La cadena lechera constituye, probablemente, uno de los ejemplos más claros de lo que el gobierno dice que quiere: muchos productores, distribuidos en zonas variadas, productos procesados, mucho marketing, mucho packaging, demanda de insumos, transporte, un mercado interno diversificado, marcas, mucha mano de obra, tanto a nivel tambo como usinas y, en general, con posibilidades de exportación.
Así lo demuestran países vecinos como Uruguay y más recientemente, Brasil, aun con precios internacionales muy bajos como los actuales, de alrededor de u$s 2.000 por tonelada de leche en polvo.
Semejante sumatoria de elementos “deseables” estarían indicando que la actividad es floreciente y que es muy cuidada por las autoridades de turno, que la toman como ejemplo.
Sin embargo, prácticamente viene ocurriendo todo lo contrario, y desde fines de los 90 el rubro entró en un casi total estancamiento productivo en alrededor de 11.000 millones de litros anuales, mientras que desde el 2.000 para acá desaparecieron casi el 50% de los tambos, que hoy no superan los 10.000 establecimientos.
Al igual que con la carne, en la lechería se hicieron todos los ensayos de medidas diversas, desde las retenciones, hasta los cupos, los precios sugeridos, el congelamiento del mercado, las restricciones para exportar, o los precios de corte (por los que internamente sólo se podía pagar una parte de lo que valía en el mercado internacional), por mencionar sólo algunas de las medidas intervencionistas que se adoptaron en los últimos años.
El resultado está a la vista, y excede holgadamente el problema mundial de bajos precios actuales.
En la Argentina, la concentración fue el dato más saliente de la actividad, a la que en el último tiempo se sumó la descapitalización y el endeudamiento.
Jaqueada primero por la suba de retenciones ya en 2005, la lechería luego fue acorralada por el avance imparable de la soja que la fue “sacando de la cancha”.
En aquel momento, los precios internacionales de prácticamente todos los productos crecían día a día. La oleaginosa llegó a superar los u$s 600 por tonelada, pero la leche en polvo pudo rondar los u$s 6.000.
Descartado entonces el tema precio, la caída de la producción lechera se fue dando por las sucesivas restricciones que se le aplicaron al comercio interno y externo, que deprimieron a tal punto los ingresos de los tambos, hasta que se llegó a la situación de hoy en la que ni siquiera las autoridades, que desde hace años conocen esta situación e, incluso, antes de llegar al gobierno eran fuertemente críticos sobre lo que estaba sucediendo, ahora no parecen encontrar el rumbo, ni saber demasiado qué hacer.
Es cierto que todos los países productores están atravesando una situación difícil por la fuerte caída de los precios internacionales. La diferencia es que la mayoría de ellos pudo aprovechar a pleno la buena etapa, hicieron “colchón”, crecieron sin endeudarse.
Varios de los gobiernos, por su parte, tienen instrumentados mecanismos contracíclicos, de ayuda puntual para momentos como este, del tipo de stocks para sacar temporariamente producción del mercado y descomprimirlo, alivios fiscales, etcétera.
Ahora, los tamberos sostienen: “No vamos a morir callados”, mientras se multiplican las asambleas, y la Nación, hasta ahora, apenas incursionó en algunas reuniones con las provincias, para estudiar la situación.
¿Qué más quieren saber que ya no se haya dicho, analizado, desmenuzado hasta el cansancio?
Para colmo, nadie atina a explicar (o a dar a conocer) la composición de los precios dentro de la cadena comercial donde algunos pierden y otros no tanto; el supermercadismo no parece querer sentarse siquiera a la mesa de diálogo: las principales usinas están financieramente comprometidas, y hasta los magros anuncios del 8 de enero, en los que se expuso inclusive el presidente Mauricio Macri, con su presencia en medio de un cultivo en Venado Tuerto, se materializaron hasta ahora.
O sea, que el parche de 40 centavos por litro, por 3 meses, para una actividad que enfrenta un quebranto de $ 1,70 a $ 2, ni siquiera llegó todavía (pasaron más de 40 días), recién se publicó ahora en el Boletín Oficial, por lo que se efectivizaría a partir de la semana próxima.
Tampoco se cumplió el compromiso industrial de mantener los valores en tranquera de tambo y, mientras, las reuniones oficiales siguen.
Medidas más concretas, inmediatas y de corto plazo, de alivio fiscal, para aumentar la transparencia del mercado, de fomento a la actividad que enfrenta costos crecientes, no se escuchan hasta ahora aunque, vale reconocerlo, tampoco hay propuestas desde el lado de la producción que, a esta altura, parece tan poco creativa como el propio gobierno.