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Leda, avalada por la Iglesia católica, lleva a cabo sanaciones que conmueven a fieles en Rosario

Leda, una mujer de 44 años reconocida por sus dones de "sanación" ha conmovido a cientos de fieles. Este martes congregó a unas 5 mil personas en la parroquia de la Inmaculada Concepción

Leda, una mujer con un don único de «sanación» avalado por la Iglesia católica, ha estado brindando alivio espiritual y curación a miles de fieles que la buscan semanalmente. A través de sus oraciones y bendiciones, Leda ha dejado una marca significativa en la comunidad, despertando la esperanza y la fe en aquellos que sufren. Este martes unas 5 mil personas se congregaron en la parroquia de la Inmaculada Concepción, ubicada en Riccheri al 200, donde se formó una fila que prácticamente daba vuelta toda la manzana: desde la mitad de cuadra de Catamarca hasta Riccheri; desde allí hasta Salta; por esta última calle hasta Suipacha y de allí hasta la mitad de cuadra de Suipacha entre Salta y Catamarca. Pero no era el fin de la fila, sino que los últimos, un grupo de personas que llegó desde San Vicente, ciudad del sur del Gran Buenos Aires, informaban a quien llegara que a partir de ellos Leda no iba a atender a nadie más. Así se les había pedido desde la organización, un grupo de voluntarias y voluntarios que, como podían, trataban de contener y ordenar el descomunal flujo de fieles.

«Acá hay familias de Entre Ríos que están desde las 3 de la mañana. Son los primeros que llegaron», explica una joven a El Ciudadano. Silbato en mano hacía señas a los vehículos que transitaban por Catamarca para que doblaran por Riccheri, para descomprimir la cuadra, y aunque no desviaba a los ómnibus del transporte de pasajeros, algunos choferes optaban por cambiar el recorrido ante la gigantesca aglomeración.

—¿Y hasta qué hora se quedan?, preguntó este diario.

—Hasta las dos, tres…

Faltan pocos minutos para las 22, y la joven dice que ella no se va a quedar hasta el final, que alguien la va a remplazar. O no: en distintos sectores de la fila cuentan que muchas personas no soportaron la espera, que se fueron retirando. Y a medida que avance la noche (y la fila, que por largo rato se mantuvo estática) también se va a ir descomprimiendo el lugar. Pero en ese instante todavía permanece la confusión: un hombre de unos sesenta años le pregunta con desesperación qué calles se cruzan en esa esquina. Pide los nombres de las siguientes calles, pero no hay caso: vino con su familia desde Arroyo Seco y no se acuerda dónde dejó su camioneta. No lo anotó ni en su celular ni en un papel, y deja a su hija y a la abuela de ella para dar vueltas de manzana hasta reconocer la geografía. Contra todo pronóstico, lo logra rápidamente. Acaso se lo facilita un accidente poco usual: una cuadra antes, en Catamarca casi Ovidio Lagos, un zanjón y un montículo de tierra atraviesan casi toda la calzada y el tránsito está cortado en forma permanente.

La espera y la esperanza

Por Riccheri hasta Salta, se alternan personas paradas y sentadas. La mayoría de las familias acudió con reposeras, sillas plegables, banquitos. Muchos las tenían en sus manos, pero también, cuando la cola se aletargó otros tantos las habían vuelto a abrir para sentarse. La inmovilidad perjudicaba a Rolo, que vendía manzanas con almíbar y pochoclo. Hacía unas seis horas que estaba allí, sobre Riccheri, donde solamente un par de comercios se mantenían abiertos. No había «salvado» el día, pero había vendido «más o menos bien». Y confiaba en que, si la columna de personas empezaba a moverse, se reactivara también el interés. Tenía tres cuadras de personas para esperar.

Sobre Salta, bares y rotiserías recibían los beneficios de la presencia de Leda, que se notaban en las cajas y bolsas de papel madera con empanadas, pizzas, sandwiches, cenas de quienes habían decidido aguantar la espera, tardara lo que tardara. ¿Vienen por problemas de salud?, preguntó este diario a un hombre que salió de la fila para moverse, «para caminar un poco». Explica que no, que hay quienes acuden por padecimientos, pero muchas y muchos llegan ara preguntar si «tienen algo», o también por problemas diversos que no tienen nada que ver con la salud. O sí, porque hay una angustia palpable, generalizada, pero también una esperanza equivalente. «Muchos vienen simplemente para recibir la bendición», explica el interlocutor. Él ya vio a Leda, es de quienes la siguen adonde vaya, cada martes. Se avisan, se enteran de boca en boca dónde es la cita, y acuden. Cuenta que la primera vez que la vio, llevaba una foto de su hijo en el celular, porque iba a pedir también por él. No dice por qué, pero sí que no llegó a mencionar la imagen: Leda misma le indicó que le mostrara su teléfono. Eso fue suficiente para él y su esposa, que desde entonces la siguen. Antes habían ido a Entre Ríos, a una sanadora, cerca de Nogoyá: en Gobernador Febre reside una venerada y reconocida mujer, Esther Gardella, reconocida también como vidente.

En un momento la cola continuaba inmóvil pero comenzó a agitarse. «¡Hay una persona con un tumor en la cabeza! ¡Tienen que dejarla entrar primero!», se oye a lo lejos la súplica, en fuerte tono. El pedido parece ser atendido. Todo se tranquiliza, aunque hay también quejas: «Hay gente que busca colarse», denuncian. «No les va a servir», asegura una mujer de unos 70 años. No lo dice, pero parece sugerir que la espera, la paciencia, son también acciones de fe, y hacen a la esperanza que buscan en Leda.

Sobre Suipacha, la última fracción de la fila no necesariamente son los últimos llegados. Es algo confuso, pero personas que dicen haber llegado a las cuatro de la tarde están detrás de personas que dicen esperar desde las seis. Una de ellas, una mujer de unos 60 años dice que ella vino sola porque es la única que puede caminar y sostener la espera. Ella está sobre Suipacha, físicamente más cerca de las puertas de la parroquia, en Catamarca 2930, pero para llegar debe hacer el recorrido más largo: llegar a calle Salta, llegar a calle Riccheri, y llegar a Catamarca por la otra esquina. Lleva fotos de sus familiares, viene por ellos. Las tiene impresas en papel, enrolladas en su cartera: en la primera se ve a una joven con muletas.   Todo se interrumpe con un aviso: «Van a entrar todos. Va a dar una bendición por grupos», aclara alguien, y todos se reafirman en sus lugares. Y, casi al instante, la cola empieza a moverse.

La mujer de los milagros

En una entrevista hace un tiempo Leda compartió su perspectiva sobre su capacidad para sanar. «Poseo un don de Dios», afirmó. Agregó que lo más importante para ella es transmitir a la gente que la presencia divina está siempre con ellos. Aquellos que han experimentado sus «sanaciones» han afirmado haber sido curados de diversas patologías.

Entre los testimonios compartidos en la entrevista, un hombre que había perdido la visión en un ojo compartió su asombro después de haber experimentado lágrimas inmediatas durante la imposición de manos de Leda. Otros fieles expresaron su sensación de incredulidad y admiración al encontrarse ante ella, calificando la experiencia como única y paralizante.

Un aspecto distintivo de las sesiones de Leda es su uso del arameo, una antigua lengua que se ha relacionado con su proceso de sanación. Aquellos que han sido atendidos por ella aseguran haber experimentado una conexión profunda e inexplicable a través de estas palabras aparentemente desconocidas. Algunos fieles incluso compartieron la sorpresa de sentirse sanados a través de las palabras en arameo, que aunque no comprenden en su totalidad, parecen tocar algo profundo en su ser.

Los testimonios de curación y transformación que rodean a Leda son conmovedores. Los fieles describen sus experiencias como estar en manos divinas, experimentando sanación a niveles físicos y emocionales. A través de sus dones y su conexión espiritual, Leda ha dejado una marca duradera en la comunidad, inspirando la esperanza y la creencia en el poder de la fe y la curación espiritual.

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