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Lecciones aprendidas en el fondo de un pozo congelado

Miguel Savage relatará hoy en el Centro Cultural Fontanarrosa sus vivencias en la guerra.

Miguel Savage es, ante todo, un sobreviviente de la guerra de Malvinas. Esa experiencia le servirá para dar hoy una conferencia sobre liderazgo y motivación, a las 18.30, en el Centro Cultural Fontanarrosa, de San Martín y San Luis; en conmemoración de la fecha del fin de la guerra, el 14 de junio. La entrada es un libro para donar a la escuela Constancio Vigil.

Luego de exponer sus vivencias en medios como la BBC de Londres y History Channel, Savage compartirá su experiencia en Rosario con una charla orientada a empresas de la mano de una firma de servicios informáticos. Trabajo en equipo, cómo actuar en momentos de crisis y la importancia de tomar decisiones son algunas de las temáticas que desarrollará.

Savage explicó a El Ciudadano que lo más importante de la charla es contar el costado humano, desde el aprendizaje, el camino sanador; cómo un pibe, un colimba de 19 años, que tenía un día de práctica de tiro terminó enfrentando a los ingleses dentro de un pozo de agua helada, donde el frío y el hambre le taladró la piel y el esqueleto.

Miguel contó que estuvo durante dos meses en un pozo de agua congelada en condiciones infrahumanas, perdió 20 kilos de peso y convivió con tres enemigos: el clima, los ingleses y sus propios jefes.

Savage volvió de la guerra el 21 de junio de 1982 y prefirió callarse, guardar sus feos recuerdos de la batalla en el cajón de su memoria hasta que la crisis de 2001 hizo que sus problemas financieros sacaran a flote todo el horror experimentado.

“Tuve una pesadilla: estaba dentro de un pozo, que era para tres pero había siete personas, esqueletos abrazados, acalambrados por el frío, era una lluvia de muertes, y rezaba el rosario. La realidad se mezcló con el mundo onírico y de repente en la pesadilla me sonó el celular: era el gerente del banco para decirme que iban a cerrar mi cuenta por tener cheques librados. A partir de allí decidí pedir ayuda psicológica y terminé escribiendo un libro, que decidí no editar en papel. Comencé a dar charlas en escuelas, instituciones y empresas, contando lo que aprendí en ese pozo congelado: la resiliencia, la fortaleza, el aprendizaje, el trabajar en equipo, el sentido del humor, y la lección de compañerismo”, relató Savage.

Luego detalló que uno de los momentos más emotivos lo vivió el 8 de junio de 1982. Estaban rodeados por los ingleses, desnutridos y moribundos, y los enviaron a una misión: revisar una granja cerca del río Murrell para corroborar si había un equipo de radio que transmitía a la flota inglesa y destruirlo.

“Pasamos a 300 metros por donde los ingleses nos iban a atacar. En el camino se nos iban muriendo compañeros, algunos se pegaron tiros en los pies para que los evacuaran y otros, desesperados, pisaron una mina y murieron en pedazos. Nos enteramos de que los ingleses no nos mataron para protegerse de su factor sorpresa. Las temperaturas llegaban a los 20º bajo cero”, rememoró Savage.

Miguel nació en Adrogué, provincia de Buenos Aires, y cuando volvió de la guerra quería estudiar Agronomía pero había perdido el poder de concentración. Así, el destino lo llevó a trabajar como viajante vendiendo chapas de zinc y terminó anclándose en Venado Tuerto. Con el tiempo instaló su propio negocio y logró formar una familia: su esposa Andrea, su hijo Patricio, de 20 años, y su hija Margarita, de 16.

La historia del pulóver

“Arrancamos la misión de ir a la granja apenas amaneció. Debe haber sido el día más frío de Malvinas. No teníamos conciencia del peligro. Íbamos con un compañero que tenía un planito donde habían puesto las minas. Fue una caminata extenuante. Habremos tardado más de cinco horas para llegar a la granja”, describió Savage.

Su inclusión en el grupo, no sabiendo ni siquiera manejar un arma, tenía un solo objetivo: oficiar de traductor a partir de su manejo del inglés.

“Llegamos a la casa y los seis compañeros que quedaron nos tiramos cuerpo a tierra. El miedo era terrible. Había ventanitas en la casa y dijimos: ‘Se rompe una y nos sacuden con una ametralladora’. Ingleses o kelpers nos podían tirar. Pero era más la desesperación de pensar qué podíamos afanar de comida dentro de la casa que el miedo.

El hambre nos encegueció y me comí tres panes de manteca al hilo, y matamos una gallina flaca”, explica con tono desolador.
Savage contó que la casa a la que entraron era tipo patagónica, acogedora, con vista a las sierras y el río, con olor a hogar y a limpio.

“Fui a una de las habitaciones de arriba y revisé el placard, encontré un pulóver lindo, con un olor muy parecido al de mi mamá; entré en un estado de ensueño y me pregunté qué hacía allí: agarré el pulóver, me saqué la ropa mojada y me lo puse. Sabía que algún día iba a volver a esa casa y hablar con la gente que la habitaba”, contó. No fue lo único que tomó de la casa. También se llevó fotos de la familia que vivía allí.

El momento de regresar llegó en febrero de 2006. Luego de un primer encuentro con Sharon Mulkenbuhr, hija del matrimonio que habitaba la estancia Murrell, visitó el lugar con la intención de cerrar ese capítulo de su historia. En la estancia lo recibió Lisa, hermana de Sharon. El pulóver volvió a manos de sus antiguos dueños junto a una nota de puño y letra en la que Miguel expresaba su agradecimiento: “En esta casa sentí que alguien me protegió. Y venía a decírselos”. Entre lágrimas, Lisa reconoció el abrigo de su padre ya fallecido. “Sentí una energía especial, como que alguien de esa casa me decía que volvería con vida, que volvería a casa y que esta guerra que nunca debió ocurrir se estaba terminando”.

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