor de la mutación de la esfera pública.

Troll, en inglés, es originalmente una técnica de pesca consistente en arrastrar lentamente desde un bote un señuelo o anzuelo con cebo. Al garete, en criollo.

Son muchos los que muerden esas carnadas ahora digitales, contados quienes las arrojan con eficacia y demasiados los que les temen a estos últimos por su promiscua relación con servicios de inteligencia variopintos. Una alianza clave con la que suman capacidad de daño potenciando los ya conocidos carpetazos. Unos más, otros menos, casi todos tienen muertos en el ropero y la sola amenaza de exponer esos cadáveres es una poderosa arma disuasiva. Sobran los legisladores, gobernadores, intendentes y funcionarios excesivamente temerosos ante la posibilidad de un linchamiento en redes con datos ciertos o falsos.

Bits y cloacas

En la Argentina, el vínculo entre los sótanos del espionaje y los gestores de las granjas de trolls actualizó, con la nueva Side, la sinergia entre esa fuente de material extorsivo y lo peor de los ámbitos políticos y judiciales, una práctica que no es ajena a los espacios partidarios en gestión. Unos más, otros menos y con diferentes socios.

La sospecha de la nueva, quizá más aceitada, colaboración, está abonada por el incremento, vía decreto presidencial, de los fondos reservados para los buchones profesionales. Nada menos que 100 mil millones de pesos adicionales para este 2024 cuyo uso no está sujeto a rendición de cuentas.

Ahí hay otro protagonista del juego: el asesor sin cargo ni compromiso de firma Santiago Caputo, titiritero que despliega hilos para controlar el loteo del gobierno libertario y los negocios conexos con el mundo “privado”. Uno de los ideólogos del ejército antipolítico digital que utiliza, incluso, para eyectar funcionarios apenas amagan un mínimo corrimiento de lo que ordena la trinidad del topo en el Estado integrada, además de los dos, por la ex tarotista, hermana y secretaria presidencial Karina.

Una víctima del hostigamiento a propios fue el ex secretario de Bioeconomía, Fernando Vilella, crucificado por un “me gusta” a un posteo del senador radical Martín Lousteau. El Gordo Dan lo fulminó en X. Caputo retuiteó la embestida desde su cuenta paralela @SnakeDocLives y el funcionario terminó echado y pidiendo perdón.

Otro blanco fue Julio Garro, subsecretario de Deportes que le exigió a Lionel Messi disculpas por cantos racistas y homofóbicos de jugadores de la Selección, según dejó trascender por orden de su superior inmediato, Daniel Scioli, que bien pronto le soltó la mano.

También saltó del cargo empujado por la presión troll de Parisini, que aprovechó para colar un mensaje generalizado de disciplinamiento: “Recordatorio para funcionarios de tercera y cuarta línea: si no entiendes la ideología que te puso el culo en la silla donde lo tenés sentado, que dicho sea de paso es la ideología del presidente (que es tu Jefe), entonces agradece por la suerte que tuviste, disfruta de tu cargo mientras dure y cerrá bien el orto». Sutileza cero, pero alta eficacia.

Con la nuestra, la tuya y la de aquel

Otra forma de financiar el reclutamiento es el conchabo público. Los manipuladores detrás de las pantallas se pagan “con la nuestra”. Oficinas de la Casa Rosada a las que los cronistas acreditados no pueden ingresar y una abultada plantilla de empleados con sueldos millonarios bajo el mando del vocero presidencial, Manuel Adorni, son dos ejemplos. Operadores refugiados en los pliegos de direcciones de comunicación y otros inventos institucionales ad hoc.

Esos presupuestos extraordinarios y creación de cargos en el Estado van en sentido contrario al precepto libertario del déficit cero con el que se mutilan los ingresos de jubilados, educadores, científicos y arcas provinciales, se vacían comedores populares o se desfinancia la salud pública. Pero quién se escandaliza hoy por esas contradicciones.

Una condición necesaria para ese modelo de confrontación política es la ausencia de pruritos para el insulto, la mentira y el cinismo. Pero no es suficiente: hace falta inteligencia, planificación y, ya fue escrito, financiamiento.

Ideología como negocio, negocio sin ideología

Referente de este no tan nuevo paradigma de gestión de las disputas de sentido es el consultor Fernando Cerimedo. Es dueño de Madero Media Group, un holding que incluye empresas variopintas, el portal La Derecha Diario, la agencia de publicidad Numen y una academia homónima de marketing político, más medios y plataformas de difusión.

Ahora se declara militante de la derecha, pero surfeó en otras aguas sin problemas. En 2021, organizó la militancia digital de la Juventud Peronista en el partido bonaerense de La Matanza y ya venía asesorando al intendente Fernando Espinoza.

Dos años antes, el municipio de Malvinas Argentinas, en la misma provincia, lo contrató para el “posicionamiento en redes sociales” de cara a las elecciones locales en las que el peronista Leonardo Nardini consiguió la reelección al frente del Ejecutivo, lo mismo que Espinoza. También brindó servicios a Cristian Cardozo en el Partido de la Costa.

“Nos enseñó cómo organizarnos, cómo funciona un algoritmo, cómo posicionar mejor un tema, cómo llegar a usuarios segmentados”, le admitió un referente del PJ al portal Chequeado.

Cerimedo tenía a esa altura experiencia en las mismas lides allende las fronteras: en Brasil, donde está procesado, para Jair Bolsonaro. En Chile, antes y después de la asunción presidencial de Gabriel Boric, para los opositores a la reforma de la Constitución pinochetista.

Detrás de las peroratas fundamentalistas

El mismo vaivén sucede en los canales de streaming. El viernes 10 de mayo de 2024, en el Boletín Oficial aparecieron dos registros societarios, uno a continuación del otro. El primero, de “Blender Media S.A”, integrada por Sebastián Tabakman, Iván Liska y Diego Sebastián Abatecola. A renglón seguido, el de “Carajo S.A”, en la que figuran de nuevo Tabakman y Abatecola junto a Parisini, el Gordo Dan.

Ambas sociedades figuran con la misma dirección, en las Torres Cavia de la zona de Barrio Parque donde está el estudio de Paolantonio & Legón Abogados, asesor de fondos comunes de inversión de varios desarrollos inmobiliarios.

Otro punto de intersección en esos medios con marketing político opuesto: el inversor detrás de ambos canales de YouTube es el joven financista Augusto Marini, conocido por organizar fastuosas fiestas en Punta del Este y heredero del emporio de alimentos para mascotas Kongo, sobre el que creó Cale Group con negocios ferroviarios y en telemedicina, entre más.

Sin anclajes, florecen los emergentes disruptivos

La rosca es grande, transversal, pero quienes dominan el modo brutal de confrontación en las plataformas virtuales son los emergentes de las nuevas (ultra) derechas. Acá y en todo el mundo. Fuera de las pantallas y como contrapunto, le cede espacio la degradación del viejo debate público. Complicidad de un sistema político crecientemente endogámico que desatendió la representación popular al mismo tiempo que no atina a conectar con el paradigma de comunicación que alojan las nuevas tecnologías.

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