Leonardo Caruana quería ser médico de pueblo. Hijo de un bancario y una maestra rural, nació en Isla Verde pero vivió en distintas localidades de Santa Fe hasta que, en 1986, se mudó a Rosario para estudiar medicina. Desde mediados de los noventa ocupa distintos cargos en la salud pública. Hoy está de licencia como secretario de Salud de Rosario porque trabaja en su campaña como precandidato a concejal por Encuentro por Rosario que integra el Frente Amplio por la Soberanía, junto a dirigentes como Carlos Del Frade y Claudia Balagué.
A partir de la crisis sanitaria por la pandemia de coronavirus, Caruana siente que se convirtió en “el médico de cabecera de la ciudad a través de los medios”: “La confianza de la gente en lo que yo decía tiene que ver con la confianza que tiene la población en su sistema de salud. No me conocieron atendiendo pero sí a través de las respuestas de los centros de salud en los barrios, los hospitales, donde los equipos de trabajo resuelven problemas todos los días. Yo comunicaba. Pude tener este vínculo y ser ese médico de referencia que siempre quise ser”.
A lo largo de la entrevista con El Ciudadano repetirá el nombre de Hermes Binner, intendente de la ciudad desde 1995 hasta 2003 y luego gobernador de Santa Fe en 2007. Hoy, lejos del espacio político que lo acogió en los noventa y que en estas elecciones oficializó su alianza con el PRO (en un frente que también reúne a la UCR), Caruana sintetiza su anhelo político de replicar en todo Rosario el sistema que se construyó en Salud en los últimos 30 años.
—Es tu primera campaña política, tus inicios en gestión no fueron a partir de una militancia partidaria; ¿cómo fue tu acercamiento a la política?
—Hay dos o tres hitos. Uno es la práctica de la medicina general. Quería estudiar medicina porque me identificaba con ese médico de pueblo. En la facultad eso se desdibujó un poco porque nos enseñaban más los órganos y los sistemas, pero después cuando hice medicina general y me encontré en un barrio trabajando con distintos referentes y militantes barriales entendí que la práctica médica ya es una práctica política. Porque se puede asumir la práctica sólo como la distribución de medicamentos, la reproducción del sistema o se puede pensar que uno es un actor para generar transformaciones sociales. Con Hermes Binner empezó mi militancia en el campo de la salud pública. No vengo de un recorrido de militancia partidaria sino de entender a la salud como un derecho y el rol del Estado para acompañar la garantía de ese derecho.
En 2019 empiezo a pensar en muchas cosas que se agotan dentro del sistema de salud. La resolución estructural de mucho de lo que vemos en salud está por fuera, tiene que ver con las desigualdades, el acceso a la cultura, al deporte, al trabajo, a una vivienda, a vivir en un espacio libre de violencias.
En los últimos años empiezo a tener una mirada más profunda y la posibilidad de decir: queremos hacer en otros lugares lo que se hizo en salud en la década de los noventa. No un enlatado ni una receta del Banco Mundial. Si Hermes Binner hubiera tomado la receta en los noventa para el sistema de salud, no tendríamos lo que tenemos. En ese momento se privatizaba, se tercerizaba, se reducía el Estado y acá se construía infraestructura pública. Bueno, me interesa pensar para otros problemas esa concepción de ciudad.
—¿Hoy te considerás un militante político?
—Estoy con muchas y muchos militantes que vienen desencantados de sus referencias habituales. Estoy aprendiendo una lógica que no conocía en relación a distintos espacios de discusiones. No me considero un administrador en los servicios de salud, para mí la gestión es desencadenar procesos participativos con los trabajadores y los equipos. Eso también es parte de la política, involucrarse y entusiasmarse en un proyecto. Ahí tenemos algo en común pero la cuestión de sentarse en una mesa con un frente amplio con distintos recorridos es algo nuevo y un aprendizaje.
—¿Qué es lo que más te preocupa de Rosario?
—Lo dividiría en por lo menos tres dimensiones: las desigualdades, violencias y consumos; los problemas del mundo del trabajo, es decir sectores o generaciones sin la posibilidad de un trabajo estable, y la salud y el ambiente como condiciones.
Cada una de esas dimensiones tiene un entramado común. Parte del problema estructural es que hay poblaciones que no acceden a derechos. Por otro lado, hoy la clave de la época tiene que ver con el consumo irracional de las cosas. Sin embargo, cada vez hay más diferencias en las posibilidades de acceso a ese consumo. Eso también es reproductor de violencias.
En esa estructura profundamente desigual hay que pensar de otra forma en la matriz estatal. Como decía un criminólogo hace poco tiempo en una clase: que un niño de 12 años tenga un arma de fuego y quiera matar no se soluciona con respuestas simples como bajar la imputabilidad o con pistolas taser. Hay algo más que pensar: por qué llegamos hasta acá, analizarlo y desagregarlo para poder abordarlo.
—¿Cómo debería pensarse la matriz estatal?
—Primero, dialogando mucho. Venimos de un espacio que va a trabajar en conjunto con sectores y organizaciones sociales que son quienes están viviendo los problemas. Entiendo que los proyectos y ordenanzas del Concejo Municipal tienen que producir propuestas relacionadas a esos diálogos.
A su vez, me imagino un sistema que pueda abordar la violencia, de las mismas dimensiones que cuando se pensó en los noventa el sistema de salud. Es decir, tiene que tener un impacto en relación a la matriz estatal. Por eso también mi distancia con aquellos cuyas posturas ideológicas desdibujan el rol del Estado o lo ponen en cuestión. Cuando hablo del Estado me refiero a que hay que reconstruirlo no sólo desde el punto de vista institucional sino simbólico. Un abordaje de dimensiones como las que se pensaron en Salud en los noventa, en contra de los vientos de ese momento. Además de infraestructura, producción pública de medicamentos y soberanía de la información. Pensarlo desde ese lugar y mi lugar va a ser el Concejo municipal.
—¿Cuáles son tus propuestas?
—Primero, cuidar los derechos que tenemos y que puedan a llegar a la mayor parte de las personas. El derecho a la salud es uno y quiero trabajar por nuevos derechos. Que el Concejo pueda hacer proyectos que tengan que ver con la alimentación agroecológica, la incorporación de jóvenes al mundo del trabajo con propuestas más masivas para esta población.
Seguramente haya que trabajar la situación de la noche, una que sea para todos, pensar cómo se pueden generar propuestas en barrios y en el centro que igualen, que generen que la cultura sea una posibilidad de disfrute para todos y todas. Hay que conversar con los sectores que están padeciendo. Hay que estudiar y gestionar procesos participativos.
—¿Cómo viviste el momento en que se anuncia formalmente el ingreso del Partido Socialista a Juntos por el Cambio?
—No fueron momentos sencillos porque vengo de la convocatoria de Hermes, es decir, de grandes referentes del Partido Socialista. Otros sectores ya habían planteado previamente un distanciamiento y en el sector en que yo tenía mucha afinidad, Fuerza del Territorio, se empiezan a generar tensiones y diferencias.
Desde el inicio planteé que era un límite. No tenía que ver con una cuestión personal ni coyuntural, milité en contra de las políticas neoliberales, viví las matrices de lo que significan estas políticas: no tenés anticonceptivos ni vacunas en un centro de salud. No es sólo un cambio de organigrama, de transformar el Ministerio de Salud de la Nación en Secretaría. Hay un impacto en la vida cotidiana de las personas: vas a un lugar y tenés medicamentos o no los tenés. Yo lo viví.
Por otro lado, milité en contra de proyectos de organización del sistema de salud como fue la cobertura universal de salud, la CUS, impuesta por Macri en el gobierno anterior, un paquete focalizado de prestaciones para todos. Nosotros entendemos la salud como un derecho humano y que iguale, independientemente de la condición de clase.
En estas cosas hay un límite en términos de construcción. Entiendo que para los problemas complejos que tiene el Estado una alianza electoral amplia puede ser exitosa para ganar una elección pero cuando las matrices ideológicas son tan divergentes… Los proyectos se hacen sobre determinados valores y si eso está desdibujado es muy difícil. Por eso tuve la posibilidad, respetando las decisiones de esa dirigencia, de decir que no.
—¿Cómo convive el rol de funcionario y candidato?
—Lo he charlado con Pablo (Javkin) cuando asumió y construimos el acuerdo de continuar como secretario de salud. Siempre hubo diálogo y respeto. Trabajamos tres años codo a codo con el tema de la pandemia y dentro de lo que significaba el Frente Progresista, Cívico y Social. Tuvo la generosidad y nosotros la propuesta de que se mantenga todo el equipo de salud pública de gestión. Se trata de un colectivo de 5.200 trabajadores, directores, subdirectores de hospital, todo el gabinete central en la Secretaría. No hubo modificaciones en ese sentido y tampoco modificaciones presupuestarias. Pero él sabía que había un límite y por eso hoy estoy dentro del Frente Amplio por la Soberanía, me tomé la licencia y el 10 de diciembre será otro gabinete en función de quien acceda y de las coaliciones de gobierno.
—¿Qué diagnóstico hacés en relación a la garantía de derechos hacia las mujeres? ¿Hay propuestas en este sentido?
—A diferencia de otros momentos hay un colectivo de organizaciones sociales y de mujeres muy movilizado. Hay que seguir trabajando en la incorporación de derechos y quien me acompaña es Sofia Botto, de Mumalá, que viene de muchos años de trabajo con Libres del Sur. Hay un respeto a las distintas identidades de género, el reconocimiento del cuidado como parte de actividades formales y el respeto a los derechos que ya hoy tienen ganados.
En el trabajo barrial el rol de la mujer es clave. En la pandemia se vio. Son ellas las que lideran la mayor parte de los procesos participativos de la economía social, de las cooperativas.
Todo lo que se pueda potenciar para generar igualdad e inclusión son aspectos a profundizar. El parto respetado, los derechos sexuales y reproductivos, la ley de salud mental, fueron temas que las organizaciones de mujeres agendaron. Nuestra lista de concejales está estructurada con referentes de las organizaciones sociales y de mujeres.
—¿Te parece que existe una derechización de la sociedad?
—La política no está pudiendo resolver problemas estructurales y sentidos por la población, entonces aparecen las recetas mágicas que simplifican la realidad. Las miradas de algunos referentes en relación a abolir la ley de salud mental o vender órganos, como planteos posibles de ser dichos y sin una contraposición, hacen que aparezca una cuestión más conservadora. No es un fenómeno natural, tiene que ver con problemas estructurales que está viviendo la población. Al observar lo que ha pasado en Latinoamérica con personajes como Bolsonaro y otras referencias en los ámbitos ejecutivos en el mundo, no sólo hay una derechización sino gestiones de ultraderecha.
—Se cumplen 40 años de democracia; ¿qué te parece lo más valioso que se construyó y cuál es la mayor deuda?
—Una de las cosas más valiosas es seguir construyendo memoria para no volver atrás. Para seguir, con todas dificultades y desaciertos de la democracia, con los procesos participativos y las discusiones colectivas operativas y las discusiones entre muchas y muchos. Ése es el avance y el legado. También todo lo que la democracia posibilita que es lo público, el fortalecimiento a la escuela, la Universidad y la salud. Pero cuando hay indicadores sociales y educativos similares al 2001 hay deudas pendientes, porque vivimos en una matriz fundamentalmente estructurada por la desigualdad. Hay un sector de la población que cada vez accede menos a muchísimas cosas y otro sector no puede acceder a las condiciones básicas. Ésa es la deuda.
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