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Las retenciones impiden la perinola: toma todo, ponen todos

Macri volvió a hablar del tributo sosteniendo que en el oficialismo “no se cree en ese impuesto” y que “es muy malo porque castiga a aquel que quiere producir más”. ¿Cuáles son las características del instrumento, más allá de las declaraciones superficiales y carentes de fundamento del presidente?

Esteban Guida

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

 

En el cierre de la Jornada El Campo y la Política IV, organizada por Coninagro (Confederación Intercooperativa Agropecuaria), Mauricio Macri sostuvo que no va haber una revisión del esquema de retenciones en lo que resta de su mandato. Incluso afirmó que desde el oficialismo “no se cree en ese impuesto” y que “es muy malo porque castiga a aquel que quiere producir más”.

Estas declaraciones se produjeron en el mismo momento en que el propio gobierno decidió no pagar una serie de vencimientos de deuda pública, ingresando técnicamente en un default (o cesación de pagos). Aunque no figure en la portada de los diarios, la realidad es que Macri tomó una decisión económica muy importante, y que la disfrazó con un problema técnico instrumental que nada tiene que ver con el fondo del problema, ni con la orientación de su política.

Las retenciones (o derechos de exportación) son los gravámenes que recauda la Aduana cuando se liquidan los ingresos recibidos por las ventas al extranjero. Estrictamente se trata de un impuesto al comercio exterior, que tiene repercusiones en la producción del sector que produce el bien en cuestión.

Como instrumento de política económica, los impuestos al comercio exterior son una herramienta muy efectiva y utilizada para intervenir en la economía con objetivos políticos particulares. En otras palabras, no se trata de si las retenciones son buenas o malas, sino del uso que se hace de las mismas. Por eso, más allá de las ya habituales declaraciones superficiales y carentes de fundamento del presidente Macri, vale destacar algunas características de este tipo de impuesto.

En primer lugar, la aplicación de retenciones al comercio exterior suele usarse para atenuar el traslado a los precios internos del aumento que se produce en el precio de los bienes exportables, sobre todo cuando aumentan nominalmente producto de una devaluación (relación entre la moneda nacional y la divisa internacional). Si no se aplicaran retenciones a los bienes exportables que son demandados internamente, se podría producir un desabastecimiento interno o una transferencia de ingresos desde los consumidores locales hacia los exportadores por el sólo hecho de una variación en el tipo de cambio. Está claro que, ante la posibilidad de una mayor ganancia por las ventas en el extranjero, los exportadores querrán colocar toda su producción afuera, hecho que las retenciones buscan evitar. En otras palabras, las retenciones buscan impedir aumentos mayores en los precios domésticos para mantener el bienestar de los consumidores locales.

Bajo la misma línea argumental, si una gran parte de los bienes que componen la canasta básica de alimentos (por ejemplo: carne, maíz y trigo) son exportados, el uso de las retenciones sirve como una suerte de controlador de precios internos. Esta maniobra genera a su vez una redistribución de los ingresos en favor de aquellas personas con menores ingresos, al tener en cuenta que gran parte de sus gastos personales son destinados a costear la canasta básica. Por tanto, la segunda bondad que se podría exaltar de este impuesto es su capacidad y utilidad a la hora de redistribuir la renta hacía los sectores de menores ingresos.

En tercer lugar, las retenciones son una importante fuente de ingresos públicos en moneda extranjera, hecho que tiene una importancia vital en un contexto de estrangulamiento externo; o, en otras palabras, de falta de dólares en la economía. Los ingresos públicos son, aunque a muchos les moleste, la única manera de financiar la prestación de servicios básicos y fundamentales que una sociedad le exige al Estado (aunque muchas veces éste lo haga de manera ineficiente o incluso ineficaz).

Por último, y aunque sea más complejo de explicar, vale decir que el uso de las retenciones evita la aplicación de tipos de cambio múltiples como herramienta para afectar la competitividad de un determinado sector, sin afectar el resto los precios internos con una devaluación del tipo de cambio oficial. Sin embargo, se trata de un camino cuya implementación resulta más dificultosa y distorsiva de la actividad económica.

Las críticas más comunes de escuchar respecto a los defectos de este tipo de impuestos son las que refieren al desincentivo que genera sobre la inversión y producción de bienes exportables. Es cierto que una política desordenada y fiscalista de imposición a las exportaciones puede generar un efecto distorsivo y obstruir la necesidad que tienen los países de exportar más, pero ello no cabe precisamente para una economía que devalúa su moneda severamente, causando shocks redistributivos permanentes que benefician a unos pocos en prejuicio de las mayorías que viven, trabajan, cobran y consumen en moneda nacional.

En efecto, la necesidad y pertinencia de aplicar retenciones al comercio exterior se torna aún más importante cuando se produce una variación importante en el tipo de cambio que desajuste el sistema de precios relativos (en otras palabras, la relación entre lo que compran y venden los agentes económicos). Si, como ocurrió en estos días, el tipo de cambio pasa de 42 pesos por dólar a 61 pesos por dólar, la ganancia extraordinaria del sector exportador no es producto de su esfuerzo y trabajo sino de una política económica errática y mal manejada que genera efectos redistributivos no deseados por las mayorías, aunque bien recibidos por los grupos exportadores.

Decir que las retenciones no sirven para nada es una forma torpe y cobarde de afirmar que el interés de los grupos agroexportadores (por mencionar el sector que acogió al presidente en el momento del citado discurso) no se verá afectado en esta crisis, a pesar de las cuantiosas y fenomenales ventajas económicas que han recibido desde el inicio de la gestión macrista.

Ahora el mundo entero habla del default de la economía argentina. Por su parte, el gobierno culpa a la “oposición irresponsable que con sus declaraciones desestabiliza la economía” y al peronismo por ser “el gran culpable de todos los males de la historia argentina”. De esta forma el gobierno, que claramente atiende (y sabe hacerlo) el interés de un puñado de actores económicos, elude la decisión política que ha tomado: que pongan todos, para darle todo a unos pocos.

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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