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Las relaciones de dos de los personajes de la serie “The Crown” con Carlos Gardel y Luca Prodan

Noticias Argentinas repasa los hechos que hicieron de Eduardo de Windsor, Rey de Inglaterra por unos meses, un fiel admirador del Zorzal Criollo y cómo el Príncipe Carlos fue trompeado por el líder de Sumo en el baño de un colegio escocés

Carlos Polimeni, Noticias Argentinas

Un aristócrata que fue Rey de Inglaterra por solo algunos meses y un plebeyo francés que se convirtió en el mejor cantor de tango de todos los tiempos pasaron una agradable velada en un castillo impactante ubicado en una estancia bonaerense, pero a la hora de sacarse una foto juntos para la posteridad uno de los dos prefirió seguir durmiendo, y fue el menos pensado.

La serie inglesa The Crown, una mega producción de Netflix, ha popularizado en el siglo XXI la imagen del ambiguo Príncipe de Gales Eduardo de Windsor, que llegó a Buenos Aires hace 95 años invitado por el gobierno argentino, junto a su hermano Alberto, que luego sería el Rey Jorge, para una visita oficial en que quedó prendado de la voz de Carlos Gardel.

Los hechos que aquí se cuentan no forman parte de la serie inglesa, centrada en la historia de la actual Reina Isabel II y su familia, aquella de la que fue apartado por la fuerza Eduardo VIII, luego de haber renunciado a la corona “por amor”, y obligado a irse del país, sobre todo después de que se revelaran sus fuertes lazos con el nazismo, aunque eso era más frecuente de lo que se reconoce en la clase alta inglesa.

Eduardo heredó el trono de su padre, el rey Jorge V, nieto de la famosa Reina Victoria, pero fue obligado a abdicar por un sistema más poderoso que los individuos, el de la propia monarquía, que no aceptó su decisión de casarse con una plebeya, a la que la prensa conservadora definía como “una aventurera social estadounidense”, dos veces divorciada, la elegante Wallis Simpson, con la que vivió luego en Las Bahamas, Francia y Estados Unidos.

El Príncipe de Gales se convirtió en el nuevo rey luego la muerte de su padre, el 20 de enero de 1936, pero abdicó el 11 de diciembre del mismo año, convirtiendo en monarca a su hermano menor, al que hasta allí había eclipsado siempre, incluso en la Argentina once años antes, abriendo el camino por el cual llegaría a la posición que increíblemente aún ocupa, a los 94 años, su sobrina Isabel.

El Príncipe Eduardo y Wallis Simpson

 

La relación breve en el castillo de una estancia en la Argentina entre dos personajes tan disímiles -un aristócrata desganado que nunca trabajó y siempre lució aburrido y un artista bromista, que se había criado en las calles más bravas del Abasto porteño- está reseñada en la muy buena biografía de Gardel que acaba de publicar el historiador Felipe Pigna, con intensos datos de color que bien podrían haber estado en la serie.

Pero para el público argentino, tan lejano a la corona inglesa, The Crown tiene un atractivo extra, vinculado con otro extranjero radicado en Buenos Aires que se convirtió en un referente de un género musical: una importante descripción del funcionamiento del Colegio Gordonstoun, de Escocia, en que compartieron clases como internados en los años 60 el italiano Luca Prodan y el hombre que desde hace años espera ser rey de Inglaterra, el Príncipe Carlos.

La narración de la serie se detiene con rigor en el paso previo por ese Colegio de su padre, que hoy por hoy tiene 99 años, el príncipe Felipe -duque de Edimburgo, hijo del bastante nazi príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca y miembro de la monarquía inglesa por su casamiento con Isabel II- y subraya de qué modo su hijo, que fue el mal esposo de Lady D, sufrió hasta el llanto esa experiencia escolar de cinco años.

Luca, que como Gardel vivió una parte de su vida en el Abasto, al que le dedicó uno de los pocos temas que escribió en castellano, había sido obligado por su familia a concurrir a ese caro y riguroso colegio en el frío norte de las Islas Británicas porque su madre pertenecía a una familia escocesa -se llamaba Cecilia Pollock- cuyos ancestros habían sido parte de un clan guerrero que más de una vez lideró alzamientos contra la opresiva Corona inglesa.

Es más, luego de una infernal introducción de gaitas escocesas, Luca cantó en el último disco de Sumo el bélico tema “Crua chan”, que recuerda una mítica escena de combate: “Flanco izquierda, marcha rápida, ¡Crua Chan! Era 1745, el espíritu escocés se restablecía, Mc Dougall ahí y McDonald aquí, los clanes venían de todas partes” para rematar más adelante “huelo la sangre de un inglés, “Fee Fi Fo Fum”, vamos, Londres aquí llegamos nosotros”. Un joven Luca Prodan.

Luca, que empezó cantando sólo en inglés, fue central para un cambio de carácter del rock local apenas Sumo empezó a trajinar un circuito de pubs y locales under en los tempranos 80 y es famosa la situación que se dio durante la Guerra de Malvinas, cuando la dictadura prohibió la difusión de la música en ese idioma y una noche él se puso un colador en la cabeza durante un show afirmando que las Islas eran italianas y que habría un bombardeo de fideos.

Prodan solía contar durante el apogeo de su grupo que antes de fugarse del Gordonstoun para irse a vivir a Londres, cuando faltaban meses para su graduación, golpeó con fiereza en un baño al Príncipe Carlos, siendo cuatro años más chico, cansado de que sus compañeros lo agredieran, como a su amigo argentino Timmy McKern, por ser no inglés, dando a entender que para una descendiente de escoceses eso era, para siempre, un galardón.

Lo que logra The Crown es un efecto curioso: da la impresión de que incluso un colibrí recién nacido podría haber molido a golpes de puño al hombre que hoy a los 72 años en cualquier momento puede convertirse en Rey inglés -y está casado desde 2005 con Camilla Parker Bowles sin que nadie se asuste demasiado por el hecho de que antes era su amante- salvo que como su tío abuelo Eduardo abdique y ceda el trono al Príncipe Williams.

La relación que el italiano y el argentino establecieron en la ruda vida de aquel colegio fundado en 1934 por el alemán Kurt Hahn, que había escapado de los nazis, cambió una parte de la historia del rock argentino, porque fue por el encanto que le produjo una foto de Timmy y su familia en las sierras cordobesas que Luca decidió dejar Londres y venir a la Argentina, en 1979, buscando huir del consumo de la heroína, luego de haber estado internado al borde de la muerte.

El colegio que compartieron Luca y Charles según The Crown. En aquel otro viaje de 1925 en que el tío abuelo del trompeado por Luca se animaría al tango cuando tenía 31 años, los historiadores resaltan que lo veía como cumpliendo a desgano con una “interminable secuencia de actos y homenajes”, resalta Pigna en Gardel, mientras la alta sociedad porteña comentaba con asombro que se había quedado dormido durante la función de la ópera Loreley, en una gala organizada en su honor en el Teatro Colón.

Fue cuando logró huir de los protocolos que detestaba que Eduardo se fascinó con Gardel, pero eso ocurrió fuera de la Capital Federal, en la estancia Huetel, propiedad de la terrateniente Concepción Unzué de Casares, en el partido bonaerense de 25 de Mayo, en un fiesta campera en que el anfitrión era el mismísimo presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear, rodeado de figuras de su gobierno y algunos aristócratas locales y foráneos.

Los príncipes y su comitiva, compuesta por varios sirvientes, el ministro inglés sir Beilby Francis Alston y el vicealmirante sir Lionel Halsley llegaron temprano por la mañana en un tren de una línea directa que depositaba a los pasajeros a metros del castillo implantado en medio del campo, en aquella Argentina de ricos que solían viajar a París con vaca propia.

El más que impresionante castillo, ubicado a más de 200 kilómetros de la Capital Federal, estaba rodeado por un parque de 400 hectáreas del total de 60 mil de la propiedad completa y había sido diseñado por un famoso arquitecto suizo, Jacques Dunant, que ideó dos plantas con un total de 2 mil metros cuadrados, y diez grandes habitaciones, aunque la dueña era viuda y no tenía hijos.

“Además de las muestras típicas gauchescas, que incluyeron domas de potros, yerras y asado con cuero bien regado con vino local y whisky escocés, para agasajar al ilustre visitante extranjero”, cuenta Pigna, el Estado había contratado al dúo Gardel-Razzano, que llegó con dos guitarristas y un valet y fue alojado en un pabellón secundario, con la servidumbre.

Una crónica publicada por el diario La Razón contó que esa noche, “poco después de las 22, llegaron al gran hall del palacio, donde se hallaba haciendo tertulia de sobremesa el reducido núcleo de comensales, los integrantes del conjunto criollo Gardel-Razzano”, que evidentemente no habían participado en la cena oficial.

“Los populares cantores criollos con sus guitarristas, se instalaron en un ángulo del salón e iniciaron el programa con la ejecución del celebrado dúo «Linda provincianita»”, agregó la nota.

“El príncipe festejó con entusiasmo la performance de los músicos, y a continuación entonaron “Galleguita”, “Claveles mendocinos”, “La pastora” y “La canción del ukelele”.

Otra reconstrucción de esa noche firmada por Albero Moroy apunta que el Príncipe se entusiasmó tanto durante la velada que subió “a sus habitaciones para buscar su ukelele, el cual llevaba consigo en sus viajes” e interpretó varios temas de modo, para luego intentar acompañar los artilugios de la voz de los profesionales del canto.

Según Razzano, a la mañana siguiente “su alteza” quería sacarse una foto con los músicos ataviados con la vestimenta gauchesca con la que habían actuado la noche anterior, interpretando sobre todo temas camperos, pero cuando fueron a despertarlo Gardel contestó, antes de seguir con lo suyo: “¿Qué lugar es este dónde no lo dejan dormir a uno?”.

Los biógrafos del Príncipe cuyo modo de vestir creó un recordado estilo, sobre todo en las sociedades con resabios de vasallaje colonial, destacan que hubo una segunda visita suya la Argentina luego del Golpe de Estado de 1930, otra vez con su hermano, pero ahora con Gardel en París, y que por entonces declaró que sus tangos favoritos eran “Perdida” y “Yira Yira”.

Una parte de lo que ocurrió en la estancia se sabe por una “avivada criolla” del pícaro Gardel, que coló en su escueta delegación al joven periodista Emilio Ramírez, presentándolo como su valet, y eso explica lo bien informada que estaba la redacción del diario La Razón, que aportó en su cobertura jugosos destalles de hechos que por el protocolo real no debían ser publicados.

En su autobiografía, Eduardo contó que llegó a la Argentina como parte de una gira que abarcó Estados Unidos, Australia y varias colonias africanas, detalló los monótonos días de homenaje en Montevideo y Santiago de Chile y recordó que no tuvo más remedio que visitar la Argentina porque era un país “demasiado importante comercialmente” para ignorar una invitación de su gobierno.

La página on line Mundo gardeliano sostiene que como “los aburridos compromisos protocolares iban a dominar la primera semana”, el presidente argentino le organizó una “escapada de dos días” a la Estancia Huetel, “de su amiga Concepción Unzué de Casares, que quedaba justo en el medio de la por entonces ya famosa pampa argentina” garantizándole que conocería “gauchos de verdad”.

Para el cantor el encuentro fue inolvidable -“Poseo una medalla que me regaló el Príncipe de Gales que es uno mis más grandes admiradores”, se ufanó en una entrevista con el periódico francés L’Intransigent en 1931- pero parte de una rutina estelar en que se tuteó con figuras de la talla de Charles Chaplin, Frank Sinatra, Enrico Caruso, Josephine Baker, Federico García Lorca, Luigi Pirandello, y Maurice Chevallier, entre otras.

En otra entrevista, para la revista Indiana, publicada en 1929, El Zorzal Criollo aseguró que el Príncipe de Gales le dijo que esa era la única noche en que se había divertido en la Argentina y agregó que al regalarle la medalla había estrechado su mano con la fuerza de un camarada, a lo que sumó después un saludo especial de despedida, concretando un “gesto cordial que seguramente no habrá tenido con quienes estaba más obligado”.

Al aristócrata que era sinónimo del buen gusto, hasta hoy existe el Saco Príncipe de Gales, el encuentro con Gardel le despertó una pasión por el tango que fue importante en el mundo, ya que lo bailó en distintos salones del planeta con autoridad, utilizando a veces a su hermano varón como partenaire, como dice la historia que acontecía en su origen prostibulario.

En The Crown, los guionistas parecen obsesionados con la figura de este mujeriego notable en sus años de soltería, pero qué cuando renunció a ser Eduardo VIII, rey del Reino Unido, los dominios de la Mancomunidad Británica y emperador de la India, argumentó que le resultaba imposible soportar “la pesada carga de las responsabilidades” sin “la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”.

El colegio que compartieron Luca y Charles según «The Crown»

 

Hasta allí, como dice la letra del tango, seguramente había tenido muchas minas, pero nunca una mujer, y no imaginaba, ni en sus peores pesadillas, que sus posteriores contactos con Hitler en los años 30 se convertirían luego de terminada la Segunda Guerra en un boomerang para su figura pública, y la propia Corona, cuando fueran revelados al público, en los años 50, por investigadores estadounidenses, con un guiño obligado del gobierno inglés.

La anciana Reina, cuya clave ha sido hacer lo menos posible, reaccionó ante la serie que en rigor cuenta su vida con el penúltimo capítulo de la segunda temporada -este año se estrenó la cuarta- que es justamente aquel en que se trata en profundidad los años que Charles pasó con Luca en Gordonstoun, en un montaje en que se compara su historia con la que vivió décadas antes su padre, el duque de Edimburgo.

Los diarios ingleses publicaron entonces que Isabel II estaba disgustada por el modo en que la biopic retrata a su marido como un padre frío y enojado con la debilidad de su hijo, tras lo cual un autor especializado en la familia real, Hugo Vickers, puntualizó que “el problema central es que como está bien escrita, bien interpretada y lujosamente rodada” el público la consume como una clase de historia, que en rigor por momentos se torna cruel.

“La reina es consciente de que muchos de quienes ven The Crown toman la serie como un retrato preciso de la familia real, y no puede cambiarlo. Pero puedo afirmar que se enfadó por cómo el príncipe Felipe aparece retratado como un padre insensible con el bienestar de su hijo”, explicó un vocero, llamado un “cortesano senior” al diario The Express, en una aceptación de también hay espectadores de la serie dentro de los palacios reales.

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