Manuel Quaranta / Especial para El Ciudadano
En ciertos ámbitos intelectuales solemos hablar de la gente con bastante desprecio, criticando el lugar común al que son tan afectos, la vida gris que los carcome, su pasión por Tinelli, los programas de chimentos, el fútbol y su rechazo, o peor aún, la rapaz indiferencia demostrada por las causas del progresismo biempensante. Sin embargo, cuando las papas queman, para decirlo con una expresión popular, la gente se planta.
En Rosario, hace ya más de una década el problema del narcotráfico es una realidad cotidiana: asesinatos, enfrentamientos, balaceras, extorsiones. Pero nada de este combo caló tan profundo como la amenaza a la familia política de Messi. Quienes la ejecutaron anticipaban la repercusión mediática, no solo nacional sino mundial, del episodio.
En Argentina, los portales más visitados subían noticias lejanamente relacionadas al tema. ¿Quién es el suegro de Messi?, una genealogía de la empresa familiar, referencias a la abuela emprendedora de Antonela Rocuzzo, anécdotas de los inicios del supermercado, etc. Aprovechando la confusión, Esteban Trebucq, un periodista cuyo sello personal es la calvicie y Amalia Granata, diputada por la provincia de Santa Fe, viajaron a Rosario para montar una entrevista, disfrazados con chalecos antibalas, y de paso darles la palabra a los vecinos.
Cae de maduro, los dos eran conscientes de que cualquier reacción les serviría a los fines de figurar. Sobre todo, si las reacciones del público eran negativas. Googleen Granata o Trebucq y lo confirmarán.
Ambos son personajes marginales tanto de la política como del periodismo. Pero ¿qué significa hoy ser marginal en los medios o en la Cámara de Diputados? ¿Las tonterías escuchadas a diario en C5N o en LN+, para cumplir con la grieta, no provocan que lo marginal se haya vuelto central? ¿Escuchar las barbaridades proferidas por ministros del gobierno o agentes de la oposición, no mueve la vara hacia los márgenes? La supuesta causa del corrimiento resulta paradójica: es lo que la gente quiere.
En las calles de Rosario el “pelado” Trebucq y Amalia Granata buscaban complicidad entre los vecinos. Un automovilista lo definió con solvencia ante el micrófono de A24: vinieron a hacer “payasadas”. Evidentemente, la diputada y el periodista son parte de un circo mediático y político. Y la gente lo sabe, de ahí la adhesión a la prerrogativa popular: “Hablar con el dueño del circo, no con el payaso”. Sucede que frente a determinados fenómenos la gente común no puede reaccionar contra los responsables directos, entonces reacciona con quien tiene a mano.
El problema del narcotráfico en Rosario guarda múltiples aristas. En conversación con Reynaldo Sietecase, Pablo Javkin, dijo con respecto al episodio no tener la certeza de que la amenaza proviniera de bandas narco, abriendo la duda hacia otros espacios de poder. Sietecase agregó que el origen podría ser político, suponiendo la falta de ánimo del intendente para exteriorizarlo, sin embargo, Javkin dobló la apuesta, él se refería “a las fuerzas”, a la policía, tras de haber mantenido “reuniones muy duras”.
Por otro lado, es normal que nunca se vayan a poner todas las cartas sobre la mesa, es decir, nunca se intentará establecer el nexo entre narcotráfico y boom inmobiliario. Para apreciar la magnitud del fenómeno, se encuentra disponible en Youtube el documental Rosario, Ciudad del Boom Ciudad del Bang (2013), que trabaja la estrechísima relación entre droga, soja y torres. Cuando Javkin se pone firme con respecto a las fuerzas, se cuida de mencionar los letales procesos de gentrificación.
Sólo una muestra del entramado. Fuente, diario La Capital del 16 de diciembre del 2022: “El Concejo Municipal aprobó este viernes en las primeras horas de la tarde la construcción de la megatorre en Puerto Norte, el rascacielos más alto de la ciudad y el segundo a nivel país, con 200 metros de altura, 60 pisos y un parque público alrededor del mismo”.
¿De dónde saldrán los fondos para la faraónica obra?
Volviendo al “pelado” ex Crónica y a Amalia. Los vecinos se las agarraron con ellos porque no pueden enfrentar al verdadero problema. Eso es verdad. Pero en algún sentido, cuando la política se vuelve demagogia, como en el caso de Granata, y de tantos otros de perfil securitario (Bullrich, Berni), la gente también reacciona y da una lección de ciudadanía: no queremos participar. No estamos dispuestos. Estamos inmersos en una desgracia y rechazamos ser parte del circo.
En el paroxismo de la demagogia, Granata propuso “sacar el ejército a la calle” y cuenta, orgullosa, en una entrevista reciente, que está en segundo año de la Licenciatura en Seguridad. Granata se puso a estudiar porque “quiere aprender”, gesto a todas luces loable, pero entonces, surge la pregunta, ¿cursando el segundo año de la carrera, su opinión merece considerarse a la hora de organizar la lucha contra el narcotráfico? ¿Le alcanzará la licenciatura para cumplir su sueño de ser Ministra de Seguridad?
Aquí me detengo. Existe el peligro de que la violencia producto de la lucha contra las drogas supere con creces a la violencia por el propio uso de las sustancias prohibidas. El caso es bien distinto, básicamente, porque México comparte frontera con el principal consumidor de estupefacientes del planeta, pero desde que comenzó a librarse oficialmente “La guerra contra el narcotráfico”, en el año 2006, han sido asesinadas 250 mil personas y otras 40 mil están desaparecidas.
Los números son fruto de seguir al pie de la letra las recetas de Estados Unidos para enfrentar el flagelo (ver la operación “Rápido y Furioso”, implementada por la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de Estados Unidos cuyo objetivo era introducir armas ilegalmente en México para luego rastrearlas, a la espera de identificar, primero, a los responsables del tráfico de armas, y si la fortuna acompañaba, detener a los narcotraficantes; la ATF no tuvo fortuna, y les perdió la pista).
Por otra parte, cuando el ejército sale a la calle, ¿está asegurado el Estado de Derecho? ¿Qué clase de justicia reclamamos? ¿O estamos dispuestos a ceder nuestras garantías constitucionales para promover un remedio más doloroso que la enfermedad?
Me había tentado terminar el texto con una chanza, pero después me pareció inapropiado, más apropiado, en todo caso, y dando un vuelco de 180 grados, es el pasaje de la conferencia Después de la tragedia*, que Jean-Luc Nancy brindó en New York en 2008. Lo sé de antemano, las líneas del filósofo francés salvarán al tándem Trebucq-Granata, y en cierto modo, a todos nosotros, mejor dicho, nos salvarán y nos condenarán por partes iguales:
Es suficiente notar que la representación (la puesta en escena, en memoria e interpretación) de todos esos dramas, suscita problemas que ninguna de las formas disponibles permite resolver –como en un tiempo había hecho la “tragedia”– tanto es así que la cuestión de su representación (de sus imágenes y sus relatos) se plantea cada vez de nuevo. Se vuelve siempre más claro, por otra parte, que no nos podemos conformar con el señalamiento de los culpables de la historia (aquí una religión, allí una política, en otro lugar un pueblo, un individuo, una ideología, una técnica…).
Es la historia entera la culpable de sí misma, más allá de cada culpa asignable: es toda la historia de Occidente y, con ello, del mundo entero, la que se revela a sí misma como una tragedia o una sucesión de tragedias, después de cada una de las cuales no puede haber ningún “después”, porque está asegurado el retorno de otra tragedia, y el después degenera en antes.
* Traduje el texto de la edición en italiano de la conferencia, “Dopo la tragedia”, publicada junto a “Corpo teatro” por Edizioni Cronopio, 2010. Traducción del francés de Antonella Moscatti (“Après la tragédie”).