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Las subjetividades corroídas

Por Carlos Solero. Un deterioro progresivo de los lazos sociales, fragilidad y licuación de vínculos afectivos, consumo compulsivo, y una creciente alienación que dificulta las acciones solidarias, son algunas conductas individuales que se masifican.


No hay ámbito de las sociedades contemporáneas en el que no se manifieste de manera evidente una alteración corrosiva de las subjetividades.

Esto tiene múltiples implicancias, encontrar las claves de estos fenómenos podría ayudar a comprender ciertas conductas que si bien se expresan de manera individual, van adquiriendo carácter masivo.

Se puede enumerar entre otras cosas un deterioro progresivo de los lazos sociales, la fragilidad y licuación de vínculos afectivos que en épocas pasadas tendían a ser perennes, conductas compulsivas en lo referente al consumo y una creciente alienación que dificulta las acciones colectivas y solidarias.

Resulta pertinente aunque resuene paradójica aquella reflexión del sociólogo Norbert Elías que vivimos en sociedades de individuos. Pero, cabe señalar que este autor muestra como falacias, las contraposiciones entre sociedad e individuos, explicando que la variación en los vínculos societales no tiene por qué implicar atomización, dispersión e imposibilidad de acciones colectivas

Ahora bien, los procesos de atomización social operados en las sociedades de occidente tienen una genealogía y corresponde procurar historiarlos, actuar de otro modo sería naturalizar lo dado, resignándonos a la aceptación de enunciados vacuos tan en boga en estos días surgidos de la boca de muchos jóvenes y no tanto:“Ya fue”, “¿Todo bien ?”.

Estos slogans, expresan en ambos casos la clausura de cualquier intercambio dialógico que se oriente a procurar recordar juntos, a polemizar y cuestionar lo vigente por nefasto que sea, a aceptarlo sin más.

Esta situación es si se quiere la expresión en Vulgata que proclama que sólo hay lugar para los ganadores y exitosos y no para perdedores o sufrientes. Como afirmaba un filósofo social del siglo XIX: “No lo saben, pero lo hacen”.

Si por un lado todo “ya fue” nada hay para conocer del pasado que permite en el presente construir proyectos colectivos de cambio social o resistencia. Y si “está todo bien”, para qué interrogarse sobre la importante cantidad de malestares económicos, sociales y materiales que afectan como flagelos cotidianos a millones de personas en barrios periféricos y no tanto en pueblos y ciudades.

Desde la precarización de nuestras vidas, pasando por el creciente deterioro medioambiental y siguiendo con la larga lista de humillaciones a manos de macro poderes y corporaciones estatales, confesionales y capitalistas.

Juvencia, countries y barrotes

Ahora bien, mientras para las clases altas la “eterna juventud” emerge desde los quirófanos de las clínicas de cirugía estética, a la par, en otros sectores de la sociedad, los servicios de salud retacean recursos y rebrotan endemias y pandemias de cólera, mal de Chagas y hasta enfermedades ya desaparecidas hace décadas, pero que llevan la marca de las desigualdades y la pobreza. Las décadas de los años ochenta y noventa de la instauración neoliberal como faz contemporánea del capitalismo, instalaron el culto de la eterna juventud. Esto alimentó aceleradamente la industria de las cirugías estéticas, aun para personas de corta o temprana edad.

El devenir de proceso económico potenció entre otras cosas las fumigaciones con sustancias tóxicas como complemento necesario del modelo de sojización rural y el uso de elementos químicos para la explotación minera ataca poblaciones enteras, sembrando horrores para la mayoría. Ha sido demostrado en exhaustivos estudios independientes de las mega-corporaciones que hay enfermedades emergentes del rocío tóxico imparable.

Mientras que una elite sigue cosechando los dividendos del esquema económico primario exportador y cuantiosos contingentes de población son expoliados y sometidos.

Conviven en la periferia de las metrópolis los barrios privados con sus murallas y garitas a pocos metros de barrios marginales en los que no hay acceso al agua potable o a las redes cloacales. El despilfarro y la ostentación consumista de las elites contrasta con la indigencia, todo mientras las pantallas televisivas invaden los hogares con mensajes que incitan a “consumir hasta el hartazgo”, aun a los que poco o nada tienen, por la vía mágica de las tarjetas plásticas.

En las ciudades los barrotes rodean las viviendas y el “negocio de la inseguridad” deja al desnudo las desigualdades, contradicciones sociales y anomia creciente, cárceles desbordadas por los hijos de los desempleados de tres generaciones.

El vértigo de los instantes

La vida presente exige un ritmo vital vertiginoso y por lo tanto los llamados publicitarios son a lograrlo todo ya, para gozar a pleno por si es cierto que “no hay futuro”.

Como afirma Michel Maffesoli en su libro El instante eterno, El retorno de lo trágico en las sociedades posmodernas: “Podemos decir que el drama de la historia, individual o social, se reduce a perpetuo posible. De ahí la tensión continua que la caracteriza: tensión ideológica. El proyecto (projectum) es la marca esencial del drama en cuestión. En cambio, lo trágico del instante no es más que una sucesión de actualizaciones: pasiones, pensamientos, creaciones que se agotan en el acto mismo, éstas no se economizan se gastan en el instante”.

Propiciar y hacer vivir sólo en el instante es también una de las coartadas ideológicas para defenestrar las luchas del pasado, obturar los vínculos intergeneracionales y borrar de un plumazo la historia proclamando su fin, con el triunfo irreversible de la economía de mercado.

Se atacan como utópicos los proyectos de cambio o transformación radical en sentido solidario, en nombre del pragmatismo de lo posible por sobre lo deseable. Estos son algunos de los ecos estético-políticos de los predadores mecanismos socio-económicos que amplían las brechas de la desigualdad social cada día.

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