Somos Télam
Desde una historia estremecedora que por momentos cobra tintes ficcionales, la periodista Leila Guerriero se remonta al pasado más oscuro de la Argentina para hilvanar en su libro La Llamada la vida de Silvia Laybaru, una militante de Montoneros sobreviviente del cautiverio en la ex Esma y exiliada en España, que una vez en Europa debió enfrentarse a los cuestionamientos de la organización política a la que pertenecía por el hecho de haber sobrevivido: “Creo que es el libro más desprejuiciado que escribí”, dice la escritora y autora de destacados perfiles a Somos Télam.
En la previa de este domingo 24 de marzo, Guerriero advierte además en la entrevista sobre “los ataques contra determinados consensos que habíamos logrado en torno a la memoria, la verdad y la justicia”.
Hija de un militar de buena posición económica y egresada del Colegio Nacional de Buenos Aires, Labayru fue secuestrada en diciembre de 1976 y llevada a la ex Esma con un embarazo de pocos meses. Formó parte del grupo de mujeres que los militares buscaban “redimir” y alejar de la militancia. Nada de esto fue voluntario: dio a luz a su hija Vera en cautiverio, fue violada por un militar y su mujer, y llevada como acompañante de Alfredo Astiz a reuniones donde el marino se infiltró y secuestró a tres integrantes de Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet.
Por estos hechos que fueron un “pasaporte” para seguir con vida, muchos integrantes de Montoneros la condenaron al llegar a España. “Yo sé que he tenido una buena vida. Y sigo teniendo una buena vida. Pero me partieron por la mitad. Sí. Me partieron a la mitad estos hijos de puta”, confiesa en una parte del libro la protagonista de esta historia que se vuelve trepidante por los hechos que se narran y los climas que alcanza a través del relato de la propia Labayru, de sus amistades, ex parejas, compañeros de militancia, y de su propia hija.
Una historia desgarradora, editada por Anagrama, que va y viene en el tiempo y permite iluminar momentos del pasado de la Argentina desde una mirada abarcativa y profunda, y donde la protagonista de estos hechos aparece descripta desde su dolor, su vulnerabilidad, su redención y la posibilidad de encuentro con un amor de adolescencia que perdura en el presente.
“El libro habla de muchas cosas de las que no se ha hablado durante mucho tiempo. Cuando vos pasás mucho tiempo sin contar una historia, se va como lavando. Por eso es importante recoger la historia de la gente que ha pasado por determinadas cosas. Y también me parece interesante rodear el testimonio de una persona que protagoniza un relato con el testimonio de todos los demás, para que se vea justamente este juego de que la memoria no es una cosa labrada sobre piedra”, señala Guerriero, destacada por su trabajo como periodista y cronista en América latina, editora de la revista Gatopardo, y autora de libros como Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños y Opus Gelber.
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—¿Qué desafíos te planteó el libro teniendo en cuenta la historia de Labayru y la cantidad de testimonios reunidos?
—La escritura siempre es un desafío, sobre todo cuando manejás tanto material como tenía para este libro. Encontrar una estructura que fuera clara en ese maremagnum fue complicado. Yo sabía que tenía que ir y venir en el tiempo. No quería un libro que fuera cronológicamente lineal. Creo que abordé el tema con desprejuicio y con toda ausencia de juicio moral. Esta no es mi actitud ante la vida, ante ningún entrevistado, pero no por el hecho de que a ella le haya pasado lo que le pasó, el repudio, las violaciones, sentí que yo tenía que tomar algún recaudo especial a la hora de escribir. Traté de escuchar abiertamente la historia de esta mujer, de lo que le pasó, de lo que piensa y lo que le pasó a la gente que la rodeaba confiando en que si hacés un buen trabajo de reportero, si sabés mirar y escuchar, si tratás de deponer los prejuicios, se puede lograr. Parece absurdo que diga una cosa así, pero creo que es el libro más desprejuiciado que escribí. Si hubiera tenido prejuicios no hubiera podido escribirlo. Se me hizo difícil porque escribir es difícil, pero no es que tomé precauciones más allá de las lógicas de cualquier trabajo de reportero, que es hablar con muchas fuentes, poner todas las versiones posibles para contar la vida de esa persona. No estuve particularmente precavida, porque se hubiera mutilado la historia, se hubiera transformado en un libro reprimido y en el libro no hay nada de eso. Pero hay que decir también que en el libro aparece una persona que dice cosas muy pensadas y muy masticadas a lo largo mucho tiempo, y que habla desde un lugar a veces crítico, pero con la autoridad de que a ella le pasó todo eso.
—¿Cuánto sabías vos del intento del grupo de tarea de la ex Esma de “redimir” a estas mujeres y qué te sucedió a partir del testimonio de lo que le había pasado a ella?
—Los temas relacionados con los centros clandestinos siempre me interesaron. Sabía que esto pasaba, que sacaban a las prisioneras y las llevaban a bailar a restaurantes, a cenar a Mau Mau, que las llevaban para violarlas sistemáticamente. ¿Qué me pasó a mí cuando ella me contó con detalles su historia? Yo no sé qué me pasó a mí, soy una persona que no estoy pensando en lo que me pasa a mí. Creo que estoy muy atenta a tratar de contar la historia. Cuando tocás temas muy complejos, a veces hay como una ocasión para hacer una pregunta específica sobre algo y si la dejás pasar no vuelve más, porque es como que se abre algo y después se cierra. No es el caso de Silvia, pero había temas tan complejos que yo pensaba que eso podía suceder en algún momento, entonces estaba muy atenta todo el tiempo y la verdad es que cuando me iba de su casa, y lo digo en el libro varias veces, decía “cómo se quedará ella”, porque la veía muy serena y con mucho aplomo después de estar tres o cinco horas hablando conmigo de todas esas cosas que ella me contaba. Pero claro, cuando el otro se queda solo, no sabes qué pasa. No creo que se derrumbara en llanto, pero todo queda medio como en ebullición. Yo estaba profundamente interesada en la historia y cuando eso sucede opera una especie de distancia. Sí, yo tengo mucha distancia y no me obsesiono. Trabajé durante mucho tiempo con esto, pero también hice otras cosas: viajé, di conferencias y talleres, hice perfiles, escribí columnas, es parte de mi trabajo. Yo sé que si quiero hacer un libro, tengo que ir haciendo todas las otras cosas mientras voy bordando el libro, porque si no me muero de hambre. ¿Quién puede suspender su vida, dos años y medio para hacer un libro? En Latinoamérica eso no es posible.
—Da la sensación de que ella tiene un nivel de resiliencia impresionante o por lo menos parece una persona que ha podido reconstruirse a pesar de todo.
—Nunca usé la palabra resiliencia, es una palabra que a las dos nos apesta bastante, porque es medio como de manual de autoayuda.
—Entonces, ¿cuál es la palabra que la define y qué cosas le permitieron seguir adelante?
—Fortaleza, inteligencia, mucha capacidad de análisis. El haber hecho durante muchos años psicoanálisis, la lectura, es una gran lectora, y la conexión muy pero muy fuerte con la naturaleza y con los animales. Eso para ella es importantísimo. Es una mujer muy plantada, muy fuerte y también metabolizó muy rápidamente esta idea de que muy pocas cosas podían tener la gravedad de eso que le había pasado. Aunque muchas veces estuvo derrumbada: cuando falleció su marido, además los últimos años con él que no fueron buenos, cosas feas que pasaron en la pareja, todo eso la deprimió, la puso muy mal, aumentó de peso. No es una mujer inquebrantable, pero tiene mucho sentido del humor. Tiene mucho humor negro, pero tiene también un sentido del humor que usa más en público, que es cándido, pudoroso, como de salón, muy educado. Pero nada de esto sería posible sin esa inteligencia que tiene de base. Todo lo demás está colgado de esa inteligencia.
—¿Cómo pensás que la impactó todo lo que vivió?
—Ella tuvo una vida muy adrenalínica durante muchos años y le costó bajar de eso. Porque habituarse a una vida común después de todo lo que le pasó no es fácil. Haber militado en Montoneros, estar en la clandestinidad es horroroso. Me decía que sacarse todo eso le costó. La escena en la que se mete en la jaula de un mastín napolitano furioso para darle de comer jamón en la boca por ejemplo. No tenía ninguna necesidad de hacerlo: ¿por qué te metés en la jaula de un mastín napolitano que te puede comer? Eso es pura necesidad de recuperar esa adrenalina y además dejar sentado que acá está la más corajuda de todas. Entonces bajar de ahí y tener una vida normal tampoco es tan fácil. Siento que tiene una manera especial de encarar las cuestiones. En el libro hay dos muertes muy importantes para ella. Una es la de su amiga Susana García, que la encaró con un aplomo encomiable. Estaba triste, muy triste, pero con una entereza. Y la otra fue la de su perro Toytoy, se murió esos días que hacíamos las entrevistas. Tenía congoja en la voz y cuando la volví a ver dos días después estaba muy plantada. Esto habla de alguien que encara estas cosas de manera diferente, con entereza.
—La lectura del libro da la sensación de que fue una mujer que tuvo muchas vidas, seguramente por la diversidad de testimonios.
—Creo que la riqueza tiene que ver en esta multiplicidad de miradas. Para mí tener más testimonios es fundamental, no contar sólo con la voz de la protagonista y claro esos otros testimonios a veces confirman, a veces contradicen, a veces iluminan zonas del otro o dicen cosas que el otro no puede decir. Entonces por un lado están los hechos y por el otro lado está la relación que establece la gente con esos hechos y lo que puede recordar de esos hechos.
—Hay momentos en que ella y otros entrevistados manifiestan no recordar ciertos hechos o recordarlos de otra manera ¿Cómo pensás que se juega la memoria en todo esto?
—Uno podría aventurar muchas cosas. El libro habla de muchas cosas de las que no se ha hablado durante mucho tiempo. Cuando vos pasás mucho tiempo sin contar una historia, se va como lavando. Por eso es importante recoger la historia de la gente que ha pasado por determinadas cosas. Y también me parece interesante rodear el testimonio de una persona que protagoniza un relato con el testimonio de todos los demás, para que se vea justamente este juego de que la memoria no es una cosa labrada sobre piedra.
—Labayru integró el grupo de mujeres que inició juicios por violaciones en la ex Esma. Ella fue violada en reiteradas oportunidades por el militar Alberto González que la había interrogado durante la tortura, e inclusive la llevó en un supuesto viaje de placer a Brasil ¿Pensás que la sociedad argentina está más preparada ahora para entender lo que le pasó a una persona que estuvo en una situación como la de Labayru, teniendo en cuenta las acusaciones que recibió desde Montoneros?
—Creo que sí, además Silvia fue una de las tres querellantes en el juicio por violencia sexual contra González, cuya sentencia salió en el 2021. Esto no hubiera sido posible en los años 90, ni siquiera a principios de los 2000, porque conceptos como el de consentimiento se fueron poniendo en la conversación pública en los últimos años. La palabra se imprime con fuerza en la conversación pública, aunque siempre va a haber gente que tenga un discurso mucho más reaccionario. Creo que todas estos señalamientos o cuestionamientos a Silvia Labayru y a muchas otras personas que sobrevivieron y que no pasaron por acusaciones tan públicas, no formaron parte de las discusiones, como sí el tema de los campos clandestinos, las torturas, los hijos, las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas, los nietos recuperados. Pero lo que pasa con los sobrevivientes no está en la conversación. Hay libros que hablan de los testimonios de los sobrevivientes como el que hicieron Caparrós y Anguita (La Voluntad), pero me parece que esta idea de qué hacemos con los sobrevivientes, cómo los miramos, es más una conversación entre ellos. Es una conversación que falta y la sociedad argentina es una sociedad madura y puede hablar de lo que sea.
—El libro se publica en Argentina, en el mes de la Memoria, ¿qué reflexión te surge al respecto?
—Me parece algo venturoso que salga el libro que habla precisamente de la memoria, en tiempos en los que hay ataques contra determinados consensos que habíamos logrado en torno a la memoria, la verdad y la justicia. Soy muy modesta en términos de lo que un libro puede hacer y si puede colaborar para que una conversación se mantenga viva. Me da la sensación que recoger los testimonios de las personas que pasaron por estas cosas de primera mano es importantísimo, como lo es recoger los testimonios de la gente que pasó por Auschwitz y está viva, momentos en los que la historia con minúscula se choca con la historia con mayúscula. Es una manera de entender qué fue lo que pasó y cómo podemos hacer para que esto no vuelva a pasar; entender más de la naturaleza humana. Creo que el libro es sobre la naturaleza humana y sobre los seres humanos que pasaron por circunstancias extremas.