Tres minutos inolvidables
Llegué, me anoté y minuto a minuto comencé a sentir una sensación extraña. Me llamaron y me tuve que cambiar: buzo antiflama y casco. Había llegado la hora. La puerta se abrió y ante las miradas de todos me senté en la butaca del acompañante. Saludé al piloto, me ajusté los cinturones y me dediqué a disfrutar. Asomó la bandera verde indicando que la pista estaba habilitada y encaramos junto a Martín Vázquez, el encargado de comandar el Ford Mondeo, dos vueltas a pura velocidad. El pie derecho del piloto empujaba cada vez más el acelerador, su mano derecha agregaba marchas y el indicador frente al volante variaba la aguja entre las 8.000 y 9.000 revoluciones. De pronto, de los 200 kilómetros de velocidad descendimos bruscamente para tomar la curva 2 –allí sentí la presión del cinturón de seguridad en mi pecho y cómo el cuerpo se iba hacia adelante–, y de allí en más a disfrutar las chicanas y los mixtos para luego sí ingresar al curvón que nos depositó en la recta final. No hubo bandera a cuadros pero sí satisfacción por cumplir un sueño.
Esta vez dejé el anotador y el grabador y durante tres minutos fui copiloto en un Top Race. Sin dudas, fueron 180 segundos de adrenalina en su máximo nivel. Fueron tres minutos inolvidables, de esos que jamás olvidaré. El temor con el que subió al Mondeo ya era parte del pasado. Me fui feliz del “Juan Manuel Fangio”, sabiendo que hoy, mañana, el sábado y el domingo volveré a ir, aunque ahora como periodista. El sueño ya está cumplido.
Al final no estoy tan loco
Desde hace un tiempo largo llegué a la conclusión que no soy un tipo normal. Amo el heavy metal y sus derivados, cada vez me gusta menos estar con humanos y creo que a los animales les caigo mejor que a las personas. Y me lo manifiestan. La soledad suele acompañarme y me genera placer. Está claro entonces en este pequeño relato que no me equivoco si no me considero normal. Eso sí, loco tampoco estoy.
Ayer comprobé que los locos más cuerdos del mundo son corredores de autos. Los pilotos, tipos increíbles que se juegan el alma a más de 200 kilómetros por hora. Subir a un auto del Top Race Junior fue para quien escribe estas palabras una experiencia única. Cuando me dijeron que eran dos vueltas, algo más de dos minutos, me pareció un poco miserable la oferta. Pero, como copiloto de Martín Vázquez (un fenómeno por la actitud para con nosotros) fueron eternos. Al salir de la recta principal, ya en pleno curvón, frenó con tanta brusquedad que pensé que se había cruzado un animal. El animal era yo, que a más de 180 kilómetros no vi la inminente curva. Ni hablar de la chicana que seguía, mi vista jamás pudo acompañar el recorrido del Mondeo. Y mi panza pedía a gritos un descanso. Mientras la cabeza me daba vueltas sin parar. Dimensionar a estos tipos con autos por todas partes, en plena carrera, escapa a mi capacidad. Están locos, pero a la vez muy cuerdos para mantener el grado de concentración necesaria. Por las dudas les aclaro: sigan corriendo y no cuenten conmigo, me encuentro muy cómodo en las calles de boxes, o delante de un televisor.
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