Solange Levinton – Télam
Porque interpelan sentimientos profundos universales, porque poseen una estructura dramática infalible o porque forman parte del ADN latinoamericano, especialistas del mercado audiovisual adjudican a algunos de esos factores el resurgimiento de la telenovela -en sus versiones originales o modernizadas- que suma cada vez más espectadores y mayor oferta en las plataformas.
En tiempos donde el consumo de contenidos es cada vez más feroz, en los últimos años irrumpió un fenómeno inesperado: la telenovela, el género latinoamericano por excelencia que fue furor el siglo pasado y parecía que únicamente sobrevivía gracias al impulso turco, regresó al streaming tanto con exponentes en sus versiones clásicas como también en otros casos completamente renovadas. Aunque para algunos la telenovela nunca se fue.
«El melodrama es como el camaleón, cambia de color pero siempre tiene presencia», sentenció desde Los Ángeles el argentino Enrique Torres, guionista de íconos de la década del 90 como Celeste, Antonella, Celeste siempre Celeste, Nano, Perla Negra, Zíngara y Muñeca brava que luego de su transmisión por televisión abierta se vendieron a países de América, Europa y Asia.
De hecho, en 2021, mientras trabajaba en una remake de Perla Negra interpretada por Anna Chiara del Boca para su canal de telenovelas en YouTube Soapy series, en el canal italiano RAI estaban pasando la telenovela original por vigésima vez.
«El melodrama está vivo como siempre y el secreto es que el ser humano sigue teniendo sentimientos, no los ha perdido», reveló el autor.
Para muestra, basta ver que en 2021 una reversión de la colombiana Café con aroma de mujer, emitida originalmente en 1994 y que relata la historia de amor entre una humilde recolectora de café y un empresario poderoso, desembarcó actualizada y deconstruida (con consignas feministas sobre el derecho al trabajo y la importancia del consentimiento en las relaciones sexuales) al menú de Netflix. A poco de su desembarco, la tira de 88 episodios protagonizada por Laura Londoño y William Levy, se convirtió en una de las series de habla no inglesa más vistas de su catálogo.
«En Argentina y en todo Latinoamérica nos encanta un buen drama, forma parte de nuestro ADN y hasta genera debates en las mesas familiares y redes sociales», aseguró a Télam Roberto Stopello, responsable de series de Latinoamérica para Netflix, sobre el fenómeno que empujó a la plataforma a incluir otros títulos como las clásicas Yo soy Betty la fea o Pedro el escamoso y otros como la reciente La reina del Flow.
Es que el suceso de Café con aroma de mujer no fue una excepción: en el mismo gigante de streaming también está Pasión de Gavilanes, la exitosísima telenovela emitida entre 2003 y 2004 sobre tres hermanos que buscan vengar la muerte de un ser querido y acaban involucrándose con las hijas del responsable que hoy no solo aparece con el rótulo de número 7 dentro del Top Ten de series, sino que próximamente se estrenará una segunda temporada que, 20 años después, contará el devenir de la familia.
Sobre estos remakes, Torres dijo no sentirse sorprendido: «Me acuerdo que a fines de los 80 fue un éxito enorme la telenovela de Leonor Benedetto Rosa de lejos que era una nueva versión de Simplemente María, la telenovela de 1967. Siempre hubo esas cosas y ahora hay una tendencia, lo sé personalmente porque hay quienes quieren hacer tres novelas mías aunque todavía no puedo adelantar nada más sobre eso».
Por su parte, siguiendo el furor que las novelas turcas iniciaron en Argentina en 2015 con el desembarco en la pantalla de eltrece de Las mil y una noches, HBO Max también captó el fenómeno y sumó a su nómina los títulos ¿Será que es amor?, una producción original que aborda la historia de una estudiante de arquitectura y un empresario ambicioso que esta semana está en el puesto 6 de lo más visto en Argentina; La agencia, Amores robados, Mi casa, mi destino y Babil, entre otros.
Pero no solo de remakes se nutre el mercado. Según explicó Stopello, también se innovó en «la manera de contar estas historias»: «Con altos niveles de producción, abordando temas contemporáneos y perspectivas diversas seguiremos empoderando a los mejores creadores, productores y guionistas de la región para junto a ellos traer más historias que apasionen a la pantalla como Pálpito y la tercera temporada de ¿Quién mató a Sara?«.
De hecho esta última, sobre un hombre que al salir de cárcel busca vengarse de la familia que lo incriminó en el asesinato de su hermana y cuyo autor, el guionista chileno José Ignacio Chascas Valenzuela, definió como «una mezcla de thriller y melodrama», estuvo en el Top Ten de más de 80 países. Además, luego del estreno de la primera temporada en 2021 tuvo 266 millones de horas de visualización en los primeros 28 días y se convirtió en el noveno título de televisión en lengua no inglesa más popular del mundo.
Valenzuela, que tiene 50 años y más de 30 telenovelas en su haber, reconoció que en un contexto donde cada producción está «compitiendo con el mundo entero», tiene una «obsesión personal por reinventar siempre la telenovela porque es infalible y funciona siempre».
Consultado por este revival de un género que por décadas aparecía como pasado de moda, Chascas apuntó contra «un recambio de ejecutivos televisivos en Latinoamérica que no fue la más acertada»: «Yo empecé de muy chico, conocí a productores y directores que hace 30 años eran monstruos televisivos y tenían un respeto altísimo por la telenovela porque sabían del poderío de una buena historia, fueron reemplazados por ejecutivos que llegaron desde otros lugares, empezaron a programar desde una planilla Excel y la telenovela les daba vergüenza».
«En los años 80 las novelas conquistaban el mundo, paralizaban guerras, a Verónica Castro la querían hacer alcaldesa de Leningrado, Andrea del Boca era una figura venerada en el mundo entero; eso lo aporta el melodrama pero no puede suceder cuando quienes lo están haciendo tratan de disfrazarlo para que no parezca lo que es».
Por eso, ahora el autor apunta a «una recuperación del melodrama»: «Por la fuerza que tiene y porque, finalmente, es el gran género que hemos inventado los latinoamericanos y nuestro gran aporte literario a los géneros del mundo».