Desde el comienzo de la humanidad, las virtudes morales se hacen presentes para formar a la persona ética y moralmente en una visión íntegra. Este criterio de formación estará basado por un lado en modelar la conciencia y por el otro en la mejora de la acción moral para obrar de acuerdo al juicio propio. Por ello es necesario que eduquemos a nuestros hijos en la capacidad de elegir con libertad responsable y con discernimiento para lograr superar los obstáculos que se presenten en su vida y logren responder según la dignidad humana.
Los cimientos precisos como las fundaciones de una edificación se sostendrán más firmemente cuanto más arraigados estén en profundidad. La humildad se halla en la raíz, sostiene y edifica. Así también como el resistir las tormentas impetuosas de una sociedad que pretende, y en muchos casos logra, confundir las obras malas con las buenas, educando en la fortaleza. Personalmente sostengo que una de las patologías mentales contemporáneas es el oscurecimiento o perplejidad de la inteligencia, que rige a la personalidad. Referida como la capacidad de analizar, sintetizar, relacionar y juzgar. Por ello se ve afectada la capacidad de distinguir lo malo de lo bueno, incluso de confundir el uno por el otro.
A continuación sintetizo las semillas necesarias en el proceso educativo de todo ser humano, destacando a la prudencia como la que rige a las otras virtudes cardinales: semilla, fortaleza, prudencia, justicia, templanza.
¿Dónde se aprende a ser personas justas? En el mundo de hoy, lleno de convencionalismos y proporcionalismos. ¿Qué mérito tiene obrar correctamente? ¿Qué es dar a cada cosa lo que le corresponde?
“El proporcionalismo y el consecuencialismo son teorías erróneas sobre la noción y la formación del objeto moral de una acción, según las cuales hay que determinarlo en base a la ‘proporción’ entre los bienes y males que se persiguen, o a las consecuencias que pueden derivarse”.
El mérito, muchas veces no comprendido, no consiste en la dádiva o el aplauso de las personas como resultado de un “consensualismo” o como consecuencia de un relativismo ético aplicado acorde a las circunstancias, sino que el término mérito se basa en el reconocimiento de una sociedad en función de la acción de una obra buena o mala. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.
¿Cómo educar a nuestros hijos para en el día a día sembrar esa semilla de justicia en su obrar y que no confundan el mérito como un premio impersonal? ¿Cómo guiarlos en una educación que los conduzca a lo que están llamados a ser en su máxima expresión posible?
Esta visión sobre la educación nos asegurará un camino de observación en trascendencia del educando, de nuestros hijos, pudiendo vislumbrarlo incluso en generaciones posteriores. Educar a un niño, es educar al hombre que en un futuro tomará decisiones que requerirán de prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
De esta manera, desde niños, mediante la enseñanza de las virtudes, se perfecciona a la persona, con amor.
“Convertid un árbol en leña y podrá arder para vosotros; pero ya no producirá flores ni frutos”, nos dice Tagore.
Para lograr, con paciencia, en forma personalizada y personalizante suscitando el ejercicio de la libertad responsable, orientando la conducta y proyectando la obra en trascendencia. Para que continúen en ella germinando las flores y los frutos de lo que una vez se sembró y se procuró cuidar día a día.