A lo mejor es cierto que antes de morir es posible, si se quiere, dimensionar como exacto y hasta encajable el sentido unívoco de lo que quisimos en virtud de lo que realizamos y conseguimos. Y a lo mejor es cierto que, ya teniéndola más cerca a fuerza de promedios de mortalidad al menos, sobre la lenta pero constante opacidad que ya parpadea intermedia con su brillo dilatado, Mirtha Legrand se va a dar cuenta de que aquello que ambicionó más real y más habitual, su vida y la de su familia, no es ni apenas un desvelo de la duermevela que siempre quiso soñar como realizable. Y no tendrá a nadie a quien echarle la culpa, ni público a quien agradecer.
La madre
Todo empezó casi como un chiste de corte farandulero o una especie de rótulo mediático sobre su figura y sobre la impronta que siempre quiso para ella y para su familia. Y hasta se podría inferir que, después de todo, viniendo de donde viene, teniendo 85 años y con un falso aggiornamiento encima, habiendo transitado una época del cine argentino donde la industria era una palabra común bajo reproducciones de símil formato hollywoodense, y habiendo sido prácticamente la gallina de los huevos de oro para toda su descendencia una vez que pisó y se quedó en la televisión (incluso para su difunto marido, que en cine filmó lo que quiso pero el grueso de billetes venía de la televisión en la que Mirtha Legrand todos los días ponía la cara y el cuerpo), el sueño de ser reina a Mirtha Legrand siempre le resultó una amable y hasta posible sensación de realidad. Nadie discute con una reina, y menos por televisión. Mirtha no sólo quiso un linaje real sino una conducta y una norma preestablecida por esa estirpe y por los mandamientos del cristianismo que siempre impuso para ella y para toda su familia. Quiso imponer más bien, y si se lo mira desde ahí, si se lo mira desde ese deseo tan imposible como seductor, desde esa posible cabeza y desde lo que existió y existe a su alrededor como familia, el sueño se le puso espeso. Fue gallina de huevos de oro pero no vaca sagrada, dejó entrever siempre su familia. Siempre desde su familia (del costado femenino sobre todo) se apeló a demostrar ante las cámaras que, a pesar del amor, siempre había un gesto de más para hacerle ver a la teleaudiencia “cuán insoportable es la vieja”. Ahí es donde Mirtha está muy perdida de lo suyo o, por el contrario, está resuelta a morir reina (pero ella sola). Será por eso que, como se dice, le bajó la persiana (mediática) a su nieta hace unas semanas pero no a su yerno (Marcos Gastaldi) hace unos años, cuando salió muy resuelta de cuerpo y de boca a defenderlo de, prácticamente, meterse todo un banco en el bolsillo. Será que es mucho peor la deshonra del cuerpo que la del billete para Mirtha, será por eso o por vergüenza (y no por respeto) que silenció cuanto pudo la vida de su hijo hoy muerto, será por eso que se tragó orgullosa el “mierda, carajo” de Samuel Gelblung porque atrás hay una cama infiel, o será que está cansada de que nadie le haga caso, o será que, si se buscan y revelan chimentos históricos de la farándula argentina, a Mirtha se le repite la historia en su descendencia mal criada y muy necesitada de satisfacción personal.
La hija
Hacer lo que se dice hacer, en realidad, nunca hizo nada relevante por televisión. Hace décadas fue una de las primeras periodistas (¿?) en ir a Cuba y entrevistar a Fidel Castro, tuvo dos o tres programas del tipo magazine y lo peor que le pudo pasar en la vida televisiva fue tener que reemplazar un tiempo (corto) a su madre en los almuerzos televisados. La madre la castigó desde su nacimiento poniéndole un nombre que no pega con el abolengo que incita a su creencia visual. No hay dónde poner una h en Marcela, y más que linda es intratable desde el vamos. Por lo que se traduce por la pantalla chica (la grande la pisa como espectadora nomás), como otras, sólo una cosa le hace bien de los hombres sin importar nada más que eso. Es ordinaria porque no hay otro adjetivo mejor para esa especie de soberbia aburrida que muestra, y subida siempre a una cartera Christian Dior, la imagen televisiva de Marcela Tinayre, obviamente, fue la medida de la sombra de su madre, casi como funciona la relación entre la ciudad de Rosario y la autónoma de Buenos Aires. Entre ese desbarajuste emocional se vio siempre por televisión a la hija de Mirtha. Simpática no fue nunca al aire y generaba menos empatía que su hija, Juana Viale, que de chiquita supo odiar a la prensa del corazón que le dicen, pero que desde los 14 años que viene siendo foto social en Punta del Este con cualquier varón al lado. En cine apareció en La viuda de los jueves, la versión de Marcelo Piñeiro de la novela homónima de Claudia Piñeiro, donde lo mejor que hace es poner cara de rica insatisfecha y dejarse hundir la cara en un plato de comida. En televisión, Adrián Suar le hizo el año pasado una telenovela a su medida a la que llamó Malparida, título que Marcela y Mirtha habrán amado, siempre teniendo en cuenta cómo, desde la ficción televisiva, los actores se pasan facturas unos con otros y siempre recuerdan la premisa que el que tiene plata hace la ficción que quiere, y con quien quiere y, sobre todo, puede manipular la vida de los actores en función de lo que sale al aire como ficción.
La hija de la hija
Casi con un hincapié que irremediablemente muta en parodia a la hora de hacer referencia a lo que un actor (o lo que sea) “hace” como ficción por la televisión y lo que ese actor “es” en realidad, todos los días que anda por ahí sin pantalla, lo que pasó a partir del video casero y las fotos en las que más o menos se puede ver a Juana Viale y Martín Lousteau chapando dentro de un auto, despertó la lengua de muchos que empezaron a despotricar los salmos bienpensantes sobre mandatos a los que llaman (desde la tele) “moral”, dándole de lleno al poco e incómodo detalle que la que estaba chapando, además de ser la nieta de Mirtha Legrand y una chica proclive a exasperarse por la pantalla chica si no la tratan como a digamos Carolina de Mónaco, está casada y, lo peor de todo, que está embarazada de seis meses. Ahí el cómo reemplazó al qué y más allá de que es un bajón defender a Juana Viale, el dedo en la llaga fue cómo con semejante panza una mujer podía hacer “eso”. Eso, al parecer, Martín Lousteau ya lo venía haciendo en el linaje Legrand, ya que hace unos años el que estaba chapando con la nieta de Mirtha y que fue ministro de economía hasta que Guillermo Moreno le hizo un gesto con su dedo índice atravesándole el cuello, ése economista de rulos a lo Pantene muy amigo del matrimonio Darío Lopérfido/Esmeralda Mitre, ya se había dejado arrastrar por los efluvios amorosos de Valeria Gastaldi, una medio hermana de Juana Viale, que también por entonces estaba embarazada. Ensoñaciones eróticas diversas generan al parecer estudiar economía y juntarse con Lopérfido. En paralelo, Lousteau, hace unas semanas, presentó en la última feria del libro su flamante libro sobre economía y, por decir, vida cotidiana. Además de hacer público que, como Ben Stiller en Loco por Mary, la masturbación calma lo que vendrá, increíblemente (o no) todos los noticieros (todos, la TV pública también) mostraron y leyeron los mismos párrafos donde el economista da ejemplos prácticos sobre certezas, índices, indicadores de valores y de inflación y hace especial énfasis en las mujeres casadas, quienes estando embarazadas sólo ellas son dueñas de la verdad. La verdad, para Lousteau, es saber de quién es el hijo de la embarazada. La embarazada tiene una hija cuyo padre es hijo de Piero, que dicen está que arde con esta cuestión ya que no sabe, dijo, “cómo está la salud mental de su nieta Ámbar”. De ese color y más oscuro aún dicen que está el corazón del chileno Gonzalo Valenzuela, actor, casanova de la Patagonia y marido de Juana, que al parecer de tanto ponerla por ahí se la pusieron a él y ahora llora por los rincones (pero no deja de grabar, puntualmente, todos los días su participación en la serie que está desnivelando la astucia de Carla Peterson). Mientras tanto, Mirtha vio el casamiento del hijo de Lady Di por pantalla gigante. Pero esta vez no lloró.